Escribí ayer que una vez que los partidos definieron a sus candidatos tuve que decidir si entrevistarlos o no durante el tiempo en que duraran…
Escribí ayer que una vez que los partidos definieron a sus candidatos tuve que decidir si entrevistarlos o no durante el tiempo en que duraran sus campañas.
Primero, determiné que no entrevistaría a cualquier candidato solo por el hecho de serlo y que a mis programas solo invitaría a aquellos que tuvieran una oportunidad real de ganar una gubernatura.
Segundo, decidí que no entrevistaría a candidatos de Morena en vista de que desde hace casi 18 años el dueño de ese partido ha rechazado todas mis atentas invitaciones para platicar conmigo en alguno de mis programas de radio y TV. ¿Por qué he de entrevistar a los títeres de AMLO mientras que su titiritero, probablemente por miedo, se niega a contestar públicamente mis preguntas y aclarar mis dudas?
Luego, se me ocurrió que la mayoría de quienes me escuchan en México y Estados Unidos no tienen el menor interés de oír las promesas exageradas y generalmente sin sustento de candidatos a gubernaturas, presidencias municipales o congresos locales y menos si compiten en estados que no son los suyos.
Finalmente, resolví que este año no invitaría a candidato alguno a mis programas, a menos de que alguno de ellos expresamente solicitara ser entrevistado.
Corroboré que mi decisión fue correcta después de escuchar las primeras participaciones de los candidatos a gubernaturas en diversos programas y debates en radio y televisión. Salvo algunas, muy pocas excepciones, la mayoría de ellos demostraron ser hombres y mujeres sin substancia, rápidos para prometer cosas imposibles pero lentos para responder preguntas difíciles o rechazar con argumentos las acusaciones de corrupción hechas contra ellos.
En todas las entrevistas que escuché los candidatos ofrecieron una y mil cosas a los votantes, pero nunca fueron capaces de explicar cómo financiarían obras públicas, universidades, becas escolares, sueldos rosas o planes asistenciales, el método que seguirían para combatir a la delincuencia, el sistema que aplicarían para combatir la corrupción y eliminar la impunidad, o la manera en que reclutarían a los funcionarios de todo nivel para hacer realidad sus promesas y el origen de los recursos necesarios para pagarles sus sueldos.
En entrevistas y supuestos debates los candidatos prometieron lo no realizable, acusaron a los contrarios de ser corruptos, ladrones, ineptos y hasta traidores a la patria, y negaron haber cometido actos aparentemente ilícitos, aunque fuera pública la evidencia de sus supuestas pillerías. Actuaron como siempre han actuado la mayoría de los candidatos en México, bajo el supuesto de que los hombres y mujeres que dicen querer gobernar o representar somos tontos, ignorantes o, de plano, carentes de cualquier capacidad crítica.
Qué bueno que este año perdí tan poco tiempo con estos candidatos sin substancia.
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