Miguel Carrillo Ayala nació en Tuxpan, Michoacán, el 6 de julio de 1908, y sus padres fueron Avelino Carrillo y Felícitas Ayala. Contrajo matrimonio con su paisana Damaris Maya López.
Desde muy joven mostró inclinación por la mecánica, pero sobre todo, soñaba con surcar el firmamento en un avión propio. ¿Qué tendrá en la cabeza este muchacho?, se preguntaban los vecinos. ¡Ser dueño de un avión y volarlo es cosa de pilotos ricos! ¡Miguelito es pobre y nunca será piloto!
El adolescente bosquejaba en su tierna mente algunos proyectos, los que a sus amiguitos les parecían fantasiosos. Es decir, éstos lo consideraban un perfecto mentiroso, porque jamás cumpliría tan exagerados proyectos, y por ello le apodaron “Pinocho”. Miguel, al igual que Pinocho, el personaje del cuento de Carlo Collodi, era un desobediente; sí, desobedecía a los lugareños que querían arrancarle sus sueños.
Con muchos esfuerzos se costeó algunas clases de aviación. Los pilotos Roberto Fierro, Rafael Obregón y Agustín Gutiérrez fueron sus maestros, y de tales enseñanzas logró acumular cuatro horas de vuelo efectivo, reforzando sus estudios con lecturas de la revista “Popular mechanic”.
Algunas personas que le ayudaron en el proyecto de fabricar su avión fueron Leopoldo Mena, que le obsequió un motor de camión Ford 1930, de cuatro cilindros. Los hermanos José y Enrique Zepeda le ayudaron a transformar el motor. Los también hermanos Armando y Antonio Monjarrez, cortaron y prepararon la madera de troncos de pino oyamel para el fuselaje y el ala.
El inglés, Héctor Tregoni cooperó con $75.00 para comprar la hélice. La señora Ester Cortés puso la tela para cubrir el fuselaje y Braulio Pereznegrón pintó el avión a mano, y pintó también como emblema la máscara del cacique de Zitácuaro, Canícuti. Dos años después, la nave Pietempol Air Camper quedó terminada. En su costado derecho decía “Pinocho”.
Miguel Carrillo contaba con 27 años de edad cuando en febrero de 1936 voló de Morelia a Zitácuaro, tomando como rumbo la vía del ferrocarril, pues el avión no poseía brújula. El 14 de mayo del mismo año abordó nuevamente ese avión, cuyos instrumentos eran un tacómetro, un velocímetro y un altímetro, ¡pero su nave seguía sin brújula! Se despidió de sus amigos y levantó el vuelo hacia la ciudad de México.
El periódico publicó: “…hoy a las 7:00 A.M. salió para México tripulando su avioncito “Pinocho”, el joven aviador y constructor de ese aparato, Miguel Carrillo…”
La vía del tren únicamente le sirvió de guía hasta entrar al Estado de México, y a partir de ahí siguió un rumbo previamente trazado por él mismo. En Villa del Carbón aterrizó de emergencia por mal tiempo, donde permaneció durante media hora.
Retomó el vuelo y a las 09:15 A.M., entre grandes ovaciones del emocionado público, aterrizó victorioso en el Aeropuerto Central de Balbuena. El jadeante aeroplano“Pinocho”, fiel a su amo, había consumido 50 litros de gasolina, desplazándose a una velocidad de 60 km/h. ¡También hubo aplausos para el avioncito de oyamel!
Seis días después -el 20 de mayo de 1936-, en el periódico “La Prensa” de la capital mexicana, el poeta Edmundo de la Portilla dedicó al intrépido piloto un poema extenso octosílabo. Cito un fragmento:
Hace concebir la grata / y lisonjera esperanza, / de que aún quedan hombres buenos / cuyo corazón alcanza / a luchar con gran denuedo / por alcanzar para México, / un victorioso laurel / que sea digno de su duelo.
Tu noble y modesta hazaña, / nos causa placer sincero; / eres Pinocho, desde ahora, / del Espacio, el caballero.
Por esta singular hazaña, el entonces presidente de México, el General Lázaro Cárdenas lo ingresó a la Escuela de Aviación, graduándose de Teniente Piloto Aviador. El teniente Carrillo combatió la rebelión del General Saturnino Cedillo en San Luis Potosí y por méritos en campaña, ascendió a Capitán Segundo.
Fue instructor de prácticas de vuelo en la escuela donde estudió y durante la Segunda Guerra Mundial, instruyó a los pilotos de los escuadrones 203 y 206. Le fue concedida la presea “Emilio Carranza” por sus 10,000 horas de vuelo.
Pidió licencia a la Dirección de Aeronáutica y fue a probar suerte como civil al poblado San Lucas, cerca de Santa Rosalía, Baja California Sur. El escritor Fernando Jordán lo describe así:
“Tiene instalado un taller mecánico… a la orilla del mar, bajo un palmar de datileras… (es gerente, propietario, piloto, copiloto, mecánico y algunas veces, velador).
Es de pequeña estatura, delgadito, muy ligero de peso. Sonríe mucho, tiene una cara simpática que gesticula nerviosamente cuando habla. Su personalidad física no es vulgar ni pasa inadvertida; pero, desde luego, no exhibe nada de lo que el hombre vale, de lo que lleva dentro y mucho menos de lo que ha hecho para ganar la aureola y la fama que va implícita con el sobrenombre renombrado… de Pinocho”.
El capitán Pinocho regresó al activo y fue nombrado Comandante del Escuadrón 203 con sede en La Paz. En toda Baja California Sur se le estimaba por su simpatía y sus ocurrencias. Al pasar del tiempo, su hijo Avelino -de igual nombre que el papá de este aviador-, se casó con una tía de mi esposa.
Entre sus numerosos amigos se contaba mi padre, el Ing. Clemente Ávila Muñoz. Siendo yo todavía un adolescente, algunas veces lo vi de visita en la huertita de mi casa, saboreando junto con otros camaradas taquitos de “Caguama a la greña”, elaborada por mi progenitor, servida dentro del mismo caparacho del quelonio. Los comensales reglamentariamente tenían que acompañar ese manjar con unas ambarinas cruelmente frías.
El Capitán Primero Piloto Aviador, Miguel Carrillo Ayala falleció en La Paz el 16 de julio de 1965.
Actualmente, aquel avioncito que le dio fama a nivel internacional, se encuentra en el Museo del Ejército y Fuerza Aérea Mexicana, en el Cuartel Colorado de Guadalajara, Jal., pero mejor debiera estar en Zitácuaro, Mich. La primera calle de Norte a Sur entrando a Zitácuaro lleva merecidamente el nombre del conocido piloto Carrillo Ayala.
Y como dice el cantautor argentino Alberto Cortez:
“…el alzó sus sueños hacia el cielo / y poco a poco, fue ganando altura / y los demás, quedaron en el suelo / guardando la cordura.
Y los demás, al verlo tan dichoso, / cundió la alarma, se dictaron normas, / No vaya a ser que fuera contagioso… / tratar de ser feliz de aquella forma”.
¡CAP. MIGUEL CARRILLO AYALA!: Michoacán jamás te olvidará, pero Baja California Sur te sigue debiendo un homenaje.
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