Para los filósofos Descartes, Kant y Hegel, el olfato era un sentido inestable, representando un papel ínfimo sobre el conocimiento. En contraparte, muchos escritores y poetas aprecian la potencia sensual y la fuerza evocadora de los olores. Se acepta que el olfato es un poderoso reforzador de la memoria, muy superior a la vista y al oído. Los recuerdos de olores y de elementos asociados a ellos, tienen una permanencia en la memoria más larga que la de las imágenes y sonidos.
El novelista francés Marcel Proust, en su obra “En busca del tiempo perdido” narra lo que le sucedió después de beber una taza de té, en la que había remojado un trozo de “magdalena” (panecillo). Al momento sintió un estremecimiento en todo el cuerpo y, permaneció atento a lo que le estaba sucediendo. Ese sabor y aroma lo transportaron a su niñez; cuando su tía Leoncia en las mañanas de domingo, sumergía una magdalena en su propia taza y se la entregaba al pequeño Marcel.
En medio de ese trance, vio nítidamente la antigua casa gris donde él vivía; contempló la antigua iglesia y sus alrededores, gente del pueblo, otras casas y jardines. Tal recuerdo no se produjo con sólo ver esa magdalena, sino que tuvo que olerla y saborearla, pues el olfato y el gusto se encuentran íntimamente relacionados.
Agrega Proust: “Cuando nada más subsiste el pasado, después que la gente ha muerto, después que las cosas se han roto y desparramado… el perfume y el sabor de las cosas permanecen en equilibrio mucho tiempo, como almas resistiendo tenazmente, en pequeñas y casi impalpables gotas de su esencia…”
No obstante lo anterior, al sentido del olfato no se le ha dado la importancia que merece. Al decir del poeta Diane Ackerman, existen nombres para toda la gama de matices de colores, pero ninguno para las tonalidades y los tintes de un olor. Asimismo, Gordon Sheperd, neurocirujano de la universidad de Yale argumenta: “Pensamos que olemos por la nariz, pero esto es como decir que oímos por el lóbulo de la oreja. De hecho, la parte de la nariz que podemos ver desde el exterior sirve sólo para recibir y encauzar el aire que contiene a las moléculas odoríferas.”
En un relato de “Los funerales de la mamá grande” , García Márquez habla de unos suculentos dátiles; cuando esto leí, al momento percibí ese aroma y me sentí trasladado como a través de una máquina del tiempo hasta mi infancia y, recordé gratamente a una señora vecina tendiendo dátiles sobre una lona frente a la puerta del patio de su casa.
Los perfumes suelen trasladarnos a escenas pretéritas, gratas o no tan gratas. Cuando frisaba las dos décadas tuve una “Dulcinea” cuyo perfume favorito se llamaba “Hora Azul” y, mi loción preferida era “Habit Rouge”. El color azul y el rojo (rouge) son colores totalmente opuestos, tal vez por eso tal idilio muy pronto se extinguió –pero el recuerdo de su perfume tardó en desvanecerse-. Y como dijo el poeta: ”Mi vida joven, del ingrato mundo / ignoraba los crueles sinsabores; / vivía soñando con placer profundo, / sin comprender incauto sus rigores…”.
Hay personajes que no lograron controlar el efecto de los diversos aromas percibidos durante su niñez y juventud; por ejemplo, la amante del escritor francés Guy de Maupassant escribió que su compañero “se quejaba de una especie de alucinación olfativa… no le trastornaban los olores presentes, sino los percibidos en su pasado… ”
Les comentaré que en este puerto de La Paz, el “Club Social Paceño” organizó magnos festejos a mediados de la década de los años cuarenta; especialmente un baile de gala celebrado en el otoño de 1946, en los salones del “Círculo Militar”. Ya entrada la década de los cincuenta, en el salón “Bugambilias” del Hotel Misión, el “Club 20-30” llevó a cabo el “Baile del Chemisse”, donde se bailó al compás de la orquesta de Luis González.
Me figuro que entre las damitas y los caballeros asistentes predominaban los efluvios de los perfumes y lociones “Varón dandy”, “Gong”, “Tabú”, “Emir”, “Cocaína en flor”, “Para ti”, “Soir de París” y “Te quiero”. Exquisitos aromas que se vendían en la tienda “La Ciudad de La Paz”; esquina 16 de septiembre y Fco. I. Madero.
Algunas de tales fragancias ya no existen. Lo que seguramente aún permanece es el recuerdo que de ellas conservan las actuales parejitas de abuelos y de bisabuelos, máxime si en tales o similares bailes se conocieron y enamoraron.
Finalmente; se ignora qué conocimiento científico tenía Napoleón Bonaparte sobre el uso y abuso de las feromonas. El caso es que encontrándose éste en campaña, le envió a Josefina esta comprometedora nota: “Llegaré a París mañana por la noche. ¡No te laves!”
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