Gran parte de la clase política hace todo lo posible por descarrilar a la incipiente y deficiente democracia mexicana. Todos los días nos enteramos de sus excesos y del uso…
Gran parte de la clase política hace todo lo posible por descarrilar a la incipiente y deficiente democracia mexicana. Todos los días nos enteramos de sus excesos y del uso patrimonial de los impuestos que tributamos. La indignación ya cala hondo: las encuestas dan cuenta del creciente repudio a la corrupción. Ante tan denigrante espectáculo, que en un primer momento lleva a la ira, vienen la desmoralización y la impotencia por la incapacidad para llamar a cuentas a tales bribones. ¿Adónde nos lleva este desencanto con los políticos? En primer lugar, se desacredita a la política como medio para lograr acuerdos y dirimir las disputas y diferencias entre los ciudadanos. Y, en segundo lugar, se despeja el camino para los demagogos, bien o malintencionados. El riesgo es mayor violencia y la entronización de políticos providenciales.
Paralelamente a la descomposición política que sufre México hay un gran deterioro de la calidad y el nivel de vida general: la precariedad en la que vive una mayoría y la opulencia de un puñado son ofensivas. Es preocupante la mezquindad de una minoría de plutócratas –que en mayor medida hicieron su fortuna gracias a sus conexiones con el gobierno o una herencia (frecuentemente de la misma fuente) y en manera ínfima a su esfuerzo y talentos– que se opone férreamente a perder un ápice de sus privilegios para mejorar los estándares de poder de compra. ¿De qué productividad y competitividad hablan para justificar su avaricia? Sin duda se trata de la “productividad” y la “competitividad” del capitalismo de amigos, sistema que condena a unos al averno y premia a otros con el Paraíso sólo por sus contactos y su buena cuna.
Es sorprendente la ceguera de la elite gobernante (políticos y grandes intereses privados) que parece hacer todo lo posible para matar a la gallina de los huevos de oro: ya no puede disfrutar ni usufructuar con seguridad lo que han acumulado. Las señales de descomposición, fruto de la rabia y de la impotencia, llegan a tal grado que hasta algunos columnistas pregonan, así sea en son de broma, que se haga patria matando a un legislador. ¿Cuánto pasará para que se diga también que hagamos patria matando a un rico… y se desate la matazón? Es hora de empezar a tomar en serio la cada vez mayor descomposición que está pudriendo a México. ¿Hasta dónde tendrán que llegar las cosas para tomar en cuenta tan grande malestar? Si destruimos nuestra maltrecha democracia, ¿qué nos quedaría? Es hora de entender que si se hunde la barca común, todos vamos a perder.

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