El Nitrógeno y la Revolución Verde (Primera Parte)

Sería difícil imaginar el mundo actual sin disponer de gran cantidad de alimentos durante todo el año, con la facilidad de ir a una "tiendita"...

8 de febrero, 2016

Sería difícil imaginar el mundo actual sin disponer de gran cantidad de alimentos durante todo el año, con la facilidad de ir a una "tiendita" de la esquina, mercado o tienda de autoservicio, donde hay desde vegetales frescos hasta alimentos envasados. Sin embargo, hace 150 años habría sido una idea casi imposible.

En mitad del siglo XIX en Europa, ya la Revolución Industrial había demostrado el poder de masificar materiales y productos manufacturados. Mediante la sistematización del conocimiento científico fue posible el control de los fenómenos naturales, como el vapor y la refinación del hierro, permitiendo crear tecnología más poderosa que la fuerza animal, del viento y el agua.

Esta nueva capacidad provocó un marcado aumento de población en pocas décadas, lo que derivó en la frustración de científicos e ingenieros, quienes a pesar de sentir que tenían control sobre la naturaleza para su beneficio, todavía sentían que era un sueño poder hacerlo con la agricultura, así como se había hecho con el carbón, el vapor, la metalurgia, el vidrio y la manufactura, para que fuese mucho más eficiente de lo que era de forma "natural" hasta ese momento, y de esta manera, poder alimentar a esa población creciente.

Para 1860, ya se conocían los principales elementos necesarios para que puedan vivir las plantas: agua, CO2, luz solar y nitrógeno; en esencia todos se pueden encontrar con abundancia en el planeta, solo hay un pequeño detalle.

Ese inconveniente, es que aun a pesar de que el aire está formado en un 78 % por nitrógeno, las plantas únicamente lo absorben del suelo como compuestos solubles de nitrógeno o nitratos, pero tal elemento de esa forma química no es igual de abundante. Los nitratos son tan esenciales para las plantas, porque les son necesarios para crear los aminoácidos que forman las proteínas, sin las que no puede vivir ningún ser vivo.

Sin embargo, en ese entonces las únicas fuentes conocidas de nitratos eran el estiércol animal recolectado o las minas de nitratos, que no eran muchas. Cabe decir que las mayores minas de nitrato se encontraban en la frontera de Chile, Bolivia y Perú, resultado de millones de años de excrementos de aves marinas, minas que eran estratégicas políticamente, ya que los nitratos son parte de la pólvora y los explosivos. Esta razón llegó a provocar una guerra entre estos países, terminando con la pérdida del acceso al mar para Bolivia, lo que deja ver cuánto eran de valiosos los nitratos entonces.

Era obvio que esas dos fuentes no eran precisamente las más prácticas y eficientes de nitratos para pensar en una masificación de los cultivos. Además, los nitratos de minas eran una fuente no renovable, siempre en riesgo de terminarse, sin dejar de lado la necesidad de ser transportados largas distancias.

Estos hechos hacían que hubiese cierta frustración al no poder utilizar la cantidad enorme de nitrógeno en el aire para tomarlo y convertirlo en nitratos. Ya se sabía, en teoría, que químicamente era posible tomar el nitrógeno gaseoso y convertirlo en amoníaco, el cual fácilmente podría transformarse en nitratos, salvo que no se conocía un proceso químico eficiente para crear amoníaco.

Pasarían varias décadas hasta que en 1908 el químico alemán Fritz Haber descubrió un proceso catalítico de alta presión en el que usó una mezcla de hierro, óxidos de aluminio y potasio, junto con muy altas presiones y temperaturas, para forzar y acelerar la combinación del hidrógeno con el nitrógeno atmosférico y así crear amoníaco de forma más eficaz. Poco después el también químico alemán Carl Bosch, en 1913 logró llevar el proceso a escala industrial.

No hay duda alguna de que tras este descubrimiento, la humanidad no volvería a ser la misma para bien como para mal. Ya no habría casi límite para producir nitratos del abundante nitrógeno atmosférico, resultando en fertilizantes inagotables, pero lamentablemente también en un aumento exponencial del número de armas de fuego y explosivas, por lo que no hubieran sido posibles las guerras desde entonces hasta la actualidad sin Haber y Bosch.

Aunque son claras las implicaciones de la nueva capacidad de producir fertilizantes a voluntad artificialmente sin depender de los producidos naturalmente más escasos, la mayor implicación sería ideológica, en el sentido que demostraba la filosofía mecanicista y determinista: “el hombre con la comprensión de las leyes naturales, podría dominar la naturaleza a su voluntad, y era su objetivo final”. Así, ahora la agricultura se había sometido, pudiendo ser aplicada masivamente e industrializarse como cualquier otro material. ¿Pero qué implicó esta nueva capacidad en el siglo XX? Será una historia para la siguiente parte de este artículo.

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