El Meollo del Asunto | Desterrar la corrupción es imposible

El presidente Andrés Manuel López Obrador insiste en afirmar que la corrupción se puede erradicar, desterrar, borrar de la vida diaria de la administración federal. Loable deseo, pero no deja de ser eso: un deseo sin base...

1 de septiembre, 2020

El presidente Andrés Manuel López Obrador insiste en afirmar que la corrupción se puede erradicar, desterrar, borrar de la vida diaria de la administración federal. Loable deseo, pero no deja de ser eso: un deseo sin base real alguna. A menos que lo que quiera decir con desterrar la corrupción sea la exhibición de funcionarios que hayan cometido delitos en el desarrollo de su actividad en las administraciones pasadas. 

Puede encarcelarlos y hacer escarnio de toda la situación, pero erradicar o desterrar la corrupción es imposible. El declararlo no solo es demagógico, sino una verdadera estolidez. Pero así es nuestro presidente.

En noviembre de 2017, como ya lo he comentado, tuve la oportunidad de platicar con él en privado. Se lo dije. Le sugerí que dejara de asegurar que iba a terminar y a erradicar la corrupción porque es imposible. Pero ya lo conocen, no hay persona alguna en el universo que le haga cambiar de opinión, aunque la suya esté claramente equivocada.

Para entender el porqué de esta imposibilidad, se debe tener en claro qué es la corrupción y no creo que el presidente lo tenga claro. La corrupción como se entiende en el mundo no es solo la acción de una persona que se roba bienes del gobierno o que desvía recursos destinados a realizar una obra en beneficio de la gente, del “pueblo” (como gustan de llamar los demagogos a la sociedad civil). La corrupción es el abuso de poder otorgado a una persona para beneficio propio, así la define Transparencia Internacional. 

La corrupción tiene las “mil y una caras”. Infinidad de manifestaciones. Acciones que a diario comenten decenas de miles de personas, no solo en la administración pública a lo largo y ancho en el país, sino en todos los ámbitos que componen la vida profesional, de servicio, de gobierno, empresarial, institucional y familiar. La corrupción subestima, socava, mina al ciudadano en su confianza en el bien común. Puede inclusive destruir la legitimidad del sistema político.

Transparencia Mexicana indica que “la corrupción es un factor arraigado en la economía nacional, lo cual es preocupante porque, según los expertos, es un factor que se elimina de manera lenta y complicada. Los datos de Transparencia Mexicana arrojan que 14% del gasto de los hogares mexicanos se destina a pagos extraoficiales”.

Es sabido que para que la corrupción se dé, se requiere de al menos dos personas: quien corrompe y quien es corrompido; ambas igualmente corruptas.

El que se detenga a una persona implicada no significa que se está dando un golpe mortal y definitivo a la corrupción. 

Se lo dije claramente al entonces ciudadano Andrés Manuel López Obrador: “La corrupción no se destruye, solo se controla. Y la única que puedo controlar es la propia, la personal”.

Esta es una definición que he acuñado después de años de escribir sobre el tema y de llevar a cabo un programa de capacitación que busca controlar la corrupción en los diferentes ámbitos de la sociedad.

¿Cómo se hace? ¿Cómo se logra? Mediante una decisión libre, consciente, meditada, voluntaria y que genere hábitos sanos para no involucrarse en actos de corrupción de cualquier índole.

Se han de desarrollar por medio de la activación de un conjunto de principios éticos, morales y espirituales que provoquen un cambio en los marcos de referencia por los cuales se dirige la vida de la persona diariamente. Lo que debe de conducir a la persona a dejar atrás el mantra de que: “el que no tranza no avanza”. Y como no se puede quedar en el vacío, se debe de sustituir por otro que vaya en contracorriente directa al primero: “Avanza Sin Tranza”. 

Este concepto se debe adquirir, reforzar y practicar. Así y solo así, se puede llegar a controlar la corrupción personal y sanear un ambiente plagado de prácticas viciadas que alientan la corrupción en todos sentidos. 

La corrupción funciona como un sistema que se alimenta y sostiene a sí mismo, es decir, la corrupción es sistémica y endémica. Para controlarla se han de desarticular los elementos que la alimentan y que causan la “enfermedad”.

Por otro lado, si el presidente adecuara su discurso y se refiriera a combatir la impunidad, entonces su mensaje sería no solo creíble, sino posible y, por ende, aceptable.

Y esto de qué es primero, si la corrupción o la impunidad, no tiene caso discutirlo. En mi opinión son dos caras de la misma moneda. Más allá de quién es la hermana mayor o qué es primero, si no hay una, no existe la otra y para que exista la primera debe de haber lo segundo. Una misma moneda que, como todas, tiene dos caras.

Esto sí puede combatir el presidente: la impunidad. Ello desalentaría la corrupción, no solo del tipo al que siempre se refiere (al que cometieron sus adversarios de las administraciones anteriores), sino la que a diario cometen millones de empleados de diferentes niveles en el aparato burocrático. 

Esa que es la que también repudiamos los ciudadanos. La que practican inspectores, secretarias, cajeros, empleados diversos, que por una torta detienen un expediente o hacen que se mueva primero que los demás.

También a todo tipo de mordidas que se dan en oficinas de gobierno, sean federales, estatales o municipales; a la que ofrecen empresarios y comerciantes; en escuelas e instituciones.

La que hemos visto en la Cámara de Diputados, pero no solo en los votos a favor de una reforma, como la que dice y señala el presidente: la energética del Peña Nieto. ¿O no se dio cuenta de las maniobras que se dieron por parte de diputados “chapulineando” para llevar a Gerardo Fernández Noroña a tratar de quedarse con la presidencia de la Cámara de Diputados? Vil y corriente corrupción oficial.

La corrupción se puede controlar, mas no erradicar. Sobre todo, cuando desde las altas cúpulas del poder se desobedecen reglas tan sencillas como usar un cubrebocas ante una pandemia como la que estamos viviendo.

Menos, cuando actos así de nimios no son considerados como corruptos (que sí lo son, aunque menospreciados como tales). Esto sienta o establece las bases para que se dé, para que exista y se alimente esa gran corrupción que dice el presidente querer erradicar.

Lo que no podrá hacer, mientras no cambie su manera de pensar. Y eso es, El Meollo del Asunto.

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