Las Islas Malvinas despiertan en mí sensaciones muy especiales.
Las Islas Malvinas despiertan en mí sensaciones muy especiales. Las conocí en la Escuela Primaria y las amé como argentinas, por múltiples razones: geográficas, históricas, geomorfológicas. Las visité en 1974 y me llené de sus paisajes, su historia, si idiosincrasia. Cuando fue esa inútil guerra declarada por nuestro país el 2 de abril de 1982, yo estaba embarazada de mi primer hijo. ¡Cuánto lloré frente al televisor, que mostraba imágenes desgarradoras y sufrimientos de madres! La rendición fue inevitable y la historia se fue cerrando de a poco.
Los soldados encontrados muertos en el campo de batalla recibieron sepultura en un Cementerio argentino, con todos los cuidados y honores. No tenían identificación y en su lápida decía “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.
Por estos días, después de 36 años, la historia se sigue cerrando: 90 de esos héroes fueron reconocidos por los análisis de ADN, aún faltan unos pocos. Ya dejaron de ser anónimos, sus placas ostentan su nombre, gallardía de una lucha desigual.
Días pasados viajaron los familiares a rendirles cada uno su homenaje, dejarles sus lágrimas e historias, su dolor y agradecimiento, pequeños objetos personales como un rosario, una cadenita, un poncho… y flores, las primeras flores… a un hijo, padre, hermano, afecto… perdido por aquellas lejanas tierras sureñas.
Inspirada por todas estas imágenes cinceladas en mí, emergió el poema, simple, sentido, mío…
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