El Conde J. de Kelemen quiere casarse

Relato histórico local

7 de septiembre, 2016

Sergio Ávila

Relato histórico local

A mediados de aquel muy lejano invierno, el jefe político del Distrito Sur de la Baja California, -actualmente Estado de Baja California Sur-, leyó en su despacho una carta muy singular. El remitente le hizo saber que él era una persona mayor de edad, vecino de la Sección Municipal de “Las Flores” y que, encontrándose en aptitud legal para contraer matrimonio con la Señora Dolores Cortola, domiciliada en la misma localidad, se le presentaba un gran problema al desear unir su atribulada existencia a la de su encantadora novia.

En esa región minera no existía Juez del Registro Civil, solamente Juez de Paz y, para poder casarse, la pareja de periquitos de amor tendría que trasladarse al pueblo de Mulegé, donde se ubicaba el Registro del Estado Civil más cercano, distante ciento cincuenta leguas, es decir, los novios deberían montar a caballo unos 630 km de ida y otros tantos de regreso. El conde andaba un poquito mal en sus cálculos, pues en realidad son 675 a través de la carretera transpeninsular, que es casi una recta, así que la distancia total a recorrer sería 1350 km a lomo de bestia. Agregando el noble caballero:“ …mis ocupaciones profesionales me impiden el pasar a ese lugar”.

Presentándosele así su situación y con tal de lograr su libidinoso objetivo, el conde le hizo una práctica sugerencia al mandatario: “… a Ud. pido y suplico, que en obvio de los perjuicios que se me seguirían y bajo la protesta de obrar de buena fé, se sirva autorizar al Juez de Paz de este lugar para la celebración del acto referido en la forma que crea conveniente esa Superioridad.” .Así concluyó tan obsesionante carta, enviada por el Conde J. de Kelemen aquel gélido 15 de febrero de 1895; un día después del “Día del Amor y la Amistad”, y es de pensarse que el conde galán se le declaró a la dama en esa romántica y tradicional fecha.

La misiva no estaba timbrada, pues sólo aparece al margen un sello con la leyenda “AGENCIA DEL TIMBRE, MINERAL DE LOS ANGELES”, seguida de una aclaración firmada por el agente m. bang (SIC): “No hay timbres, recibí cincuenta centavos.” Ese campo productor de oro y plata ha sido reabierto, cuya explotación actualmente está a cargo de la empresa “Minera Real de Ángeles”, División San Felipe, en el hermano Estado de Baja California, en esos momentos llamado Distrito Norte.

Consultando un tratado de Heráldica, encuentro que en el escudo de armas del apellido Kelemen del conde, se observa en campo de oro; tres gavillas de grano en un galón verde, entre dos leones por encima y por debajo de dos estrellas, mientras que el blasón de su amada, de apellido Cortola, es representado en campo de plata; un león azul parado ante un rojo corazón.

Es posible que el coronel García Martínez los haya felicitado espiritualmente por tan placentera decisión, sin embargo había que actuar de acuerdo a los mandatos de la Ley. Con toda pena le comunicó al conde que no podía autorizar su petición, pues eso resultaría un acto totalmente ilegal, diciéndole de paso, que por esas fechas ya había sugerido a la Secretaría de Gobernación, la urgencia de crearse un Juzgado del Estado Civil en ese mineral, jurisdicción del Distrito Norte.

El apellido Cortola es de origen español y, Kelemen, húngaro. ¿De dónde llegaron estos personajes? ¿Vinieron juntos o separados? ¿Qué motivos los trajeron a este lugar? ¿Sería el conde un próspero minero? ¿En verdad estaba reconocido su linaje? ¿Eran jóvenes? ¿Era bella la señora Dolores? ¿Se casaron cuando las circunstancias cambiaron? Estas y otras interrogantes me han resultado difíciles de investigar, pues al decir de un reconocido escritor, tales incógnitas “se han perdido en la noche de los tiempos”, ¡y eso en verdad molesta!

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