¡Hasta luego Jacquelín!

Casi al fondo del restaurante dos mujeres departían animadamente...

14 de diciembre, 2016

Casi al fondo del restaurante dos mujeres departían animadamente… Al comensal solitario le pareció más atractiva la de vestido negro, gargantilla plateada, boca pequeña y nariz discretamente levantada. Escuchó que pedían la cuenta y presuroso escribió unas líneas en una servilleta. Iban llegando a la puerta de salida, cuando el mesero hizo entrega del comunicado a la destinataria; ésta lanzó una inquisidora mirada al remitente, arrugó el papel y se alejaron.

 

Al atardecer contestó ansioso el celular:

           -¡Hola! –dijo Ricardo. 

           -Supongo que eres el del restaurante –respondió ella.

           -Sí, yo soy; ¡me da gusto que te hayas comunicado!

           -Y francamente no sé por qué lo hice.

           -¿Dónde podríamos conversar en vivo?

           -Es mejor que colguemos, olvidémonos de esta tontería  -replicó la dama.

           -¡Por favor, déjame verte de nuevo, cuando menos para conocer tu nombre! –imploró aquél.

           -De veras que eres terco-. ¡Está bien! –finalizó la joven-. Podemos vernos esta noche en el “Dance & Dance”, ¡bye!

Lentamente llegó esa noche…

          -¿Qué tal se da el ambiente en el lugar a donde me lleva? –preguntó el galán al taxista.                                                       

         – ¡Se pone bien –exclamó éste- aunque se ubique en la Zona!

         -¿En dónde? –exclamó sorprendido.

        -¡Pues en la Zona de Tolerancia! ¿Usted no es de por aquí, verdad? -abundó el chofer.              

        – ¡No señor, estoy de paso! –balbució con desgano.

El viajero se resistía a la revelación del conductor. No aceptaba que la delicada mujer de melodiosa voz y de modales tan finos lo citara en ese lugar. Su manera de manejar los cubiertos y la forma de asir su copa de vino, difícilmente podrían corresponder a una mujer inmersa en ese nocturnal estilo de vida.

Contempló la fachada del edificio: estaba iluminado con parpadeantes focos rojos; el nombre, formado con minúsculas bombillas blancas y, sobre el techo, unos tubos de neón color azul delineaban a una bailarina en constante movimiento. Entró al salón… multicolores persianas verticales cubrían a la mitad los rojos muros de ladrillo barnizado. Un rectángulo de arcos de madera delimitaban la pista, sobre la cual un grupito de parejas ejecutaban sus mejores pasos.

En un asiento giratorio frente a la barra estaba ella platicando amistosamente con el cantinero. Una vez sentados ante la mejor mesa, la mujer de claros ojos le dijo:        

          -¡Tenías urgencia en verme, pues aquí me tiene Señor Terco! ¡Ésta es mi vida y lamento haberte defraudado!

          -Defraudado no, simplemente un poco desconcertado.

          -No seas mentiroso, ¡Salud!

          -¡Salud, Jacquelín!

          -¿Te fijaste en esa señora que pasó refunfuñando junto a nosotros?

          -Sí, me di cuenta, tal parece que te odia.

          -No, así se pone cuando nos ve platicando con algún cliente, pues la pobre no agarra nada, ni con red camaronera, ja, ja,               ja.

          –¡Esmeralda! –le gritó-. Ven, te invito una cerveza.

          -Oiga joven, –dirigiéndose al acompañante- estas cabronas me dicen abuelita, pero así como me ve, todavía puedo                         devorar a dos o tres “nietecitos, ji, ji, ji”.

Después de comentar las glorias de sus mejores tiempos se retiró a jugar un solitario a una mesa lejana… una esmeralda ayer refulgente, hoy sin brillo, última sobreviviente entre las damas del histórico y desaparecido cabaret “Chacucas” de Santa Rosalía.

¡Vamos a bailar! –le invitó Jacquelín-. Las melodías poco a poco fueron llenando de romanticismo el ambiente. Se veía hermosa, enfundada en su largo vestido gris. Al tacto, su escasa cintura y la suavidad de la piel de su espalda fue sumergiendo a Ricardo en un abismo sin fin… Sin despegar sus bocas continuaron bailando junto al pino navideño, siguiendo el placentero y pausado ritmo del bolero “Contigo en la distancia”.

Jacquelín no le dio muchos detalles de su vida, simplemente le dijo:

          -Fui casada durante dos años, y dejé trunca mi carrera de Ingeniería en Sistemas. ¡Y no me preguntes más, por favor!

¿Qué extraña relación la de ellos? ¡Parecía un noviazgo, jamás hablaron de sexo! Repentinamente aparecieron los primeros rayos de sol. Se despidió de ella sosteniendo entre sus manos sus rojizas mejillas, trazando una cruz de besos en aquel nectarino rostro.

         -Jacquelín, ¿nos veremos de nuevo esta noche?

         -Ésta y todas las noches, si  acaso es esa tu preocupación.

A partir de ese momento los minutos transcurrieron cruelmente lentos para el enamorado. Cuando por fin llegó la ansiada noche salió a la calle frente a su hotel, pero no circulaba ningún taxi. Habló pero los teléfonos de los Sitios no contestaron. Caminó hasta el centro de la ciudad, encontrando las calles desiertas y, ahora sí, las horas pasaron rápidamente. Era riesgoso trasladarse a pie al cabaret, pues distaba varios kilómetros a través de obscuro camino. Regresó al hotel vibrando de frío y esperó afuera a ver si de milagro llegaba alguno.

Esa noche la temperatura bajó drásticamente y la neblina rondaba por toda la región agrícola de Ciudad Constitución. ¡El reloj marcó el principio de un nuevo día! Sólo le restaban unas cuantas horas para dejar la ciudad, y contra su voluntad se encerró en su cuarto.

De esta situación bien puede establecerse una analogía; porque si el “General Invierno” derrotó a Napoleón en los campos de Moscú, a Ricardo lo derrotó el “Cabo Invierno” en el municipio de  Comondú.

Se dejó caer en su cama… Le pareció aspirar el desvanecido perfume que aquella belleza dejara  en la solapa derecha de su traje, mientras bailaban la noche anterior. Suspiró gimiendo:  

        -¡Esto no es el fin, hasta luego Jacquelín!

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