Deambulando siempre voy,
porque ya sin tu calor
un damnificado soy,
sin albergue de tu amor.
Bien dicen que el sufrimiento
es gran pena inevitable;
negro trance mi lamento,
en verdad nada envidiable.
En aquel postrero beso
presentí tu despedida;
ya sin fuego aquel ocaso
emprendiste la salida.
No te odio ni te maldigo
ni te deseo mala suerte;
no acepté ser tu mendigo
y sentí en ello mi muerte.
Hoy pretendes reavivar
ese fogón extinguido;
abandona tu soñar…
¡para mí no has existido!

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