El beneficio de la crisis

Hola… tenía que platicar con alguien, meditar, reflexionar, observar cómo me siento, cómo son mis emociones, cómo me percibo. Hola… tenía que platicar con alguien, meditar, reflexionar, observar cómo me siento, cómo son mis emociones, cómo me...

22 de junio, 2015
crisis

Hola… tenía que platicar con alguien, meditar, reflexionar, observar cómo me siento, cómo son mis emociones, cómo me percibo.

Hola… tenía que platicar con alguien, meditar, reflexionar, observar cómo me siento, cómo son mis emociones, cómo me percibo. Ahora mismo tengo tanto agobio y dispersión, que ni siquiera sé en qué estoy pensando. Aun así, siento la necesidad de platicar con alguien, quizá sólo quiero un poco de contención, de apapacho, de distracción, de paz interna. Necesito recargar la pila.

Probablemente un poco de catarsis me caería bien, pero en realidad no tengo que decir, ni tengo muchas ganas de hablar. Me da pereza repetir la historia de la circunstancia que me trajo a este punto; mencionar de nuevo los errores que cometí, comentar de mi fe ciega, hablar de la creencia llena de expectativas que habría de convertirse en frustración, de la soberbia y de la obstinación de anticipar un deseo como si fuera una realidad… Me da flojera.

Quizá estoy experimentando algo de depresión, pero no me siento así exactamente. Más bien creo que estoy en el proceso de aceptación de una realidad que me disgusta, pero que yo mismo construí, una realidad que quisiera no tener que reconocer, pero que resulta fundamental hacerlo para, poco a poco poder ir creando y desarrollando, con estrategia, una nueva realidad; esta vez más consciente, con menos entusiasmo por una falsa percepción, haciendo a un lado las proyecciones de mis fantasías, sin sembrar expectativas, eliminando las conductas compulsivas, quitando las respuestas condicionadas, decidiendo más yo, que la historia de mis pensamientos. Habrá que empezar de nuevo; desde más abajo, pero con más experiencia, menos precipitación y mayor precisión. Habrá que elaborar la pérdida de la fantasía que imaginé para esclarecer la mirada y aceptar la realidad que provoqué.

No, no me estoy divorciando… y aunque si ese fuera el caso, sería lo mismo. Tampoco es algo íntimo que no quisiera compartir, varias veces a lo largo de mi vida me he encontrado en esta situación, como si no pudiera aprender la lección.

Sé que esto durará tanto como me tarde en reconocer y aceptar la realidad que me niego a mirar, que matizo con ideas y creencias, donde siembro expectativas, anticipándome, especulando y justificando cualquier indicio de razón contrario a lo que quiero ver; creando finalmente una actitud ingenua y entusiasta, estúpida, frente a una realidad deseada distorsionada por la proyección de mis anhelos, y no una realidad observada, limpia de mí.

El apego al deseo, a la idea, a la creencia de un escenario futuro no sólo nubla la percepción de la realidad, también inmoviliza, frena, congela el falso holograma de un futuro creado y se convierte todo en un proceso onírico en estado de vigilia. En otras palabras, te enamoras de la idea y estableces una actitud.

Me pasó con mi primer amor, soñaba con una vida dichosa, como si mi escenario de futuro hubiera sido extraído de un cuento maravilloso, un cuento donde todas las expectativas de realización, de placer, de bienestar, tarde o temprano la historia las satisface. Pero algún día despiertas, abandonas el cuento, te desprendes de la fantasía, reconoces la pérdida de la ilusión, y sólo entonces empiezas a vivir la realidad de la vida. La puedes convertir en una historia maravillosa; sólo asegúrate que sea convertir y no confundir.

Me pasó cuando ingresé a la universidad, ya me veía entre los científicos y filósofos eruditos, proclamando teorías sobre el universo, sobre la existencia de Dios, sobre la vida y el ser humano. Pero el enamoramiento con esa idea me hacía tenderme sobre el césped a soñar en lugar de entrar a clase.

Me pasó cuando puse un negocio, me enamoré del futuro, de la gran cadena internacional de restaurantes, de los viajes, de las reuniones de negocios. Siendo patrón de nadie, sin preocuparme por surtir los menesteres para la demanda diaria en la tortería.

Me ha pasado una y otra vez, aún desconozco la lección que debo aprender, me enamoro de una idea y empiezo a volar, a fantasear en el futuro, a crear ilusiones, a sembrar expectativas, a construir escenarios. Hay veces que despego tan alto que me olvido de la realidad y me pierdo en el sueño que construyo. Luego cuando despierto, aparece la frustración, no estoy seguro de lo que signifique ese anhelo compulsivo de emprender, ese entusiasmo que cuando lo llevo a la acción, tarde o temprano descubro que sólo se fundamenta en creencias, en ideas que fabrico, y que me subordino a ellas, que por momentos me llenan de satisfacción, me dan sentido de realización mientras las desarrollo, pero que luego desembocan en una realidad cinética tan rauda, tan dinámica, que cada vez que la confrontas tienes que mirarla como si fuera la primera vez que la miras, cada vez es nueva.

Creo que me enamoro del sentido de realización que representa el holograma del escenario futuro, y aunque signifique plenitud, desarrollo o cualquier otro significado que pudiera considerarse lícito, no deja de ser un apego que engendra una actitud, una percepción anticipada de la realidad, y consecuentemente provoca una pérdida cuando llega el punto de confrontar la realidad real con mi realidad anticipada. Creo que no es suficiente el entusiasmo si no se respalda con el conocimiento; ni el sueño si no se sustenta sobre la acción.

Aceptar la realidad es un proceso permanente, modificarla también; ése es el principio fundamental del eterno presente, eternamente dinámico, eternamente adaptándonos, eternamente construyéndolo. Ese es el principio de realidad, transitar por él, es la vida.

No sé si la vida te va dando lecciones, o la vida entera es una lección, no acabamos de aprender con una sola experiencia, ni es suficiente toda una vida para tener una graduación. Cada crisis, cada experiencia conforma un ciclo, tiene un principio, una duración, un final, y lo más importante: una enseñanza. ¿Qué son las crisis si no el oráculo, el detonador de la evolución?…

Gracias por escucharme, me hacía falta platicar con alguien, quizá no te interese lo que te digo, pero necesitaba ordenar mis pensamientos, gracias… 

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