No está en los programas de televisión que hablan sobre escritores.
No está en los programas de televisión que hablan sobre escritores. No está en las series de televisión ni en documentales ni en el cine. La literatura, esa gran ventana para observar y leer el universo, presta su palabra, pero al empezar a correr las imágenes vuelve a su sitio; presta sus oficios, pero al prestarlos se escabulle, aunque se le quiera retener con el sofisma publicitario: “Una imagen dice más que mil palabras”.
No está en la discografía del cantante de rock más estrambótico y trotamundos. No es que reniegue de la memoria y la palabra hablada, pero es fiel a la palabra escrita donde encontró su estado ideal.
La literatura está en los libros clásicos y los que se han fraguado en esta tradición.
Es feo que un joven que siente el llamado a las letras o un escritor en formación no vayan tras de los libros, ya por no hacerse un tiempo entre los quehaceres cotidianos, ya por las distracciones apabullantes. Es preocupante y alarmante a la vez, dirían los comentaristas de partidos de futbol cuando la selección mexicana ha perdido el rumbo, que el escritor en formación no se siente a releer El Quijote, no descubra Vida de Marco Bruto de Quevedo, no lea a los clásicos, no busque la tranquilidad de la edad media para leer a Joyce, no pelee tiempo para leer Mientras agonizo de Faulkner… La lista es larga, la vida corta. Esto nos dijo Miguel de Unamuno en una estrofa de su poema “Denso, denso”:
Mira que es largo el camino
y corto, muy corto, el tiempo;
parar en cada posada
no podemos.
No hay tiempo que perder. Hay que ir sobre los libros. No procrastinemos más. “Ya me enfoco más en mis cosas”, nos dice un escritor y con ello nos quiere decir que ya es un lector experimentado que sabe detectar un buen texto desde la primera frase. “Las nuevas generaciones deben leer mucho, mucho para escribir”, dicen otros tantos escritores que ven con desconfianza a esos jóvenes atrapados en las redes sociales e impuestos a lo fácil y lo banal, siendo la escritura un oficio difícil de aprender y difícil de mantener y, al parecer, cada vez más de una minoría.
Claro que el escritor se inspira en sus experiencias, en sus sueños, en los detalles de la vida cotidiana, en sus gustos, en la sabrosa anécdota, en las voces que escucha, pero sobre todo en la conversación con los libros que debe preponderar como su vida literaria.
¿Qué ocurría bajo el cielo de Guadalajara a principios de los cuarenta para que en la década siguiente surgieran de ahí dos grandes escritores? Los jóvenes Juan José Arreola y Juan Rulfo llevaban una intensa vida literaria, leían y poco después escribirían sus cuentos: “(…) Nos pasábamos los libros de uno a otro –recuerda Arreola- (…) Eso es muy importante porque Juan fue un prodigioso lector. Y aquí me tengo que acordar que (…) Juan venía a México metódicamente y llegaba a Guadalajara con un veliz lleno de libros. (…) En las librerías de Guadalajara nos arrebatábamos los libros de la mano”. (¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? Entrevista en un acto por Vicente Leñero).
Contra lo que puede pensarse, la literatura no está en la prensa escrita. No puedo demeritar a los suplementos y revistas culturales. Pero fuera de ahí hay que hojear los periódicos de reojo, con recelo, como temiendo en perder un tiempo precioso. El periodista, el redactor, estragados por la inmediatez, recorren a diario el proceso de la escritura sin brillo, sin pasión (su pasión está en otra parte: la información, la noticia), escriben con fórmula trivial y prostituyen las palabras. El escritor debe retirarse de esas cosas y, a riesgo de pobreza y marginación, apartase con unos cuantos libros selectos.
En los salones de clases suele decirse que entre periodismo y literatura hay una delgada línea que los divide y que el periodista, con la práctica, por el hecho de redactar sus notas todos los días puede derivar en escritor. Otra vez: la literatura baja a prestar sus herramientas y recursos, como a cualquier disciplina, a cualquier ciencia, y en prestándola, recelosa, vuelve a su estante solitario de literatura a secas. La rapidez, el apuro para sacar el reporte destrozan sus alas cuando se le piden grandes vuelos. Pero ¿cuándo esta idea tomó fuerza? Si no hace mucho que Juan José Arreola en su “De memoria y olvido” escribió que el periodismo es uno de tantos trabajos que el escritor puede hacer para ganarse la vida: “Desde 1930 hasta la fecha he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes. He sido vendedor ambulante y periodista…”. Pocos años antes Hugo Hiriart acataría el consejo de Valle Inclán: “Esa cosa, que ahora es muy famosa, el periodismo, te puede conducir a todas partes siempre que lo sepas abandonar a tiempo”. (Letras Libres, abril 2012).
Entonces ¿de dónde provino la idea de que el periodismo y literatura confluyen en sus campos? ¿De que haya escritores que publiquen en la prensa excelentes artículos? No lo creo. Desde sus orígenes la prensa escrita tomó impulsos divulgando textos literarios. Porque el periodismo tuvo por casa a la literatura, y ya después, ligero como es, audaz y proclive a ser el vocero de la clase gobernante y del statu quo, se quedó con la casa y echó a la literatura, y la tiene como una invitada molesta, algo que no es tan importante. Pero que a veces por razones que van en contra de lo novedoso y la rapidez la tiene como una invitada de segunda.
De tanto ver “Periodista y escritor” pareciera que son sinónimos o palabras complementarias. Me he referido al escritor no como mero redactor sino como creador literario. La literatura se hace en la soledad y lleva su tiempo. El periodista está para afrontar la rapidez de la noticia. Los buenos reportajes, las buenas crónicas, las generosas entrevistas son hechas por personas que han sido calmadas y cautelosas lectoras. El escritor que quiere hacer literatura desde los principios del periodismo mella su tiempo. Aunque tenga presencia mediática y publique corre el riesgo de no producir algo digno de la tradición.
El apego y la fascinación de los escritores por sus espacios en la prensa escrita o virtual tal vez sea una de las causas del porqué en los últimos 30 años se siga considerando Noticias del Imperio de Fernando del Paso, escritor de la generación de medio siglo, como la obra más sobresaliente.
Entonces, ¿de dónde provino la idea de que periodismo y literatura confluyen en sus campos? Aventuro que la culpa la tuvo Gabriel García Márquez. El autor que con Cien años de soledad en 1967 se hizo rico y laureado (laureado y reconocido antes que nada por esa novela excepcional que fue y sigue siendo un temblor de tierra), no desaprovechó oportunidad para hablar de sus años de reportero y lo noble de tal oficio. Entonces sucedieron conferencias, congresos y cursos sobre el periodismo. Aún más premios que el escritor colombiano patrocinó. Entonces para todos aquellos con pretensiones literarias desde el terreno del periodismo significó el camino a seguir. Pero a estas alturas, quien sienta el llamado por las letras o el escritor en formación debe saber que Gabriel García Márquez fue un gran lector. Y así como anotó los puntos nobles del periodismo, nos ha dejado su gran lista de libros que lo formaron: Sófocles, Kafka, Dumas, Wolf, Faulkner, Rubén Darío. Según él mismo dijo, llegó a aprenderse de memoria el cuento “Los hijos de Matilde Arcángel” de Rulfo. Todo esto leyó y absorbió antes de encerrarse poco menos de un año para escribir su obra clásica.
Las circunstancias de los escritores son tan diversas como difíciles. Se necesitan ánimos para hacerse tiempo en medio de los otros trabajos, de los menesteres de la vida y de los hijos cuando los hay y están pequeños. Ánimos y entrenamiento para detectar a nuestros contemporáneos que hay que leer sin villanía. Ánimos para defender esa cosa llamada literatura. Hace poco la poetisa uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) declaró que hoy la literatura tiene pocos defensores: “Un examen para ser profesor de literatura hace cincuenta años en el Uruguay requería el conocimiento solvente de trescientos y tantos autores. Diez o quince años después alguien se quejaba conmigo que le exigían 35. En Austin, hace unos años, manejaban ocho. Hoy la literatura tiene pocos defensores” (Letras Libres, Julio 2016). La vida es un vértigo y hoy más que nunca con la internet y las redes sociales, pero el escritor en formación, debe hacerse de soledad y silencio para, como decía Arreola, mantener su sueño de escritor.
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