El fin de la segunda guerra mundial anunciaba sin duda la etapa de reconstrucción y el liderazgo de la economía norteamericana.
El fin de la segunda guerra mundial anunciaba sin duda la etapa de reconstrucción y el liderazgo de la economía norteamericana. Bretton Woods enmarcaba los acuerdos y fundación de instituciones que subsisten como estandartes del avenimiento de los países que deseaban no solamente paz, establecían lazos inquebrantables de intercambio y cooperación. Las décadas del resurgimiento descansaban en acuerdos sólidos que reforzaban fronteras otrora controvertidas y disputadas. Comercio era el vocablo que relucía en las salas de Washington, para anunciar al mundo la disposición de fondos y voluntad de entendimiento. El comando de los grandes capitales ya tenía residencia. Se cuestionaba poco cuando el derrumbe de los centros europeos añoraba el resguardo de años de opulencia y en muchos casos, dominio.
Esa transferencia de riqueza no se dio con territorio y recursos naturales en abundancia. El inventario de esa naturaleza rica en todos los órdenes hizo su gran dote en un protectorado de gran cuidado, y con una filosofía de acumulación sin límite; la prerrogativa del terreno brindaba oportunidades abandonadas en el viejo mundo de un siglo previo. Los avatares de poblaciones indígenas estaban resueltos, con la premisa única que conoció la fundación de una nación que crecía al amparo del designio divino. Nunca habría conflicto de etnias en esa tierra iluminada por profética ruta. El principio de acumulación se convirtió en dogma, en sino de actuación dentro y fuera de territorio que nunca adquirió mayor denominación que la unión de estados, y en eso quedó la intención de nación, en estados unidos por la voluntad de un puñado que debía enarbolar una misión, la del dominio.
Los años dieron cuenta de intervenciones y juicios en pronunciamiento claro de arbitraje por el simple hecho de tener el control del orden monetario internacional, bandera izada en 1944 en New Jersey, Bretton Woods otra vez, para remarcar el acuerdo del concierto de naciones del llamado mundo libre de entonces. El afán conciliatorio se tradujo en afán intervencionista con las prerrogativas concedidas por la modernidad que detentaba una nación rica y próspera en una libertad que proscribía las formas imperiales y la aristocracia derrotada en el otro lado de la tierra. El estandarte era claro, los motivos no. México fue testigo impertérrito de estos afanes.
La misión continuaba su camino, bajo una doctrina, la del convencimiento por la vía mercantil o la bélica, la que significó el camino más duradero para perpetuar su papel designado en el arbitraje y en la sentencia para conformar un orden universal de acuerdo al pensamiento americano. El convencimiento fue desplazado por las armas y de la guerra se hizo una verdadera economía de sustento interno. En ocasiones fue estimada como necesaria, por analistas e historiadores. También, el estímulo recibido en la industria y en la manufactura se convirtió en materia de estudio. Las intervenciones se justificaban en aras de libertad. El expansionismo no era tema central. La doctrina Monroe cubría el rescate de principios inalterables de libertad, interpretada por la América para América.
Los últimos treinta años han dado cuenta de trece intervenciones armadas, guerras, para abandonar eufemismos, de los Estados Unidos. El costo es de una cifra inimaginable, más de catorce trillones de dólares. Si comparamos el dispendio mencionado con los tratados comerciales, que trataron de llevar en paralelo, como nación líder en materia comercial, no se llegaría a una cuarta parte de ese total. Si añadimos la actual insistencia del gobierno actual en cerrar su economía y tratar a sus socios comerciales de otra época con un desdén sin precedente, entonces podremos situar conceptos de liderazgo o diluido o compartido. No existe acecho como tal en materia de comercio, existe capacitación, pero sobre todo prudencia, la que enseña el tiempo, para anticipar situaciones futuras en las oportunidades creadas por otros. Oriente, China en particular, con esa parsimonia en la que ha adoptado toda situación posible de tiempo milenario, en la medicina, en la astronomía, en la paciencia de la observancia y en la mesura del consumo, define su tiempo comercial, define su terreno en el dominio de prácticas asimiladas en el tiempo de otras naciones que caminaron con premura.
China estuvo atenta a la formación de bloques que se diseñaron para competir, al esfuerzo compartido de fuerzas, al afán de predominio y ventaja, que nunca descansa, al estudio de satisfactores materiales, a la transferencia de tecnología, y finalmente al traspaso de elemental subsistencia, el alimentario, para no descuidar premisas básicas para poder competir. Los años de formación de un régimen igualitario con incorporación parcial a las necesidades de occidente, han redituado en liderazgo indiscutible en reglas comerciales. Los componentes del costo de producción, los agregados de valor, adquieren una dimensión diferente de la occidental. Sus juicios de inversión no demandan retornos contemplados con la mira de superar tasas de mercado existentes. Su disciplina en el enfoque del ahorro es colectiva y no individual. Por tanto, su actuación en mercados, es altamente competitiva.
En estos días vivimos todavía en esa conformación de bloques, de tratados bilaterales y multilaterales. Vivimos en competencia, en sana competencia, hasta la imposición de aranceles recientes, que empujan a medidas que recomponen el daño de nuestra exportación mermada. Los móviles ya no ocultan promesas de campaña de un gobierno populista instalado en la primera potencia mundial, en la recomposición de un partido en el poder a la caza de elecciones y más cotos de poder en noviembre próximo. Así es la reacción de un gobierno, el norteamericano, con miras de confrontación comercial, evocando principios de dominio y situaciones que los llevaron a trece conflictos armados en las últimas tres décadas, que el mundo no olvida, especialmente los que sufrieron invasión en su tierra. Se asoma un escenario de liderazgo compartido con naciones que piensan diferente, pero que no desean la guerra, de ningún orden. México defiende su compás de espera, pero eso es, espera. Las enseñazas de oriente dictan prudencia.
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