Este conmovedor caso se originó en Santa Rosalía; un tradicional y atractivo puerto minero de origen francés ubicado a 553 kilómetros al norte de La Paz. Y sucedió que, dos días antes de que los pueblerinos estrenaran el otoño del año 1900, el coronel Abraham Arróniz, jefe político del Distrito Sur -quien tenía apenas tres meses de ocupar el cargo-, ordenó de manera enérgica al C. Juez de Paz de este poblado, que de inmediato integrara una averiguación sobre un hecho que le tenía muy preocupado. Había terminado de leer el ejemplar #717 de un periódico editado en Guaymas llamado El Correo de Sonora -Diario de la Tarde-, fechado el 11 de septiembre del citado año. La nota sobre la que hablaré seguidamente ya había sido publicada originalmente el 2 del mismo mes en el rotativo La Libertad, impreso en Guadalajara.
El título SANTA ROSALÍA, B.C.no parecía augurar nada desagradable, pero leamos estimados lectores, su tácito contenido: Hace poco llegó á esta ciudad una pobre mujer, tristemente impresionada de la suerte que cupo á un sobrino suyo en la población citada. Refiriendonos esa señora, que su sobrino referido trabajaba en una de las minas de cobre que en Santa Rosalía se explotan: que estando dedicado cierta vez á las duras faenas de su empleo, tuvo la desgracia de caer á un profundo pozo, de donde lo extrajeron momentos después con el craneo roto.
Púsose en cura y sanó de la herida, pero su cerebro quedó alterado, y solo le fue posible continuar como rayador de los operarios. Un día, inducido por algunos hombres de poca conciencia ó tal vez sin darse cuenta completa por estado intelectual, jugó sus jornales, los perdió y continuó, para desquitarse de la pérdida, jugando los de la raya que ascendían, á unos veintiocho pesos, que así mismo perdió. Entonces vino la última serie de sus padecimientos; sin más causa judicial que la averiguación de algunos particulares hicieron de su falta, fue condenado á morir, y en efecto, se le fusiló
¿Y cuál fue la continuación del escrito? ¡No lo sé! Lo que pasa es que esta narración así aparece en una sola hoja transcrita a mano de su original, sin punto y seguido, ni coma, ni punto y coma ni dos puntos; misma que fue radicada en su momento en el expediente del juzgado. Posiblemente la hoja u hojas complementarias se extraviaron pero aún así aporta considerable información. Por lo que en consecuencia y acatando esa orden superior, el juez de ese cúprico distrito minero citó a diversas autoridades para tomarles su declaración; diligencias que se llevaron a cabo los días 17 y 18 de octubre debido a lo tardado en la comunicación postal imperante en aquellos tiempos.
A todos los citados, de manera separada se les hizo conocer sobre las penas en que incurren las personas que se conducen con falsedad ante las preguntas del juez. A la primera autoridad que se le tomó declaración fue al C. Administrador de la Aduana Marítima, manifestando que jamás había sabido ni escuchado nada acerca de un acto de fusilamiento en Santa Rosalía; el C. Administrador Subalterno del Timbre dijo que en todo el tiempo que tenía radicando en el puerto nunca se enteró de nada por el estilo; el C. Alcaide Municipal se expresó en parecidos términos; el Encargado de la policía del grupo Providencia dijo lo mismo; el de grupo Purgatorio también; el del grupo Soledad, ídem.
La declaración que rindió el C. Comandante de Gendarmes, Francisco G. Garza, fue algo más detallada. Manifestó que le extrañaba sobremanera que el director del periódico La Libertad publicara tal cosa, pues era un redactor profesional y, que una empresa tan importante y seria como El Boleo jamás confiaría tanto dinero a un desequilibrado, pues esa negociación erogaba algunos $50, 000.00 mensuales en sueldos y salarios.
Que el juego de la baraja estaba prohibido allí desde hacía siete años. Que no existió tal fusilamiento, porque en el pueblo había una policía competente, y que si se ha extendido en su declaración, lo hace porque teniendo á su cargo las armas en este mineral le atañen más que á ningún otro los hechos que con tanta ligereza publica el periódico aludido.
Lo que me llama la atención es que Mr. William W. Rose, director local de la empresa no fue citado a estas diligencias. ¿Sería porque en esos años no existían los peritos traductores? De todas maneras hubiera dicho I know of no shooting.
No puedo decir lo mismo de Monsieur Charles Laforgue, director general; que durante las averiguaciones no se encontraba en Santa Rosalía, por la sufrida y abnegada razón de que regularmente se la pasaba en Francia saboreando Poisson sauce normande, bajándolo con una copa de vino blanco Bourgognone, y de seguro este franchute hubiera declarado: Aucune exécutionn est pas.
DECLARACIÓN EXTEMPORÁNEA. Como un servidor no existía todavía en el año 1900, hasta hoy me permito declarar, aunque ninguna autoridad me lo requiera, tratando únicamente de arrojar un poco de luz sobre ese caso:
1º) He sabido que el director del periódico jalisciense La Libertad era un notario de nombre FRANCISCO L. NAVARRO.
2º) El director del periódico El Correo de Sonora se llamaba VÍCTOR M. VENEGAS.
Ambos directores eran de filiación netamente Antiporfirista, y a través de sus rotativos ya enunciaban la palabra Revolución. Es posible que por resentimiento o envidia hayan tenido la intención de ridiculizar y/o poner en tela de juicio al régimen, a las autoridades locales y a la propia empresa Compagnie du Boleo y, como es de todos conocido, el presidente Porfirio Díaz otorgó la concesión a los empresarios franceses; además, en esos años se encontraba tal empresa minera en pleno apogeo. ¡No puedo agregar otra cosa, porque mentiría! (Rúbrica).
Una vez cerrada la indagatoria fue remitida al coronel Abraham Arróniz, Jefe Político y de las Armas del Distrito Sur de la Baja California, quien al conocer la resolución de ese Juzgado de Paz sintió paz, ya que lógicamente temía caer en alguna indirecta responsabilidad.
De haberse dado el fusilamiento, no le hubiera gustado rendirle cuentas a su jefe Porfirio Díaz y tener que abandonar con gran nostalgia este lugar, pues como vimos, mi coronel Arróniz apenas llevaba unas cuantas semanas de haber tomado posesión del cargo y, ya se había acostumbrado a la exquisitez del Pecho de Caguamareclinado sobre estacas clavadas en la arena, derramando sus jugos por el calor de cercanos leños de mezquite a punto de convertirse en brasas, confundiéndose los vaporosos aromas con la brisa de la bahía. ¡Sí! Allí junto al tímido oleaje del que en otrora se llamara Mar Roxo de Cortés.
Fuente Básica: AHPLM
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