Punto de inflexión… para mal

El próximo domingo se llevará a cabo la primera elección –a nivel mundial– de la mitad de todos los jueces y la totalidad de magistrados y ministros de la SCJN.

30 de mayo, 2025 El próximo domingo 1 de junio, unos cuantos millones de acarreados y zombies políticos, otros fanáticos obnubilados por la ideología, cientos de miembros de bandas criminales y algunos ingenuos, acudirán a las urnas a participar en una pantomima de elección de más de 800 cargos

Se trata de un evento de dimensiones monumentales en todos los sentidos y que bien podría representar un punto de inflexión en la vida política y democrática de México.  

Yo iré a votar, pero anularé mi voto. Las razones son muchas, pero enunciaré algunas.

Primera: dejar de votar me parece irresponsable. Como ciudadanos, tome o no buenas decisiones el gobierno de turno, debemos ejercer el derecho-responsabilidad de externar nuestra opinión por el único medio legal y directo con que contamos.

Segunda: anularé mi voto porque el ejercicio en sí es un engaño, una estafa monumental, diseñado exactamente para lo contrario para lo que se dice que se lleva a cabo. Nada de lo contenido en la actual reforma al Poder Judicial ayudará a mejorar el sistema de justicia, ciertamente corrupto e inoperante. Se trataba de reformarlo, pero no para cooptarlo, sino para hacerlo funcionar, para eso se requería no llevar los puestos de juzgador a las urnas –donde lo que cuenta es la popularidad y la capacidad de movilización de electorado– sino fortalecer la carrera judicial para que los que estén sean cada vez más capaces y experimentados. Pero aun cuando se hubiese hecho esto –que no sólo no se hizo sino que se debilitó–, sería del todo insuficiente sin que mejoren y limpien de corrupción las fiscalías, los ministerios públicos y las policías. Claro que hacer todo esto produce un Poder Judicial más autónomo y lo que se busca el actual Partido hegemónico es lo opuesto: controlarlo por completo para aglutinar todo el poder del Estado.

Tercera: anularé mi voto porque aunque dentro de los listados habrá perfiles valiosos, no hay forma de que como ciudadano de a pie me entere de la trayectoria y perspectiva de los decenas de candidatos para puesto.

Cuarta: anularé mi voto porque no me gusta que me vean la cara. Porque me enferma que políticos profesionales que saben de sobra lo que habrá de ocurrir, nos digan sin el menor empacho que esto es un ejercicio democrático, que es el “pueblo” el que “democráticamente” escogerá a sus juzgadores y demás palabrería hueca que no dejan de decir una y otra vez aun cuando para cualquiera que tenga la secundaria terminada es evidente que el proceso es un desastre y que no hay manera humana de que salga bien. Porque no hay posibilidad alguna de que el “Nuevo Poder Judicial” funcione ni siquiera igual de mal que el de ahora, sino que con toda seguridad, funcionará muchísimo peor y será potencialmente más corrompible si se tienen los contactos correctos en el partido oficial.  

Quinta: porque esta elección fallida se utilizará como pretexto para terminar de desacreditar al INE y así tomar control también de los órganos electorales.

Sexta: porque con el 54% de los votos en las cámaras el partido oficial ha conseguido hacerse del 75% de la representación en el Congreso y eso les dio la posibilidad de manipular la Constitución –con esta y otras reformas– sin buscar consensos ni acuerdos con ese 45% que no votó por ellos. Actitud inaceptable para una serie de reformas que cambiarán en gran medida el régimen político del país.

Y no sé si acabaremos o no como Venezuela, pero lo que no tengo duda es que tras estas maniobras del partido oficial consolidarán un nuevo poder hegemónico que quienes tenemos cierta edad aun recordamos, pero la impresión que queda es que esa nueva “dictadura perfecta” será en realidad una mucho más imperfecta que la anterior.

La primera elección en que participé como votante fue la de 1994, enturbiada por el asesinato de Colosio. A partir de entonces, cada una de los procesos electorales subsiguientes abrió la posibilidad de esperanza, de cambio, de alternancia que refrescara –aunque fuera un poco– las cúpulas del poder y obligara a guardar cierto decoro ante la posibilidad de que siguiera un opositor en el cargo. En el 2000 Fox y Cárdenas ofrecieron esperanza de cambio. En 2006 Calderón y López Obrador contrastaron visiones y proyectos y llevaron las instituciones al límite. El regreso de Peña fue un tropiezo que nuestras instituciones resistieron, la llegada de López Obrador parecía completar la misión: fuerzas políticas de todos los colores podían llegar a la Presidencia y aportar sus propias maneras de entender México. No hay duda que la victoria de la Doctora Sheinbaum fue legal y legítima, pero no lo fue la mayoría calificada que de mala manera obtuvo la coalición de gobierno.  

Todo lo anterior sumado a esta reforma al Poder Judicial me confirma –con profundo pesar– que cuando menos yo (que tengo 54 años) ya no veré a un Presidente de la República que no sea de Morena. No sé a ustedes, pero a mí no me parecen buenas noticias.    

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