“Toda la desgracia del hombre viene de una sola cosa, no saber permanecer en reposo en su cuarto” (Pascal).
“Toda la desgracia del hombre viene de una sola cosa, no saber permanecer en reposo en su cuarto” (Pascal), y ese infortunio, ese movimiento ajeno a nosotros…, ese impulso, ¿de dónde proviene?
Toda esa serie de casualidades que significa moverse de un lado a otro, ir a alguna parte o regresar solo para volver a irse a otro sitio; llegar para manifestar una idea o llegar y callarse y fugarse, o concretar una meta que al poco tiempo se volverá insuficiente y entonces la siguiente y la siguiente, son pulsaciones, tal vez conscientes, del otro, de ese otro que nos piensa, de ese otro al que se refería Rimbaud y que está lejanísimo a nuestra naturaleza.
El hombre no sabe detenerse, no sabe cómo, porque ignora quién es aquél o aquello que lo provoca.
Todo paso que damos es producto de un hostigamiento pasivo que nos va empujando siempre a la realización de tareas, a concretar acciones, a pensar en algo o alguien a razón de quién sabe quién o quiénes.
Si tan sólo las ideas fueran completamente nuestras.
Si tan sólo fuéramos capaces de saber el por qué la vida se empeña a que el ser humano desarrolle sus capacidades. ¿Cuál es el fin más allá del cristiano, del llegar al paraíso, de ser semejante a Dios en su perfección?
El Superhombre de Nietzsche podría habernos resuelto, pero resulta que éste no es tan libre como parecía: su libertad, ese desprendimiento de la moral, de lo opresivo, de los preceptos cristianos condenatorios que lo persiguen, es un engaño: la espontaneidad del hombre, su azar, son elementos muy llamativos con los que se consigue creer en cierta seguridad de ser dueños de nosotros mismos, de que nuestro destino no es guiado, y que estamos involucrados totalmente en su construcción, junto con los que nos rodean, los de carne y hueso: hombres y mujeres con los que interactuamos de una u otra manera.
Pero si esto fuera así, si fuéramos capaces de ser la voluntad misma (poder detenernos cuando nos convenga), de tener la seguridad de que nuestras intenciones y deseos son propios de nosotros; de que somos capaces de pensar lo que nos venga en gana sin ningún tipo de intervención externa, sin ningún tipo de beneficio ajeno al hombre; si el hombre se ha superado de tal manera que ha alcanzado una mayoría de edad tal que ha podido liberarse de un Dios manipulador (la famosa sentencia “Dios ha muerto”), entonces ¿por qué sigo escribiendo estas palabras? ¿Por qué parece, todavía, que me muevo sin quererlo?
Ir a una idea, ese impulso por generar otras hipótesis y teorías, esa eterna especulación que nace del gran agujero que hay en el pecho de todos nosotros, es también moverse, estar vivo, ser lo que somos, esa especie insufrible e ignorante.
“Dios ha muerto” sentenció Nietzsche, pero es que yo todavía lo veo, en el mundo, en la creencia, en el apego, en el fanatismo y en la esperanza que nunca muere, en la percepción de que hay algo más, en esas respuestas que a su vez son preguntas que derivan en otras y otras.
Dios ha muerto cuando la voluntad es libre (adquiere poder, se libera de las estructuras que se siguen y se imitan –de ese sometimiento-, para volvernos únicos, singularísimos, lúdicos, pacíficos, distantes de las ataduras de las épocas, de los tiempos, de la historia), y sin embargo esta idea también se mueve…
Nos hemos creído que ya hemos superado temas como el de la voluntad, la libertad, el destino, con la facilidad que dan los conceptos superficiales actuales, pero no es así, hoy en día el ser humano está más atado a las creencias de otros –y de ese Otro del que nos creíamos liberados- que nunca; y a esos otros dioses materiales que nos cosifican.
Seguimos buscando respuestas en el cielo o en la ciencia determinista que para fines prácticos en contra del Superhombre, son la misma cosa en esencia.
Hubiera querido que el Superhombre en realidad triunfara, que hubiésemos sido capaces de rebelarnos en contra de nosotros mismos, pero no fue así, no por ahora.
Seguimos moviéndonos de tal manera que la vida no deja fijarnos en una idea concreta por muy real que esta sea, por muy certera que sea, por muy lógica y potencialmente beneficiosa que sea, ¿por qué?
Esta vida parece estar muy interesada en mantenernos entretenidos, en movimiento, como engrandes de una gran maquinaría, en un crear y morir, morir y crear eterno, en un tocar e irse, pero ¿para qué? ¿De qué manera se beneficia? ¿Qué producto somos en realidad?
Seguiremos especulando, yendo de una idea en otra, tropezando con ellas, alimentándonos de ellas, hasta la muerte, hasta que todo esto ya no importe.
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