Cuando hablamos de estilo en la literatura entendemos que es en referencia a la manera en que se dicen las cosas. Una forma de escribir…
Cuando hablamos de estilo en la literatura entendemos que es en referencia a la manera en que se dicen las cosas. Una forma de escribir o contar algo. Hay, por ejemplo, estilos que funcionan muy bien para novelas como El código Da Vinci de Dan Brown que su función principal es la de hacerte pasar el rato; novelas que no tienen más que la pretensión de entretener, y que cuentan con una estructura de molde; es decir, los caminos para llegar al desenlace siempre son los mismos.
De dicho entretenimiento, que por supuesto es válido y cumple con su objetivo, están llenas las mesas de novedades en librerías –no sólo en México sino en el mundo-: muchos de los llamados Best Sellers cumplen con las características de la literatura antes mencionada, la comercial.
Así, hay un buen puñado de lectores que gustan de este tipo de libros y por ello el mercado constantemente está alimentándolos; pero habrá otras personas que aspiren a conseguir otro tipo de literatura. Que quieran leer algo poco convencional. Estilos diferentes. Que quieran enfrentarse con otro tipo de escritores que van más allá de lo que comúnmente se escribe. Incluso, de las narraciones hechas por grandes escritores de la literatura universal.
Pues bien, por suerte la literatura mexicana es riquísima, y entre esa riqueza encontramos a Daniel Sada (1953-2011). Escritor nacido en Mexicali, Baja California, fue narrador y poeta. Si se puede hablar de estilos únicos, sin duda el suyo lo es, y lo es, porque al seguir leyéndose su obra el autor no pierde presencia; es decir, sigue vivo.
Las obras de Daniel Sada nos adentran a un México árido, donde la tierra se suelta y nos cubre todo; presenta realidades que a muchas personas llenas de urbanidad, se nos olvidan que aún siguen vivas en nuestro territorio. Leer a Sada no es sentarte a escuchar al abuelo, no es ponerle atención al erudito con corbata y traje, a la espera de que nos desvele los misterios del mundo, no.
Con Sada es sentarte a su lado, en una calle desértica de un pueblo que está a la espera de encontrarse. Es escuchar el silbido del viento. Es oír al hombre contar las historias que ocurrieron en tal o cual lugar con tal singularidad que se palpa, no un escritor, sino a un vecino o testigo de los hechos.
Sada es alguien que camina sofocado entre las propias veredas que se va creando. Y es aquel que no se cansa de hablar, de contar con un peculiar tono, lo ocurrido allí. A veces cantado. A veces tropezado (y aquí me refiero específicamente a las licencias que se toma en materia de puntuación, que sin duda es el primer golpe que recibirá el lector al comenzar a leer las páginas de sus libros).
Con Daniel Sada las situaciones van a pareciendo de forma natural. Es creíble cada escenario que plantea. Sus obras son el claro ejemplo de que el arte no se muestra sino se sugiere. Sada sugiere al dejar que los personajes (muy bien delineados) vayan hilvanando sus propias historias hasta desembocar en lo irremediable. Sada no aspira a que el lector encuentre la luz al final del túnel sino que deja que se disipe en el desierto junto a sus personajes al término de la obra.
Estamos entonces ante uno de los autores imprescindibles de la literatura mexicana. Ganador de premios tan importantes como el Premio Xavier Villaurrutia en 1992, Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada en 2006 o el Premio Herralde de Novela en 2008. Pero se sabe que los premios no significan nada si al final la obra desaparece entre tantos y demasiados libros.
Es por esta razón que los invito a ir al encuentro de novelas como Casi Nunca (Anagrama, 2008) o Albedrío (Tusquets, 2001) o, uno de los mayores retos para los lectores: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe (Tusquets, 1999), sólo por mencionar algunas. Tampoco hay que olvidar sus cuentos.
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