El decepcionante papel de Mancera le da vida al Frente de las tres mentiras

Durante las últimas semanas parecía que quien mejor había leído la situación del llamado Frente Amplio Ciudadano, había sido… Durante las últimas semanas parecía que quien mejor había leído la situación del llamado Frente Amplio Ciudadano, había...

12 de diciembre, 2017
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Durante las últimas semanas parecía que quien mejor había leído la situación del llamado Frente Amplio Ciudadano, había sido…

Durante las últimas semanas parecía que quien mejor había leído la situación del llamado Frente Amplio Ciudadano, había sido el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera.

En muy diversas ocasiones exigió públicamente, de manera consistente, que el método de selección del candidato presidencial de esta coalición, tendría que ser democrático y transparente, ya que de otra forma se estaría dando paso a una simulación.

Más aún si se considera que desde el anuncio de la conformación de esta alianza, estaba claro que la misma no era más que un mecanismo para la imposición del presidente del PAN Ricardo Anaya, quien por su parte ya se había encargado de deshacerse de Margarita Zavala.

Mancera ganó y mucho, no sólo con esa actitud, también lo estaba haciendo de manera paulita en las encuestas, en algunas incluso rebasando a Anaya, porque independientemente de su aspiración, a diferencia y en contraste, Mancera nunca se mostró obsesionado con la postulación, lo que esgrimía era un derecho para competir.

Mancera tenía a su favor, a pesar de que el PRD no tiene el tamaño de Acción Nacional, un perfil que podía encajar mucho mejor en la combinación, para ser mas atractivo en las militancias de los tres partidos.

Sobre todo si se toma en cuenta que ideológicamente son completamente dispares, y que su alianza única y exclusivamente persigue un fin electoral, por lo mismo, Mancera representaba una opción mucho más plural.

Sin embargo, Mancera dejó de luchar, se derrotó él mismo al hacerse a un lado, con todo y que de él dependía mantener esa exigencia de apertura o en su defecto, de ser el candidato del partido de la Revolución Democrática.

Esta lamentable y decepcionante postura puede obedecer a diversas coyunturas, las más sencillas de aducir conllevan un componente de ingenuidad, en el análisis siempre se debe ponderar que lo mas fácil es precisamente lo que nunca ocurre.

Si el Jefe de Gobierno capitalino se bajó de la competencia, asumiendo que Anaya es mejor candidato, se engaña él y engaña a todos; Anaya se ha convertido en personaje impositivo y arrogante, para quien las cosas solo pueden ser de la forma en que él lo desea. Éso sólo puede sugerir una vanidad impresionante.

A menos claro, que –y eso estará todavía por verse–, Mancera haya privilegiado robustecer a cambio de alguna posición menor para él, que el PRD obtuviera un acuerdo mucho mejor que el planteado originalmente en función de allegarse de un mayor número de candidaturas para el senado y las diputaciones federales.

Incluso las coordinaciones de ambas bancadas en la próxima legislatura, y teóricamente, en el eventual gabinete federal en caso de que el Frente obtuviera la presidencia de la República.

Asunto que no se puede descartar, porque para Ricardo Anaya no hay precio que no valga la pena a cambio de hacerse de la nominación, aún en contra de los intereses de su propio partido y los grupos que lo conforman.

Para poder convertirse en Rey de Francia, Enrique IV de Borbón debió convertirse al catolicismo, antes de ello, expresó la frase que lo hace figurar en la historia por encima de su actuación como monarca: “París bien vale una misa”.

Para Anaya todo lo vale, más que los puntos porcentuales que el PRD y Movimiento Ciudadano le puedan aportar, eso sin descontar que las militancias de los tres partidos no vayan a votar unánimemente por él, se trata de impulsar la imagen de una conformación solida y tan grande que la haga parecer una opción para la competencia.

Pero lo que Anaya no podrá lograr ni con la coalición, ni con la ausencia de Mancera, es una unidad que depende más que de la imposición, de un liderazgo ganado en el convencimiento.

Es innegable que si desde un principio este sería el resultado del acuerdo, el proceso se manejó mal, no tuvo un método de selección que legitime la candidatura, porque el que finalmente se impuso, fue un contrato de intercambio palaciego.

Porque si de lo que se trataba era de fortalecer la controvertida posición de Anaya, entonces Mancera lo debió apoyar sin cortapisas desde el principio, en cambio, su renuncia lo que denota es un entuerto que no sólo no abona, sino que seguramente va a dividir.

Un acuerdo que a quien deja mal parado, a pesar de lo lamentable de la dimisión del jefe del gobierno, que a todas luces es claudicar sin dar pelea, es a Ricardo Anaya, que una vez más se coloca como un niño caprichoso, el dueño de la pelota y que si los demás no juegan como él quiere, se las quita.

Ahora lo que está de por medio es si finalmente el Frente se consolida en las entidades, porque la voluntad de Anaya y la debilidad de carácter de Mancera, no garantizan que así sea.

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