¿Tenemos todos personalidad múltiple?

César San Juan  Profesor de Psicología Criminal. Dpto. Psicología Social, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea Entre 1998 y 1999, Koldo Larrañaga acabó con la vida de la abogada Begoña Rubio y del empresario Agustín...

20 de abril, 2023 ¿Tenemos todos personalidad múltiple?

  Profesor de Psicología Criminal. Dpto. Psicología Social, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Entre 1998 y 1999, Koldo Larrañaga acabó con la vida de la abogada Begoña Rubio y del empresario Agustín Ruiz, aunque la policía siempre sospechó que cometió dos asesinatos más. Una despiadada carrera criminal ha colocado a este asesino en serie en un capítulo muy destacado de la crónica negra de Álava. Su valoración más técnica la realizó durante el juicio por estos hechos el psiquiatra Miguel Gutiérrez, cuyo informe forense concluía que Larrañaga era un psicópata.

Sin embargo, una de las declaraciones que más sorprendió al Dr. Gutiérrez fue cuando el acusado, sin mostrar el más mínimo remordimiento por los asesinatos cometidos, manifestó que lo “único que le preocupaba era qué iba a pensar su hijo”.

Un individuo que fue capaz de asestar 17 puñaladas a la abogada Begoña Rubio, a la que no conocía de nada, parecía en ese momento un padre preocupado. ¿Cómo es esto posible?

Un psicópata, ¿es todo el rato un psicópata?

La intuición nos sugiere que, si una persona es extraordinariamente perversa, lo es en todas las esferas de su vida. Y, por lo tanto, afecta a todas sus relaciones sociales y familiares. Pero, como acabamos de observar, la personalidad de Koldo Larrañaga no respondía a esta lógica.

Y no es el único. En la práctica profesional forense podemos conocer individuos despiadados y crueles que, no obstante, pueden adorar a sus madres, desvivirse por el bienestar de un hermano, entristecerse con los achaques de su mascota, etc.

Basta tomar como ejemplo al sanguinario Amon Goeth, el asesino más infame de la Alemania nazi. Este comandante de Hitler mostró compasión por la prisionera judía Natalia Karp después de su interpretación de un nocturno de Chopin al piano. Tanto es así que le perdonó la vida el mismo día de su llegada al campo de concentración de Płaszów, donde había sido trasladada para ser fusilada.

Todos tenemos “personalidad múltiple”…

Estas paradojas incomprensibles solo parecen cobrar sentido bajo el prisma de la teoría de la personalidad modular. Esta teoría sugiere que todos poseemos lo que popularmente se conoce como personalidad múltiple. Es decir, una personalidad dividida en varios “yoes” diferentes que prestan atención a distintos tipos de información y recuerdan experiencias pasadas diferentes. También pueden albergar sentimientos dispares sobre el mismo asunto y, quizás, aspiran a objetivos vitales muy diversos.

Lo fascinante es que existe una base neurológica para explicar esta “compartimentación” de la personalidad. Un estudio de 1991 de los neurocientíficos J. Grigsby y J. L. Schneiders, confirmado por trabajos posteriores, sostiene que el comportamiento humano puede comprenderse mejor a la luz de los datos actuales sobre la organización estructural del sistema nervioso central. El cerebro, desde este enfoque, estaría organizado como un sistema modular en constante interacción con el entorno.

Una buena noticia que podemos añadir a este hallazgo es que nuestras variopintas contradicciones cotidianas tendrían una explicación científica. Como también las de los criminales.

… pero no todos tenemos un trastorno de identidad

De hecho, trasladando esta idea de la personalidad modular hasta un extremo patológico, nos encontraríamos ante un desorden psíquico conocido como trastorno de identidad disociativo.

En cierto modo, lo podríamos considerar un mecanismo de defensa ya que, en ocasiones, este trastorno se presenta en menores víctimas de maltrato severo o abuso sexual continuado. El estrés de una guerra o una catástrofe natural también pueden generar un trastorno disociativo. En todos estos casos, sería un recurso psicológico para postergar el trauma vivido a un “alter ego” (a otro yo).

Esta enfermedad mental se manifiesta como una perturbación de la identidad caracterizada por dos o más personalidades bien definidas. Cada una de ellas puede tener un nombre, una historia personal y características propias. Un inconexo rompecabezas que genera un perturbador malestar psicológico.

También delata una evidente desestructuración y discontinuidad de la identidad, que es lo que marca una de las diferencias más relevantes con los individuos que no padecemos el trastorno disociativo, aunque compartamos la citada personalidad múltiple.

Por lo general, los humanos disfrutamos de la sensación de que nuestras experiencias conscientes están enlazadas en un único flujo continuo e indisoluble que llamamos “yo”. Sin embargo, todo parece indicar que la idea de un cerebro “global” con áreas totalmente interconectadas al mando de nuestro aprendizaje y de nuestra forma de gestionar los recuerdos no es del todo precisa.

Una aproximación criminológica

Debemos admitir que la teoría de la personalidad modular, de alguna forma, nos obliga a salir de una especie de “zona de confort mental” desde la que se entiende mejor el mundo, es más previsible y resulta más fácil simplificar para formular juicios y dictar condenas. Esa que nos hace asumir que si alguien tiene un comportamiento antisocial, “es” sólo una persona antisocial. Que si alguien roba, “es” sólo un ladrón. Y que si alguien mata, no “es” nada más que un asesino.

Pero la realidad suele ser bastante menos simple. Desde una aproximación criminológica, debemos analizar la conducta delictiva de un individuo teniendo en cuenta su contexto y antecedentes. Y desde esta perspectiva, tomar en consideración sus creencias, sus pensamientos y vivencias.

Debemos analizar, en definitiva, qué “función” cumple el crimen en el escenario que ha sido llevado a cabo y contrastarlo con el repertorio de conductas no criminales de la persona evaluada.

Es muy comprensible el efecto catártico que conlleva calificar a un criminal como un “monstruo”. Lamentablemente, este “diagnóstico” no nos va ayudar mucho a resolver el problema. Todos somos poliédricos. Y coexisten lados de oscuridad, con lados, quizás, de esperanza.

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Autoría

C

Grupo de Investigación en Gestión y Entrenamiento Deportivo, Universidad de Alcalá

Profesor Ayudante Doctor. Educación física y deportiva - Fisiología del ejercicio, Universidad de Alcalá

Beca de Iniciación en la Actividad Investigadora, Universidad de Alcalá

  Todos estamos de acuerdo en que si un deportista alcanza o no el máximo nivel depende, en gran medida, de su preparación física y su alimentación. Sin embargo, somos poco conscientes de la relación directa entre el rendimiento deportivo y el sueño. Las horas de descanso y la calidad del sueño lo convierten en un elemento esencial que, si se altera, puede afectar a la salud mental y física, al aprendizaje, al desarrollo de nuevas habilidades motorasa la toma de decisiones y a la probabilidad de ganar peso. Un sueño insuficiente en tiempo o calidad reduce el rendimiento físico de cualquier persona, especialmente en aquellos deportes en los que se requiere un tiempo de reacción rápido o producen una fatiga importante a lo largo del tiempo. A esto se le suma que, si no se descansan las horas mínimas de sueño, se altera el rendimiento cognitivo.

Los deportistas pasan más horas en la cama, pero tardan más en conciliar el sueño

Aunque cada persona necesita un periodo de tiempo diferente para sentirse descansado, existen ciertas recomendaciones acerca del tiempo de sueño total óptimo según franjas de edades. Para los adultos jóvenes (entre 18 y 25 años) y los adultos de edad media (26 a 64 años) se recomienda dormir entre 7 y 9 horas. En el caso de los adultos mayores (a partir de 65 años) es algo menor, entre 7 y 8 horas. Y para los deportistas se recomiendan de 9 a 10 horas de sueño. No estamos demasiado lejos de cumplir estas recomendaciones. En población sana, la duración media del sueño autorreportada es de 6 horas y 48 minutos entre semana y 7 horas y 24 minutos en fines de semana. En atletas de élite de diferentes modalidades estos valores son algo superiores: 8 horas y 36 minutos durante periodos de entrenamiento (no competitivos).  

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  Sin embargo, aunque los atletas pasan más tiempo en la cama que el resto de la población, el tiempo total de sueño es similar porque los atletas tardan en quedarse dormidos (18 minutos frente 5 minutos). Además, la calidad o eficiencia de su sueño es peor, algo nefasto teniendo en cuenta las demandas físicas y cognitivas a las que están sometidos. Cuando tiene lugar una competición, la cosa empeora. Por un lado, porque al aumentar la preocupación y el nerviosismo duermen peor. Pero es que, además, cuando el deportista tiene que desplazarse a otra ciudad para competir aparecen dificultades añadidas como un entorno inusual o un aumento de ruido nocturno. Todo esto lleva a que los atletas experimenten problemas para quedarse dormidos y una peor calidad del sueño, además de despertarse más a menudo por la noche o madrugar más de lo necesario. Por todo ello, cada vez son más los deportistas que identifican el déficit de sueño como su principal causa de cansancio y bajada de rendimiento. Para compensarlo, sería útil promover entre la población de deportistas unos hábitos saludables que engloben, al menos, no irse a la cama tarde, evitar el consumo de alcohol y de estimulantes como la cafeína y abstenerse de utilizar dispositivos electrónicos antes de acostarse.

Treinta minutos de siesta ayudan, mejor si son noventa

Si unos correctos hábitos de sueño son insuficientes, la siesta puede convertirse en un gran aliado para contrarrestar la falta de sueño nocturno. En situaciones extremas de privación de sueño, en las que los deportistas descansan únicamente cuatro horas, se ha observado que 30 minutos de siesta no solo reduce la somnolencia y aumenta estado de alerta, sino que mejora el rendimiento de esprint. Incluso con solo 20 minutos de siesta se han observado mejoras en la recuperación de esfuerzos y en el rendimiento cognitivo, algo especialmente importante cuando se está aprendiendo una habilidad o se trabaja la estrategia de un deporte. Los efectos beneficiosos de la siesta parecen ser superiores si dura 90 minutos. En definitiva, si un deportista desea progresar en su entrenamiento y aumentar su rendimiento, debería adoptar unos buenos hábitos de sueño estableciendo una rutina antes de irse a dormir, realizando siempre las mismas actividades previas y en el mismo horario. Además, debe mantener su zona de descanso ventilada, tranquila y con oscuridad suficiente; evitar entrenar, competir o ingerir alimentos las dos o tres horas antes de irse a la camalimitar el consumo de alcohol o estimulantes como la cafeína o el té y no emplear dispositivos electrónicos en la hora previa a descansar. Si aun así los entrenamientos o la competición alteran su sueño, no hay nada mejor que programar una siesta de 20-90 minutos durante el día. Esa siesta puede prevenir lesiones o incluso resultar determinante para ganar una competición o partido.  

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Autoría

Profesor de Investigación, Biología Sintética, Centro Nacional de Biotecnología (CNB - CSIC)

  Un viento fuerte lleva ya algunos años soplando en las ciencias de la vida. Se llama biología sintética. Y como cualquier viento fuerte, puede empujar al barco mucho más allá del territorio conocido. En su versión contemporánea, la biología sintética nació en los primeros años del siglo XXI. Y no precisamente en el mundo de la biología, sino entre los ingenieros electrónicos y computacionales del área de la bahía de Boston. Algunos académicos de ese entorno comenzaron a preguntarse por las interacciones entre los componentes materiales de un sistema vivo que hace (como en cualquier máquina fabricada por humanos) que funcionen como funcionan. Para ello hay que abordarlos no con una perspectiva evolutiva (como es habitual entre los biólogos), sino con abstracciones y métodos de análisis tomados de la electrónica, la manufactura industrial y la computación, junto con sus correspondientes herramientas matemáticas. Y así nace la biología sintética, que es, nada más y nada menos, que mirar a los sistemas vivos y su complejidad a través de la lente de la ingeniería.

Como piezas de LEGO

Con esa perspectiva, cualquier sistema biológico, por complicado que sea, se puede descomponer en un conjunto finito de módulos y dispositivos. Estos a su vez se pueden dividir en partes con formatos, conectividades y funcionalidades definidas, todas ellas codificadas en secuencias de ADN.

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  Y aquí viene la proposición más novedosa (e inquietante) de la biología sintética: con esa misma lógica y jerarquía de partes, dispositivos, módulos y sistemas, uno puede reconectar de forma racional esos ingredientes biológicos de una forma distinta para dar lugar a propiedades no existentes antes en la naturaleza. Es como descomponer una máquina hecha con piezas de LEGO y construir con ellas otra máquina distinta. De esta forma, la relación de la ingeniería con la biología deja de ser metafórica (como en la ya clásica ingeniería genética) para convertirse en una verdadera metodología constructiva y deconstructiva de los objetos vivos. Si nuestros antepasados usaban la madera de los árboles para hacer vigas y casas, la biología sintética emplea partes biológicas codificadas en el ADN para construir racionalmente ítems biológicos con propiedades distintas a las ya existentes. La utilización de bacterias como un film fotográfico, como sensores ópticos de minas antipersonales o como productores de combustibles son solo algunos ejemplos tempranos de ese enorme potencial. Este nuevo marco conceptual tiene sus raíces en la biología molecular (iniciada por los físicos después de la Segunda Guerra Mundial) y la biología de sistemas (la comprensión matemática de la complejidad biológica), pero diverge de ellas porque su agenda no es entender, sino hacer. Esto la convierte en una especie de tercera ola de la biotecnología tras la primera, antes del ADN recombinante, y la segunda, iniciada con el desarrollo de las técnicas de clonación a mediados de los 1970. En ese sentido, la biología sintética permite que la biotecnología cumpla su agenda definitiva y se convierta en un tipo más de ingeniería.

Comprender el origen de la vida

Aunque estos principios generales tienen muchas ramificaciones, la biología sintética viene sobre todo en dos sabores. Uno, como herramienta para contestar preguntas fundamentales, siguiendo la famosa afirmación póstuma del físico Richard Feymann de que “lo que no puedo crear, no lo entiendo”. Es decir, que la reconstrucción racional de un sistema es la prueba definitiva de que comprendemos su funcionamiento. No en vano, una rama muy importante de este campo persigue construir células en el laboratorio a partir de precursores simples como una forma de entender el origen de la vida (y, de paso, revisando críticamente los experimentos de Louis Pasteur sobre la generación espontánea). [caption id="attachment_92787" align="alignnone" width="804"]Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided Los dos caminos para mapear la transición de la no-vida a la vida. Author provided[/caption] Algunos plantean que la creación de vida en el laboratorio es el Proyecto Manhattan (el que condujo a la fabricación de la bomba atómica) de la biología. Aunque cuando se consiga, más temprano que tarde, el impacto en los diversos sistemas de creencias será mucho menor que el que muchos anticipan.

Tejidos con colores programados genéticamente y otras aplicaciones

Pero lo más llamativo de la biología sintética no es tanto responder a preguntas fundamentales, sino llevar a la biotecnología a niveles de eficacia sin precedentes y expandir su aprovechamiento mucho más allá de las aplicaciones tradicionales en medicina y agricultura. Esto es posible gracias a la capacidad creciente de escribir secuencias de ADN con instrucciones nuevas que son interpretadas como software por un recipiente biológico, ahora renombrado “chasis” en la jerga del campo. Esto permite una reprogramación deliberada de los sistemas vivos no solo en su capacidad de producir compuestos de interés, sino también en su morfología física, sus movimientos y sus programas de desarrollo macroscópico. Las posibilidades abiertas por esta capacidad de reescribir el ADN son inmensas y los campos de aplicación, ilimitados: desde los productos textiles funcionalizados (por ejemplo, sustitutos del cuero animal con colores programados genéticamente) a la bioarquitectura con tecnologías microbianas, pasando por supuesto por la medicina y la agricultura.

Un coro de voces críticas

Todas estas ideas y tecnologías han sido recibidos con entusiasmo por algunas comunidades científicas y técnicas, en especial la biotecnológica. Pero también con escepticismo, si no con hostilidad, por otras. Parte del establishment académico, sobre todo en Europa, no se siente cómoda con que la biología sea invadida (y mucho menos explicada) por disciplinas ajenas a las tradicionales ciencias de la vida. Otros opositores a la biología sintética (herederos del activismo contra los organismos genéticamente modificados) tienen motivaciones fundamentalmente políticas. Argumentan que este campo no es más que una nueva herramienta al servicio del neoliberalismo y de la explotación sin freno de la naturaleza en beneficio de unos pocos. Algunos también levantan objeciones éticas sobre la desacralización de la vida que va implícita en el discurso de esa disciplina. Asimismo, llueven las críticas desde la perspectiva de los riesgos asociados a generar nuevos agentes biológicos, su seguridad y el posible uso malévolo de la tecnología. Hay algo de todo esto en el ecosistema que se está formando alrededor del nuevo campo. Pero también es cierto que, gracias a nuestro aprendizaje del lenguaje y la lógica de lo vivo y su inmensa capacidad de resolver problemas con mecanismos evolutivos, pasemos pronto de los intentos actuales de tecnificar la biología a ver una creciente biologización de la tecnología en beneficio de la sostenibilidad. Como toda nueva ola científico-técnica, el diablo está mucho más en los detalles de su utilización que en la cosa en sí misma.  

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  Todos estamos de acuerdo en que si un deportista alcanza o no el máximo nivel depende, en gran medida, de su preparación física y su alimentación. Sin embargo, somos poco conscientes de la relación directa entre el rendimiento deportivo y el sueño. Las horas de descanso y la calidad del sueño lo convierten en un elemento esencial que, si se altera, puede afectar a la salud mental y física, al aprendizaje, al desarrollo de nuevas habilidades motorasa la toma de decisiones y a la probabilidad de ganar peso. Un sueño insuficiente en tiempo o calidad reduce el rendimiento físico de cualquier persona, especialmente en aquellos deportes en los que se requiere un tiempo de reacción rápido o producen una fatiga importante a lo largo del tiempo. A esto se le suma que, si no se descansan las horas mínimas de sueño, se altera el rendimiento cognitivo.

Los deportistas pasan más horas en la cama, pero tardan más en conciliar el sueño

Aunque cada persona necesita un periodo de tiempo diferente para sentirse descansado, existen ciertas recomendaciones acerca del tiempo de sueño total óptimo según franjas de edades. Para los adultos jóvenes (entre 18 y 25 años) y los adultos de edad media (26 a 64 años) se recomienda dormir entre 7 y 9 horas. En el caso de los adultos mayores (a partir de 65 años) es algo menor, entre 7 y 8 horas. Y para los deportistas se recomiendan de 9 a 10 horas de sueño. No estamos demasiado lejos de cumplir estas recomendaciones. En población sana, la duración media del sueño autorreportada es de 6 horas y 48 minutos entre semana y 7 horas y 24 minutos en fines de semana. En atletas de élite de diferentes modalidades estos valores son algo superiores: 8 horas y 36 minutos durante periodos de entrenamiento (no competitivos).  

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  Sin embargo, aunque los atletas pasan más tiempo en la cama que el resto de la población, el tiempo total de sueño es similar porque los atletas tardan en quedarse dormidos (18 minutos frente 5 minutos). Además, la calidad o eficiencia de su sueño es peor, algo nefasto teniendo en cuenta las demandas físicas y cognitivas a las que están sometidos. Cuando tiene lugar una competición, la cosa empeora. Por un lado, porque al aumentar la preocupación y el nerviosismo duermen peor. Pero es que, además, cuando el deportista tiene que desplazarse a otra ciudad para competir aparecen dificultades añadidas como un entorno inusual o un aumento de ruido nocturno. Todo esto lleva a que los atletas experimenten problemas para quedarse dormidos y una peor calidad del sueño, además de despertarse más a menudo por la noche o madrugar más de lo necesario. Por todo ello, cada vez son más los deportistas que identifican el déficit de sueño como su principal causa de cansancio y bajada de rendimiento. Para compensarlo, sería útil promover entre la población de deportistas unos hábitos saludables que engloben, al menos, no irse a la cama tarde, evitar el consumo de alcohol y de estimulantes como la cafeína y abstenerse de utilizar dispositivos electrónicos antes de acostarse.

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