Paradigma de la Felicidad en Manuel Márquez de León

Aquí trataré de analizar, aunque someramente, el concepto felicidad en nuestro máximo paladín sudcaliforniano...

11 de enero, 2017

Aquí trataré de analizar, aunque someramente, el concepto felicidad en nuestro máximo paladín sudcaliforniano, el Gral. Manuel Márquez de León, oriundo del Real de San Antonio. En su obra titulada “En mis ratos de soledad”, escrita en 1881, es donde podemos advertir el espontáneo discurso de un ser condenado al exilio. Seguramente que la nostalgia por su atribulada patria y un lacerante sentimiento de impotencia, le obligaron a tomar la pluma, para estampar el producto de sus más profundas reflexiones, sobre el valor del comportamiento ético y moral que debiéramos observar los mexicanos ante toda circunstancia.

Observo, que de particular manera, el vocablo felicidad resuena a lo largo de su libro como una especie de leitmotiv, razón que me indujo a elaborar estas notas. Vemos que a partir del prólogo empiezan sus quejas: “… todos mis esfuerzos se han encaminado siempre (a la felicidad de la patria); la virtud no es favorablemente acogida por la generalidad de mis compatriotas, he tenido que sufrir mucho”.

Un poco más adelante nos dice: “Buena es la riqueza y honra si es bien adquirida y proporciona goces transitorios, pero es mejor la virtud que da eterna felicidad y esa satisfacción pura e indefinible, que siente en sí mismo el que no abriga en su pecho la bajeza”. Afirmando con esto que el dinero bien ganado y los nobles sentimientos son simpatizantes ente sí, y que no deben estar necesariamente divorciados. Seguidamente, nos habla del mayor sentimiento humano: “Hay en la tierra un sentimiento… casi divino, sin el cual  no puede haber felicidad: es el amor”. Refiérese no sólo al amor de los seres más cercanos, sino hacia la humanidad entera, especialmente del sentimiento que experimentó por su patria.

Tocante a la corta permanencia del hombre sobre la faz de la tierra, piensa que tal vez se deba a que su permanencia hace falta en otros estratos para que siga perfeccionándose, pues Dios no ha querido que su felicidad se retarde por más tiempo. En este señalamiento, Márquez de León se refiere a que en su tiempo el promedio de vida era de tan solo  de cuarenta años. Después, asegura que la felicidad y la paz perdurable de las naciones se daría “… si no hubiera gobernantes y legisladores corrompidos, jueces venales y escritores miserables”. Con esto señala que ya desde aquellos años existía fuerte corrupción dentro de los tres poderes de gobierno, sin dejar de lanzarle una florecita al Cuarto Poder, es decir, a los trabajadores de la prensa escrita.

Nuestro autor se pregunta: Cómo podrán ser dichosos los hombres que “ocupan altos puestos en la sociedad, que acaso por su educación y género de vida ó por capricho de la suerte, están colocados en escala más elevada, pero que no por eso tienen más nobles sentimientos que los bandidos vulgares, (ya que) sacrifican la conciencia y el honor traicionando á la confianza pública con la mira de enriquecerse por infames medios, para ser felices, según su manera de sentir, saciando sus inmoderados antojos con placer salvaje”. 

Continúa diciendo, que entre más se estudia el problema de la felicidad, la propia razón dice que la felicidad verdadera no existe en este mundo, pues está cerca d Dios. Y que si acaso existe un tipo de felicidad en esta tierra, “es la que ofrece la virtud,… contra ella se embotan los agudos dardos de la tristeza como las puntas de las flechas sobre una coraza de fino acero”. Casi al final de su libro remata, diciendo: “Si á mí se me preguntara en qué creo que consiste la felicidad, respondería sencillamente que en la moderación de nuestros deseos”.

Asentado lo anterior, observo un gran apego a los argumentos católicos de San Agustín y de Santo Tomás al hablarnos de una felicidad teológica y otra de de tipo terrenal, que a su vez es de consistencia  intelectual. Se aprecian, igualmente, tendencias hacia el eudemonismo al considerar que por medio de la virtud se obtiene el premio de la felicidad. En lo general se identifica con la sabiduría de Sócrates, de Epicuro y Aristóteles. Considero que el paradigma o modelo de la felicidad  en nuestro escritor resulta algo discordante con su calidad de perseguido político, pues ¿cómo podrá ser feliz un ser incomprendido?

Pienso que sus convicciones tenían un basamento casi netamente de consistencia moral, ya que la moralidad tiene como principio básico, precisamente, el “deber ser”. Aún así, nuestro admirado general, en su fuero interno gozaba de una felicidad muy especial, pues al decir de Bertrand Russell, “la felicidad del reformador o del revolucionario depende del curso de los acontecimientos públicos; pero, aun (ante la perspectiva de ser fusilado goza de cierta felicidad)”.

Para finalizar, dice Baudelaire que “hay cierta gloria en no ser comprendidos”. El idealista realeño no fue la excepción, pues “le tocó libar el néctar negro de los sueños blancos”. Quizá su mayor felicidad fue, sentir palpitar por siempre en su alma esa incomprensión baudeleriana.

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