Durante un fin de semana, el Ing. Oscar Castro Verduzco y un servidor salimos de paseo rumbo al sur, aceptando la invitación que nos hiciera el Profr. Luis M. Dibene Geraldo de visitar el rancho “La Encina”, cuyos propietarios son los hermanos Dibene Geraldo y, que en conjunto ese enorme predio se denomina “El Novillo”. Cruzamos el poblado de “San Pedro” y enfilamos a través de un camino de lomerío suave. A nuestro paso fuimos observando el multicolor escenario que prodigaba a nuestra vista la incomparable flora sudcaliforniana; cardones, lomboyes, palo colorado, pitahayales dulce y agrio, mezquites, palo brea, ciruelos, palo fierro, etc., asimismo, bordeaban nuestro sendero los San Miguelitos, hierba del indio, mautos, romerillos, entre otras especies.
Ante tan bello panorama nos detuvimos unos minutos a contemplar con mayor detalle el paisaje… las ventoleras impregnaban el ambiente con multitud de aromas silvestres. A ese ulular del viento parecía acompañarlo cierto sentimiento nostálgico, anunciando acaso la inminente cercanía del invierno, y al fondo de una hondonada escuchábanse lastimeros cantos de palomas pitahayeras.
Continuamos el viaje y llegamos al rancho. Las nubes formaban una total cúpula opalina, un clima ideal. Nos apoltronamos en el corredor y nos dispusimos a desayunar. Entre los tres compartimos suculentos tamales, burritos y empanadas que habíamos comprado en el mini súper “Paso al Sur”, negocio del señor Álvaro González, auxiliado por su hijo Francisco y su nieto Edgar, donde también expenden dulces regionales y quesos diversos, sin faltar los nada despreciables “chopitos”, así también, refrescos de sabores y las ambarinas cruelmente frías. “Sin hacer alarde, nuestro negocito es parada casi obligatoria, y desde La Paz vienen los clientes a comprar nuestros productos”, dijo orgulloso don Álvaro.
Después de saborear estos manjares reposamos un rato. Y entre las higuerillas, choyas, otataves, pimientillas y chicuras efectuamos un recorrido a pie por los alrededores. No muy lejos del lugar agitábanse dos inmensas y esbeltas palmeras, cual pareja de atalayas oteando el verdor del horizonte. El ganado vacuno peregrinaba monte abajo, mientras que las cabras y los borregos pastaban sobre lejana colina. Después de la caminata abordamos la camioneta y emprendimos el regreso a La Paz al caer la tarde. Hicimos una escala para saludar a algunos vecinos del rancho, como son los integrantes de la apreciable familia Famanía y los Núñez Castro, donde el señor Miguel Núñez Lucero es el jefe de familia, quien fuera el gran pitcher de aquel famoso equipo “Viosca”, y que en su honor una liga de béisbol paceña lleva su nombre. Nos despedimos de estas personas y continuamos el retorno. Poco más adelante, un ranchero en la vera del camino hizo señales para que nos detuviéramos y muy entusiasmado le dijo al conductor:
– ¡Profe, ya tenemos localizado al torete!
– ¿A cuál torete te refieres?
– Pues al chinampo, el que anda brincándoles a las vaquillas, el que
usted quiere llevarse a La Paz pa’ darle matarile.
– ¡Ah, el “Casanova”! Mira, siempre no lo vamos a matar, mejor píllalo y
mételo al corral. A ese lo vamos a llevar al rancho de mi hermano, allá
en la costa…
Seguimos de frente y le dije al profesor: “Yo pensaba que nada más entre los seres humanos se practicaba el racismo” Se rió y me contestó que en la Ley del Monte era común sacrificar a los toretes chinampos, porque todo ganadero pretende mejorar sus crías. A partir de ese momento la plática giró en torno de la discriminación y marginación social. Nos relató que en una ocasión él y su familia asistieron a una elegante boda de un pariente en la ciudad de Guadalajara, Jal. Evento realizado en una región de ex haciendas porfirianas, una de ellas transformada en espacio turístico, donde fue el festejo y, entre algunos de los asistentes comentaron sobre la gran discriminación y privilegios que por ahí se dieron en remotos tiempos.
Agregó, que todavía, a principios del siglo XXI sigue la discriminación, el racismo, los privilegios y las marginaciones en el estado de Jalisco, también en otras partes de la República Mexicana, donde las familias de potentados no se mezclan con cualesquier mexicano, sólo se casan entre ellas mismas, que tengan ojo azul o verde.
Enseguida comentó el ingeniero Castro acerca de algunas costumbres de los toros, citando como ejemplo al toro “mandón”, quien muge por celos, por pelea y, que al huir muge de manera distinta, según vaya huyendo desafiando o huyendo vencido, y que rechaza a las reses desconocidas; pero esta última actitud no parece compartirla el torete Casanova.
Nos solidarizamos con el multicitado torete y uniendo nuestras voces le cantamos: “Mi sangre aunque plebeya también tiñe de rojo… ella de noble cuna (o sea la Clarabella) y yo humilde plebeyo, no es distinta la sangre ni es otro el corazón…”
A esta canción siguió una de “Carlos y José: “No se pueden cortar ciertas flores, de jardines que no son tu tierra, pues también en cuestiones de amores, hay primera, segunda o tercera…”
En varios aspectos nos damos cuenta que el destino de los toros es cruel; por un lado está la leyenda del Minotauro, que fue muerto por Teseo con su espada mágica; así también entre los celtas, para quienes el bosque es algo mágico; el árbol de tejo estaba consagrado a la diosa Hécade, a la que sacrificaban toros negros, con cuya sangre se alimentaban las almas de los difuntos y, bajo los robles sacrificaban un par de toros blancos. Las corridas de toros tienen un simbolismo sexual. Nos dice Fernando Sánchez D., experto en tauromaquia, que el torero representa el ying, la mujer, y el toro es el yang, o sea, el hombre. Que estos dos papeles se intercambian durante toda la corrida hasta que, al final, el falo del torero (la espada de Teseo) atraviesa el triángulo isósceles, que simboliza el sexo de la mujer.
Días después del paseo nos enteramos que el “Casanova” ya había sido trasladado a la costa; que muy lejos quedaron sus amoríos, que las vaquillas y una que otra vaca del rancho “La Encina” aún lloraban su partida, pues ya llevaban en su vientre un producto mestizo. Y aquí termina la historia de este torete galán, al que le fue conmutada la pena de muerte por la de exilio perpetuo.
¿Que si cuáles fueron los cargos por los que al “Casanova” por poco y le arrancan la vida? PRIMERO: Por haber nacido en humilde cuna. SEGUNDO: Por ser simpático y enamorado. TERCERO: Por atreverse a alternar con reses de alcurnia.
Si Dios le hubiera dado permiso al torete entonces hubiera cantado: “… ay que leyes tan injustas, con llamarme bandolero…”
No puedo dejar de comentar otras estrofas de la segunda canción que entonamos durante el regreso del paseo:
“Hay unas cunas que son de petate,/ también otras de manta o de seda,/ al nacer sin querer ya venías,/ de primera, segunda o tercera.
En los pueblos por donde tú vivas, / hay al centro, la orilla o afuera,/ ahí te miden según lo que vales,/ de primera, segunda o tercera.
Ni de muerto te escapas siquiera,/ dividieron también los panteones/ en primera, segunda o tercera”
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