Citas en línea: el romance está muerto (Pero el acostón está bien vivo)

¡Trata de blancas! ¡Secuestradores! Eso fue lo primero que pensé cuando me enteré de estas aplicaciones. ¡Trata de blancas! ¡Secuestradores! Eso fue lo primero que pensé cuando me enteré de estas aplicaciones. ¿Soy la única a la...

6 de julio, 2015
tinder

¡Trata de blancas! ¡Secuestradores! Eso fue lo primero que pensé cuando me enteré de estas aplicaciones.

¡Trata de blancas! ¡Secuestradores! Eso fue lo primero que pensé cuando me enteré de estas aplicaciones. ¿Soy la única a la que le da miedo la idea de conocer gente así? Tal vez sea porque mi mente siempre se va al peor escenario posible. ¿Ya no es válido llegar y decir "hola, me llamo tal"? Puede ser que  ahora suene antinatural hacer eso, "¿por qué no me mandas un whats, mejor?", algunos contestarían. Mi miedo es que con el Internet todos todos podemos crearnos un personaje y ser quienes queramos ser; claro que después viene el encuentro, ahí es cuando se revela qué tanto se parece la persona real a la de la foto (y con suerte vives para contarlo). Bueno, para conservar la integridad de la plataforma decidí superar mi rechazo y sumergirme en esta sociedad secreta. Sobra decir que terminé con más dudas que con las que empecé. ¿Es seguro? ¿Es sólo para acostones? ¿Ya nadie arregla el cuarto en el que están antes de tomarse la foto? No cabe duda que en el mundo virtual no siempre tenemos la suerte de Meg Ryan para conocer a nuestro Tom Hanks.

Todo esto no estaba en mi radar hasta hace apenas unas semanas, cuando mi amiga M. (sí, otra M.), me confesaba, con una margarita entre pecho y espalda, que era partidaria de estas cosas e incluso ya había tenido varias citas. Me impresioné pero, si alguien como M., una buena mujer, educada y de familia lo veía con buenos ojos, cabía la posibilidad que lo estuviera juzgando mal. Y la verdad es que le ha tocado conocer a hombres decentes, unos más rescatables que otros y, hay que decirlo, también a uno que otro malnacido. Así que, en contra de mi voluntad y buen juicio, decidí bajar una de las aplicaciones porque, ya saben, me gusta hablar desde un punto de vista informado; entonces me inventé un alias y me animé a explorar el mundo de las citas virtuales. La aplicación se enlaza con la cuenta de Facebook, o sea que tuve que volver a familiarizarme con esa red social del demonio después de que hace año y medio logré exorcisarlo de mi vida (honestamente nunca he sido más feliz). Ese fue un trago amargo pero bueno, dejé que Facebook hiciera su magia compartiendo mis únicas dos fotos.

Tenía que pasar el dedo sobre sus fotos y moverlo hacia la derecha si me gustaba alguien y a la izquierda para descartarlos, y así empecé a navegar mares de fotos desafortunadas. Algunas moví hacia la derecha por mensa, por quererme regresar a ver la foto anterior pero no funciona así la cosa, a menos que paguen por la versión plus. "Es adictivo porque tratas de darle like a la mayor cantidad de fotos para ver a cuantas personas les gustas", me explicaba M., pero para mí fingir que alguien me gusta es mucho trabajo para una levantada de ego a cambio; además mis prejuicios y paranoias de abuela me llevaban a descartar a casi todos. Había toda clase de selfies; unas estaban tomadas desde la barbilla para abajo (para quien tenga un fetiche de barba  hipster), en algunas el punto focal eran los músculos o falta de, en otras era la típica risa calculada casual ("¡no me di cuenta que me estaba tomando una foto a mí mismo, jaja!"); la selfie viendo al horizonte, la descarada frente al espejo flexionando con una pesa en una mano y el celular en la otra; en fin, muchas que está de más describir; y con unas cuantas no había pierde, las intenciones eran obvias. Trataba de mantener la mente abierta pero esos perfiles no ayudaban, terminé haciendo match con sólo seis personas y hablándole a cuatro.

Al principio estaba muy confundida. Ya había dado likes a propósito y ya le habían dado like a mi perfil, ¿y luego? "¿Tengo que ser yo la que inicie la conversación?" le preguntaba a M. por teléfono.  "Algunos esperan que tú seas la que les hable, así son los hijos de su madre", me decía  con irónica indignación. Al final todo es un juego, a ver quién da su brazo a torcer poniendo al que dé el primero paso en desventaja, como si tuvieran algo que probar haciéndose los difíciles. Yo no tenía tiempo para eso, esperé un periodo razonable de tiempo pero si quería acelerar el proceso tenía que ser yo la que iniciara la conversación. Normalmente, contrario a lo que se pueda creer, soy muy buena rompiendo el hielo… en persona; por medio de una aplicación es muy raro e incómodo. Me cuesta creer que de aquí nazcan conexiones, digo, hasta para un rechinido de catre se requiere un mínimo de esfuerzo al menos para convencer a uno. Empecé con un simple, "hola, ¿cómo estás?" a falta de algo mejor qué decir; luego aprendí que el saludo en este idioma es "¿cuándo nos vemos?", al menos en mi caso. "¿Ya de plano?", le pregunté a uno. "Pues sí, ¿no? ¿Por qué otra razón estás en Tinder?" fue su respuesta, seguido de guiño guiño carita feliz carita feliz.

Ojalá tuviera algo relevante que reportar pero no tengo nada. Llegó un punto en el que parecía que estaba haciendo entrevistas de trabajo, así de robóticas fueron mis conversaciones. Es como comprar un coche. No te quiero ver en perfil 3/4 con la iluminación poética de un atardecer en poses tontas y haciendo muecas, te quiero ver de frente abajo de un buen foco ahorrador de luz blanca. Lo único que tengo claro es que la sutileza no es el fuerte de muchas personas porque creen que una foto en los calzones más viejos es una buena manera de seducir.

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