La explosión de la primera bomba atómica en 1945 no solo dio inicio la era nuclear, también volvía real la posibilidad de la destrucción de la humanidad por nosotros mismos. A partir de esa nueva realidad, el Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago ideó una manera de visualizar qué tan cerca estamos de ese destino fatal, a causa de una catástrofe nuclear. El concepto resultante fue un reloj llamado "El Reloj del Juicio Final", en el cual las 12 en punto de la noche (00:00 hrs) señalan el momento donde finaliza nuestra era, donde entre más cerca estén sus manecillas a ese punto, mayor el riesgo de que suceda.
Varios eventos históricos han acercado las manecillas a ese momento, pero el que más cerca las coloco (las 23:58 hrs) fue la detonación de la primera bomba termonuclear o de hidrógeno por los EUA, seguida nueve meses después por la detonación de la versión soviética del mismo tipo de arma.
Con los años, junto al apocalipsis nuclear fueron agregados otros riesgos de origen humano como cambios climáticos y desarrollos científicos que podrían conducir al fin de la humanidad.
Sin embargo, este reloj no funciona como uno real, donde una vez que avanzan las manecillas nunca regresan hacia atrás, sino más bien es solo como un marcador visual, siempre con la posibilidad de que disminuya la amenaza y vuelvan a minutos previos. Quizás se debe a que en el fondo creemos ingenuamente que mientras no se llegue a la medianoche y de golpe todo termine, como un ataque nuclear o un experimento que destruya al planeta, cualquier amenaza como la contaminación, una pandemia viral o una escalada de armas nucleares puede detenerse y revertirse.
No obstante, hay una amenaza resultante de acciones humanas muy poco tomada en cuenta, que aunque no alcanzaría de golpe las 00:00 hrs, sería capaz de mover las manecillas a un punto del que jamás sería posible ponerlas hacia atrás.
En el 2012 circularon reportes de la presencia de cráteres de 30 metros de diámetro en Siberia, los cuales parecía no tenían explicación científica y rápidamente se unieron al grupo de temas de revistas y webs de lo paranormal. De tal forma que esa fue la imagen que quedo en la mayoría de los internautas de ese entonces, de otro fenómeno de superchería sin importancia para olvidar, pero un par de años después quizás habría que reconsiderar la idea sobre estos cráteres.
En el extremo norte de los continentes antes del hielo ártico en el círculo polar, se encuentra una región llamada la Tundra, la cual es un páramo donde solo se dan pastos en el verano y líquenes el demás tiempo, sobreviviendo solo animales capaces de vivir de ese alimento (como los renos). Una característica peculiar de la tundra, es que debajo de la superficie el suelo se mantiene congelado todo el año a profundidades incluso de cientos de metros. Esta sección del suelo se conoce como Permafrost, el cual desde el inicio de la era glaciar hace 2.5 millones de años, ha mantenido inertes restos de hielo, gases e incluso de organismos, pero un hecho importante es que mantiene inertes enormes acumulaciones del gas conocido como metano, resultado de la descomposición de restos orgánicos por millones de años.
Después de una estabilidad de millones de años con temperaturas bajas para mantener congelado al permafrost, en los últimos 200 años ha ocurrido un aumento anual progresivo de las temperaturas hasta llegar a la década actual con las mayores temperaturas registradas, lo que ha ido impactando la capacidad del permafrost para poder mantener atrapados gases como el metano. Bajo este razonamiento, al analizar de nuevo el misterioso fenómeno de los cráteres, de pronto dejan de ser tan inexplicables con la posibilidad de que simplemente sean escapes explosivos de metano, que casualmente en el 2012 una ola de calor en Siberia hizo se superara la temperatura media de 20.2 °C llegando a unos 22.2 °C. Dos años después, el Centro Científico de Estudios del Ártico ruso realizó mediciones del nivel de metano dentro del primer cráter reportado en Siberia, encontrándose niveles de metano del 9.6 %, o sea 50 mil veces mayores al promedio atmosférico, confirmando el anterior razonamiento.
Ahora bien, fuera de parecer adjetivos paranormales, hay una relación seria entre el misterio de los agujeros de Siberia con el Reloj del Juicio Final, en el sentido de que el metano es el gas con la mayor capacidad de calentar la atmósfera, 30 veces mayor al dióxido de carbono (CO2) que a partir de su aumento por actividades humanas se ha aceptado como un factor del calentamiento global.
El problema es que en las proyecciones de este calentamiento no se han incluido los escapes de los depósitos de metano del permafrost, que a diferencia del CO2 no es transformado con eficacia por organismos vivos como las plantas. Esto significa que al continuar aumentando las temperaturas en la Tierra, cada vez serán más comunes y mayores los escapes de metano como los que crearon los cráteres, con riesgo que el metano alcance niveles donde aun deteniendo toda actividad humana y reforestando masivamente, será imposible revertirlo, alcanzándose el punto de no regreso.
Sería tranquilizador creer hasta ahí llegarían las manecillas, pero al igual que el permafrost, el frío fondo de los océanos mantiene atrapado de forma inerte gigantescos depósitos de metano en forma de un gel, por lo que el riesgo de que al llegar a las temperaturas del punto de no regreso y se dispare una situación catastrófica, es real.
La cuestión será ¿cuánto seguiremos esperando hasta tomarnos en serio el calentamiento global? O ¿esperaremos hasta llegar al punto de no retorno, y sea inexorable el avance hasta las 12 de la noche en el reloj de nuestra destrucción?
¡Energía, energía por doquier!
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