Relato histórico.
“Asalto al tren de Sonora”. Así he titulado a un trágico acontecimiento que enlutó a la sociedad sonorense de otros tiempos. Para ello me he basado en el libro “Hermosillo de mis recuerdos”, de Gilberto Escobosa G.
Esa madrugada, un día después del Año Nuevo de 1918, el tren emitía su imponente silbido al hacer escala en la estación de Hermosillo, para continuar su derrotero hacia el sur… después de cuatro horas de agradable viaje, al acercarse al punto “Laguna Salada”, el maquinista Daniel Gutiérrez, al sentir que el convoy se salía de los rieles frenó hábilmente para evitar el descarrilamiento. Luego vio a un grupo de gente armada entre el manglar, los que momentos antes habían desclavado los rieles de sus durmientes, y ordenó al fogonero Martínez que desenganchara la máquina del resto del tren.
Martínez rápidamente efectuó la maniobra, y a toda velocidad siguieron de frente, justamente cuando se aproximaba una parvada de yaquis con su grito característico; no es que el maquinista y el fogonero hayan huido, su intención era llegar lo más pronto posible a “Rancho Lencho”, para avisarle al entonces Coronel Abelardo L. Rodríguez, Jefe del 53° Batallón; ordenando éste al Capitán Anselmo Armenta que saliera en la misma máquina con un grupo de tropa al lugar de los hechos, pero al llegar fue demasiado tarde pues los indígenas ya habían asesinando a muchos de los pasajeros; desnudándolos para quedarse con sus ropas y objetos de valor.
Lo que nunca imaginaron estos cobardes es que en ese tren viajaban el Teniente Coronel Lorenzo Ruiz y los Generales Galaz y Riveros, quienes decidieron vender muy caro sus vidas. Un caballero viajero desenfundó su revólver uniéndose a los militares y, entre ellos dieron muerte a seis yaquis. ¡Los cuatro murieron valerosamente!
La señorita Rosa Alarid viajaba con su hermana y su mamá; un atacante le arrebató el veliz a Rosita, donde traía un vestido de novia, ella se aferró a su equipaje y el enfurecido yaqui le disparó. Reparada la vía el tren se trasladó a Empalme, donde fueron entregados los cuerpos a sus familiares. Fueron pocos los que salieron con vida, entre ellos, un oficinista militar que se encerró en el baño y salió hasta que terminó el combate.
Rosita Alarid recibió el balazo en una pierna, falleciendo a causa de la hemorragia.
Aquella madrugada, al hacer escala en Hermosillo, la bella Rosita platicó en el andén de la Estación con el joven Ernesto Gómiz Izurieta (Pagador del Ejército), y entre tiernos besos habían acordado la fecha de su enlace matrimonial.
Antes de ponernos sentimentales demos paso a otro texto: “Asalto al tren de Purgatorio, año 1930”. El autor de esta historia es el Sr. Benito Juárez Murillo, publicada en la revista “Galería” y, que con mi admiración y respeto hacia el escritor cachaniense les voy a relatar, con algunas adaptaciones pero sin restarle esencia ni veracidad, y versa sobre el único asalto a un tren en Baja California Sur:
Un sábado a las 07:00 hrs., don Lamberto Pérez, jefe de la estación daba salida al tren desde Santa Rosalía con rumbo al “Grupo Purgatorio”. Su maquinista era el señor Rafael Meza; su sobrino Rafaelito, fogonero y, Sebastián Meza el conductor. Les acompañaban el pagador Luis Montoya, Blas Espinoza y otra persona que le decían el “Varo”.
Las seis bolsas de monedas de plata, de mil pesos cada una estaban destinadas para el pago de la semana de los mineros de ese Grupo, trabajadores todos de la “Compañía El Boleo”. Del tren se escuchaba su campaneo, quien jadeante y humeante se desplazaba confiado hacia a su destino… de pronto el maquinista vio una enorme piedra encima de la vía, alcanzando a frenar a unos cuantos metros de la roca.
¡Todos quedaron sorprendidos! Don Rafael fue el primero en hablar para decir: ¿Quién jijos de la…? Ni bien terminó de expresarse cuando aparecieron unos asaltantes encapuchados con pistola en mano. El pagador Montoya no tuvo más remedio que entregarles las bolsas del dinero. Los amarraron a todos, menos al maquinista Rafael, pues muy enojado les gritó a los maleantes: ¡Babosos, a mí me amarran pura tiznada! ¿Quién va a regular la presión de la máquina? Y ante esa razón, por unanimidad, los asalta-trenes asintieron con movimiento de capuchas y huyeron en un “Forcito” de cuatro cilindros.
Mientras tanto, en Purgatorio los mineros se hallaban impacientes ya que jamás había fallado el tren de la paga y, la Compañía tuvo que cubrir sus adeudos con vales. Ahora bien, la única pista para dar con los malandros era la versión del maquinista, quien sospechó la identidad de uno de ellos, pero eso no fue suficiente.
El Capitán Hexiquio Torres era el Jefe del Destacamento de esa población y a la vez Delegado de Gobierno. La autoridad judicial estaba a cargo del Lic. González. Ambos acordaron contratar a los mejores investigadores de la región: Juan Meza y a otro señor apodado el “Compadrito”. Don Juan, en sus investigaciones asistió a una Kermés en Purgatorio y observó a un fulano que gastaba dinero con las dos manos.
Ante una taza de café y mordisqueando una “Pitahaya”, este sagaz detective le llevó mentalmente la contabilidad, y cuando los egresos del sospechoso ascendieron a $160.00 lo aprehendió. El Lic. González no logró hacerlo confesar, pero el Capitán Torres lo llevó debajo de un puente y le sobó el cuello con su reluciente espada, pero el detenido tampoco dijo ni media palabra.
Días después, otro de los asaltantes le contó el secreto a su esposa, y ésta a una comadre. La comadrita les empezó a solicitar préstamos, hasta que se los negaron y, sintiéndose ofendida los delató ante las autoridades; indicándoles a los representantes la Ley que el botín se hallaba debajo del lavadero. El resto de los asalta-trenes fueron detenidos. En sus declaraciones afirmaron que los disfraces y los mecates con que sujetaron a sus víctimas (elementos del cuerpo del delito), los habían comprado en la tienda de “El Boleo”.
Cuando los asaltantes cumplieron su condena, por vergüenza abandonaron el pueblo… ¡Para siempre!
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