La Chica del Tambor

Aquella noche, sentado ante la barrra, un bohemio jubilado la vio entrar al bar.

3 de mayo, 2017

 

Aquella noche, sentado ante la barrra, un bohemio jubilado la vio entrar al bar. Tendría esa mujer algo más de veinte años. Era de mediana estatura, esbelta y de piel apiñonada. De su hombro derecho colgaba un tambor de madera color café obscuro. Se ganaba la vida cantando algunas melodías acompañada de su tambor y tenía que conformarse con las escasas monedas que los parroquianos le obsequiaban. 

 

Una mañana de principios de invierno la encontró afuera de una reconocida tienda de autoservicio y le pidió prestado la cantidad de $2.00 y, al preguntarle para qué los necesitaba, le dijo que para completar una bolsita de “Sabritas”. Supuso el caballero que la joven aún no había desayunado lo cual le confirmó al instante.

Era la primera ocasión que cruzaban palabras y se animó a invitarla a desayunar a un restaurante cercano. Mientras tomaban el café, le contó que había truncado su carrera de Medicina Naturista y que había llegado a La Paz procedente del sureste mexicano; que no contaba con ningún familiar ni pariente en la ciudad; que su cama era la arena de la bahía, y cobijaba su cuerpo con su chal y su cara con una bufanda. Cuando terminaron se retiró inmediatamente, tal vez porque desayunó bastante bien y eso le produjo sueño.

Una semana después de este encuentro la vio de nuevo entrar al bar. A la chica le dio gusto verlo y juntó su frente a la de éste. La invitó a comer a otro restaurante también cercano. Se fueron a  pie… él se sentía entre sueños, caminando sobre las nubes al lado de una fémina a quien casi le triplicaba la edad. Ahora éste llevaba el tambor al hombro; ella le pidió prestado el teléfono celular y le tomó algunas fotos mientras se detenían en las esquinas esperando lo rojo de los semáforos. Llegaron a ese establecimiento, rústico, con techo de palma. Comieron y se tomaron unas cervezas.

Ya de noche se fueron a otro bar donde siguieron saboreando otras cervezas en agradable compañía. Más tarde la chica acomodó su tambor entre sus piernas y le dijo a su compañero que escuchara atento. Interpretó una dulce y desconocida canción. Al terminar, la dama le expresó que le había cantado en una combinación de lenguas arameo y español. También le hizo saber que ella había nacido cerca de Addis Abeba, capital de Etiopía. 

Después, nuestro personaje regresó al bar donde la vio por primera vez. Preguntó al barman por ella y éste le contestó que hacía ya semanas que no se le veía por ahí tamborileando su instrumento. Se sentó en una mesa apartada y empezó a pensar en la posibilidad de escribir un relato sobre esa exótica muchacha. Por esas fechas se enteró de una novela escrita por John Le Carré en 1983, llevada al cine al año siguiente por George Roy Hill, y con sorpresa vio que tal obra llevaba el mismo título que ya tenía pensado atribuír a su historia,  que en inglés se traduce como The Little Drummer Girl”, o sea, “La Chica del Tambor”. En esa obra de ficcción la chica se llamaba Charlie, mientras que en esta historia paceña ella se llamaba Árabi.

¡Llegó la primavera, pero aquel bohemio jamás volvió a saber nada de la chica del tambor!

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NOTA: Un amigo mío fue uno de los dos personajes de esta historia, la cual me pareció interesante y le pedí autorización para redactarla y publicarla.

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