Las personas cuyos ingresos son muy bajos, que en nuestro país son la inmensa mayoría, difícilmente pueden comprender que haya hombres y mujeres que perciben montos extraordinariamente altos. Y no…
Las personas cuyos ingresos son muy bajos, que en nuestro país son la inmensa mayoría, difícilmente pueden comprender que haya hombres y mujeres que perciben montos extraordinariamente altos. Y no solo no lo comprenden, tampoco aceptan que alguien pueda ganar tanto cuando ellos ganan tan poco.
El 7 de agosto pasado detallé en este espacio los niveles de ingreso de la población económicamente activa (PEA) mayor de 14 años de edad en el primer trimestre de este año, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Escribí que:
1) 6,426,570 de personas, el 13% de la PEA, ganaron un salario mínimo mensual (SMM) de 2,018.70 pesos;
2) 11,993,650 de personas, el 24% de la PEA, percibieron entre uno y dos SMM, de 2,018.71 a 4,037.40 pesos;
3) 11,099,611 de personas, el 22.5% de la PEA, obtuvieron entre dos y tres SMM, entre 4,037.41 y 6,056.10 pesos; y
4) 7,351,432 de personas, el 15% de la PEA, ganaron entre tres y cinco SMM, es decir de 6,056.11 a 10,093.50 pesos.
En resumen, 82% de la PEA no gana arriba de los 10,093.50 pesos al mes.
Frente a esta triste realidad hay otra, la de los ingresos fabulosos que percibe una minoría compuesta de empresarios, ejecutivos, profesionistas independientes, actores, artistas, deportistas, escritores, etc. Ingresos que en la mayoría de los casos son producto de un gran esfuerzo personal y lícitamente obtenidos, a diferencia de las fortunas que con absoluta impunidad se embolsan año tras año un gran número de políticos, funcionarios y líderes sociales y sindicales corruptos.
Esta es la realidad, por más que no nos guste, y es obvio que en México hay mucho por hacer para reducir la brecha que existe entre los muchos que ganan muy poco y los pocos que ganan mucho.
Ahora bien, esta disparidad en los ingresos no se va a terminar satanizando a los que más ganan o cuestionando el uso que los ricos le den a su dinero, como sucede cada vez con mayor frecuencia. No se va a acabar mediante la aplicación de políticas que supuestamente enriquecerán a los pobres y empobrecerán a los ricos, como las que pregonan los demagogos. Se va a acabar cuando el sistema educativo y económico de nuestro país se transforme profundamente para que millones de mexicanos mejor preparados puedan aprovechar las amplias oportunidades que les ofrezca una economía abierta, competitiva y mínima e inteligentemente regulada. Si empezamos hoy mismo, será dentro de unos 30 años cuando se empiece a ver una reducción de tan grande disparidad.
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