Político, científico e inventor estadounidense. Estudioso de la electricidad y de cuanto atrajo su interés, inventor del pararrayos y de otros útiles artefactos, honesto y eficiente hombre público y destacado…
Político, científico e inventor estadounidense. Estudioso de la electricidad y de cuanto atrajo su interés, inventor del pararrayos y de otros útiles artefactos, honesto y eficiente hombre público y destacado artífice de la independencia de los Estados Unidos, Benjamin Franklin fue acaso el personaje más querido de su tiempo en su país y el único americano de la época colonial británica que alcanzó fama y notoriedad en Europa.
Sólo desde la admiración es posible aproximarse a su figura, y al mismo tiempo es difícil pensar en Franklin sin experimentar una sensación de calor humano. Su apariencia era tan sencilla, su personalidad resultaba tan agradable y su sentido del humor brotaba tan espontáneamente que para la gente resultaba fácil quererlo y respetarlo. Unos grandes ojos grises y una boca propensa a la sonrisa adornaban el rostro de este dechado de virtudes, que fue capaz de sobresalir en cuantos campos se propuso.
“La voluntad, el talento, el genio y la gracia se reunían en él, como si la naturaleza al formarle se hubiese sentido derrochadora y feliz”, afirmó uno de sus biógrafos. Más allá de esos dones, Franklin siempre creyó firmemente que era posible modificar los aspectos negativos del carácter mediante una disciplina a la vez suave y constante. En su juventud llevaba siempre consigo una lista de cualidades dignas de admiración, que más tarde se convirtió en un pequeño libro donde cada página estaba consagrada a una virtud. Franklin dedicaba una semana de atención a cada una de ellas, que releía en cuanto tenía ocasión, y volvía a empezar cuando llegaba al final.
Decimoquinto hermano de un total de diecisiete, Benjamin Franklin cursó únicamente estudios elementales, que abandonó a la edad de diez años; la vasta erudición enciclopédica que exhibiría en su madurez fue el resultado de una curiosidad insaciable y de un esfuerzo autodidacta que compaginaría siempre con sus actividades profesionales. A los doce años comenzó a trabajar como impresor en una empresa propiedad de John Franklin, uno de sus hermanos.
En 1723, tras una disputa con su hermano, huyó a Filadelfia, donde, sin un céntimo en el bolsillo, halló trabajo en una tipografía. Tras haber desempeñado por espacio de dos años la misma actividad en Inglaterra, adonde había sido enviado con recomendaciones sin ningún valor, regresó a Filadelfia y trabajó por su cuenta como tipógrafo y editor. En 1727 fue responsable de la emisión de papel moneda en las colonias británicas de América. Más tarde fundó el periódico La Gaceta de Pensilvania, que publicó entre los años 1728 y 1748, y en 1732 emprendió la edición del Almanaque del pobre Richard (1732-1757).
Con la publicación del Almanaque, un tipo de anuario misceláneo frecuente en la época que incluía el santoral, horóscopos, consejos médicos y previsiones meteorológicas, se abrió en su vida un período de prosperidad. El propio Franklin ejercía como redactor, editor y director, aunque atribuía la autoría del mismo a un personaje ficticio que acabaría siendo famosísimo: el extravagante Richard Saunders, de donde procede el título de Almanaque del pobre Richard.
El tal Richard es un viejo “yanqui” provinciano de variable humor, un filósofo rústico con sus puntas y ribetes de misoginismo, que, con gran desesperación de su esposa Bridget, se pasa el tiempo entre polvorientos libros y cálculos astrológicos, en lugar de ganar dinero para sostener a su familia; decide editar el almanaque, precisamente, para poder conciliar sus aficiones con esa necesidad.
Junto a las secciones habituales, Franklin tuvo el acierto de incluir además toda clase de máximas, proverbios, sentencias y frases célebres, extraídas de fuentes variadas; en ocasiones, aplicando su genio y experiencia a la conducta humana, llegó a inventarlas él mismo, con tanta fortuna que acabaron pasando al acervo popular. Después de veinticinco años de publicación ininterrumpida, con tiradas que alcanzaron los diez mil ejemplares (una cifra impresionante para la época), Benjamin Franklin había conseguido un considerable patrimonio que le permitió abandonar la impresión.
El estadista
La época de más intensa actividad política de Benjamin Franklin se inició en 1757, una vez finalizada aquella larga etapa como impresor. Lo más importante de la misma fue su tarea como inspirador y activo factótum de la independencia. Puede atribuírsele la idea primigenia de unos Estados Unidos como nación única y no como un grupo de colonias separadas, ya que dos décadas antes de la guerra de independencia americana concibió un sistema de gobiernos estatales reunidos bajo una sola autoridad federal.
Previamente, convertido ya en uno de los más importantes personajes públicos de Filadelfia, había sido elegido miembro de la Asamblea legislativa; llevó a buen fin el tratado con los indios rebeldes, encontró un sistema racional para la limpieza de las calles y promovió numerosas iniciativas y mejoras. Su temperamento activo y polifacético lo impulsaría a participar en las cuestiones de ámbito local, por ejemplo, en la creación de instituciones como el cuerpo de bomberos de Filadelfia, la biblioteca pública y la Universidad de Pensilvania, así como la Sociedad Filosófica Americana. Como director general de Correos en Filadelfia, primero de importancia de los múltiples cargos públicos que desempeñaría con brillante eficiencia, Franklin alcanzó una serie de éxitos fulgurantes en la mejora del servicio, amplió considerablemente la frecuencia de los envíos y mejoró los caminos postales.
Cuando en 1757 fue enviado a Londres para defender los intereses de las colonias americanas ante la metrópoli, Benjamin Franklin inició una intensa labor política que acabaría dando los frutos apetecidos. En una famosa ocasión estuvo durante todo el día en la Cámara de los Comunes, contestando con gran habilidad las preguntas que le dirigían los miembros de tan honorable institución en torno a la resistencia de las colonias ante la muy odiada ley tributaria inglesa, que resultaba nefasta para los intereses de los colonos americanos. El resultado fue que el Parlamento revocó la ley (1766) y la guerra se retrasó diez años, dando a los independentistas tiempo suficiente para prepararse.
Ante las nuevas presiones fiscales y políticas ejercidas por la metrópoli, Benjamin Franklin dejó Londres; regresó a Filadelfia en 1775 y se adhirió decididamente al movimiento independentista. Ese mismo año fue nombrado diputado por Pensilvania ante el II Congreso Continental, en el que los representantes de las trece colonias norteamericanas decidieron formar un ejército para luchar contra Inglaterra. Al año siguiente redactó, conjuntamente con Thomas Jefferson y John Adams, la histórica Declaración de Independencia (1776).
Debido a su prestigio, se le escogió en diciembre de ese año para efectuar una gira por Europa (1776-1785) en busca de apoyo para la causa independentista. Era fundamental conseguir la ayuda de Francia, sin la cual la contienda podía prolongarse indefinidamente e incluso perderse. George Washington se había entregado a la organización de un ejército norteamericano, pero la metrópoli contaba con todo el poder, las armas e importantes aliados. Era preciso contrarrestar ese poderío consiguiendo el auxilio de Francia. Franklin no sólo convenció al reacio monarca francés, Luis XVI, de que enviara secretamente suministros al general Washington, sino que un año después (1778) logró que entrara abiertamente en la guerra como aliado después de firmar un tratado de amistad.
Finalizada la guerra y lograda la independencia efectiva, Benjamin Franklin fue partícipe en las conversaciones para concluir el tratado de paz que pondría fin al conflicto (1783). Tras su regreso a Filadelfia fue nombrado miembro de la convención encargada de la redacción de la Constitución estadounidense (1787). Franklin consiguió además resolver un problema que amenazaba con dificultar seriamente la formación del nuevo país: los pequeños Estados querían tener idéntica representación en el Congreso que los grandes y, a su vez, éstos pretendían que el número de delegados se eligiera según la población de cada Estado.
Franklin resolvió la dificultad aceptando la primera propuesta como base para el Senado y la segunda para la Cámara de Representantes; luego, cuando la Constitución estuvo lista, se encargó personalmente de que fuera ratificada por los distintos Estados, tarea para la que tuvo que poner en juego todas sus dotes de persuasión y sus capacidades de magistral razonador: ninguno de sus interlocutores se resistió a sus argumentos. Vuelto a Filadelfia, ya viejo y fatigado, y con la esperanza de un descanso bien merecido, se vio inmediatamente agobiado por nuevas responsabilidades públicas, llevando una vez más a cabo con su perfecto y admirable estilo las misiones confiadas.
El científico
El interés de Benjamin Franklin por los temas científicos comenzó a mediados del siglo y coincidió aproximadamente con aquella etapa de intensa actividad política. Durante una estancia en Francia, en 1752, llevó a cabo el famoso experimento de la cometa, que le permitió demostrar que las nubes están cargadas de electricidad y que, por lo tanto, los rayos son esencialmente descargas de tipo eléctrico.
Para la realización del experimento, no exento de riesgo, utilizó una cometa dotada de un alambre metálico unido a un hilo de seda que, de acuerdo con su suposición, debía cargarse con la electricidad captada por el alambre. Durante la tormenta acercó la mano a una llave que pendía del hilo de seda, y observó que, lo mismo que en los experimentos con botellas de Leyden que había realizado con anterioridad, saltaban chispas, lo cual demostraba la presencia de electricidad.
Este descubrimiento le permitió inventar el pararrayos, cuya eficacia dio lugar a que ya en 1782, en la ciudad de Filadelfia, se hubiesen instalado 400 de estos ingenios. Sus trabajos acerca de la electricidad le llevaron a formular conceptos tales como el de la electricidad negativa y positiva (a partir de la observación del comportamiento de las varillas de ámbar) o el de conductor eléctrico, entre otros. Expuso además una teoría acerca de la electricidad en la que consideraba que ésta era un fluido sutil que podía presentar un exceso o un defecto, descubrió el poder de las puntas metálicas al observar que un cuerpo con carga eléctrica se descarga mucho más deprisa si termina en punta, y enunció el principio de conservación de la carga eléctrica.
Benjamin Franklin inventó también la llamada estufa Franklin (1742), una estufa de hierro de mayor eficiencia y menor consumo, y las lentes bifocales. La gran curiosidad que sentía por los fenómenos naturales le indujo a estudiar, entre otros, el curso de las tormentas que se forman en el continente americano, y fue el primero en analizar la corriente cálida que discurre por el Atlántico norte y que en la actualidad se conoce con el nombre de corriente del Golfo.
Músico e instrumentista experto, escribió también sobre los problemas de la composición musical, en particular sobre los referentes a la adaptación de la música a la letra para que esta última pudiera ser inteligible. Una relación detallada de sus hallazgos resultaría interminable y agotadora, pues su capacidad creadora y su sentido de anticipación fueron absolutamente extraordinarios.
Benjamin Franklin falleció en Filadelfia a los 84 años de edad. Había permanecido activo prácticamente toda su vida; sólo dos años antes había decidido retirarse de la vida pública y completar su Autobiografía (iniciada hacia 1771), que vería la luz póstumamente. Una de las razones que lo llevaron a la longevidad fue su profundo conocimiento de los temas relativos a la salud. Daba largas caminatas en cuanto tenía ocasión, era un ejemplo de moderación en la mesa y, en contra de muchos prejuicios acatados por sus contemporáneos, tenía hábitos que resultaban insólitos para el americano medio, como la costumbre, considerada extravagante y perniciosa, de dormir con las ventanas abiertas de par en par.
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