Al día siguiente en que Agatón resultó triunfador en un concurso poético, invitó a un selecto grupo de amigos a seguir festejando la victoria en su propia casa. Al convivio del día anterior Sócrates no asistió, porque no le gustaban las aglomeraciones. El autor del “yo sólo sé que no se nada” llegó después que su amigo Aristodemo. Saludó, aparte del homenajeado, a Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y otros más.
Terminaron de comer pero no de beber, aunque moderadamente; como quien dice sólo se la iban a curar, porque en el festejo anterior bebieron demasiado, y acordaron no tomar vino con la intención de emborracharse, solamente beberían por placer, es decir, “no más pa’ la sed”, aunque hubo una excepción a ese acuerdo, pues Alcibíades, dirigiéndose al grupo les sugirió: “Sócrates podrá beber cuanto quiera y jamás se le verá ebrio”.
Una nívea y esbelta flautista amenizaba ese placentero banquete, emitiendo cálidas y agudas notas, dispersándose éstas entre los viñedos, higuerales, olivares y naranjales. La conversación medular se debió a una inquietud de Fedro, al observar que los poetas habían hecho himnos y cánticos alabando a la mayoría de los dioses, y sin embargo, ninguno había compuesto algo para Eros, el dios del amor.
Fedro emitió su discurso, después Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, y el anfitrión Agatón. Todas las presentaciones resultaron excelentes, aunque con diferentes enfoques. Sócrates bajó su copa y se enfrascó en sus pensamientos… recordaba a Diotima de Mantinea, la sacerdotisa del templo de Apolo. Esa dama le aleccionó en lo que modernamente podría llamarse Filosofía del Amor. “Todo lo que sé sobre el amor, se lo debo a ella”, dijo a sus amigos cuando le tocó el turno de alabar a Eros.
Dio un sorbo al encarnado vino y empezó: Diotima me dijo: “No afirmes que todo lo que no es bello es necesariamente feo, y que todo lo que no es bueno es necesariamente malo. El amor no es bello ni bueno, pero no necesariamente es feo y malo, sino que ocupa un término medio entre estas cosas contrarias”.
Y continuó Diotima: Por herencia materna, Eros siempre es pobre, y lejos de ser bello, como generalmente se cree, es flaco, desaseado, descalzo, sin casa y su cama es la tierra, durmiendo bajo la luna junto las puertas o en las calles. En cambio, por herencia paterna, siempre anda en busca de lo bello y bueno, es varonil, reservado, persistente, hábil cazador, ansioso de conocer, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad, filosofando sin cesar, encantador, mágico, sofista. Por su naturaleza, Eros no es inmortal ni mortal; un día aparece floreciente y lleno de vida, y después se extingue para volver a renacer. Todo lo que adquiere lo disipa, de suerte que nunca es rico ni pobre. Ocupa un término medio entre la sabiduría y la ignorancia.
Y si todos los hombres aman,-me interrogó- ¿por qué lo decimos de unos y no de otros? No pude contestar su pregunta, me sorprendió.
Me dijo, no te sorprendas: Fíjate que la palabra poesía –poiisis, significa crear- tiene muchas acepciones, de suerte que todas las obras de todas las artes son poesía, y que todos los artistas y todos los obreros son poetas. Contesté ¡es cierto! Y abundó: No a todos los artistas y obreros se les llama poetas, sino que se les da otros nombres. La música y el arte de versificar han recibido el nombre de todo el género. Esta es la única especie que se llama poesía, y únicamente a los que la cultivan se les llama poetas. Afirmé nuevamente.
Y finalizando una de sus lecciones me dijo: “Oh, mi querido Sócrates, si por algo tiene mérito la vida, es por la contemplación de la belleza absoluta! En parecidos términos, el filósofo ateniense culminó su participación, afirmando: “La naturaleza humana difícilmente encontraría un auxiliar más poderoso que Eros. Todo hombre debe honrar a Eros. Yo honro todo lo que a él se refiere, le hago objeto de un culto muy particular”.
El acuerdo de beber con moderación se derogó, y ese convivio siguió de frente… la mayoría de los invitados quedaron fuera de combate. Erixímaco, Fedro y otros se retiraron a sus casas. Al canto del gallo, sólo Agatón, Aristófanes y Sócrates permanecieron despiertos tomando vino, platicando sobre la Tragedia y la Comedia griegas.
Después de algunas copas matutinas, Aristófanes cayó rendido, seguido de Agatón. Pero Sócrates, –como una lechuguita- dejó su asiento y, abandonando el campo de batalla dirigió sus pasos al Liceo para darse un baño. Pasó el resto del día en sus ocupaciones habituales, llegando a su casa hasta la tarde, para descansar.
Cómo la ves, estimado lector, ¡hasta en la forma de beber Sócrates nos impartió cátedra!
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