Durante casi 12 años Francisco predicó con el ejemplo: renunció a los palacios, vivió en la austera Casa Santa Marta y viajó a las periferias del mundo. Impulsó una Iglesia más interesada en las heridas del mundo que en su propia pureza. Recibió a migrantes, lavó los pies de presos, bendijo a parejas en situaciones irregulares y defendió a los pueblos indígenas, a los divorciados vueltos a casar, a los pobres y a las personas LGBT+. Por eso lo acusaron de populista y relativista.
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