Lo más difícil de esta pandemia es el constante hastío de nuestras propias fobias, anhelos insatisfechos y los traumas que nos asaltan mientras que el tiempo pasa lento ante el “quédate en casa”. Pero como dice el dicho, “No hay mal que cien años dure” ni gente que lo aguante; por lo que el “quédate en casa” ya ha comenzado a relajarse poco a poco, presionado por la necesidad de cada uno de los ciudadanos.
Los diferentes niveles de necesidad de los ciudadanos en su gran mayoría son desesperantes, somos un país de pobres. Pobres con educación, que tratan de mantener los buenos tiempos a flote, y los pobres que no tienen ningún tipo de oportunidad y que el destino pareciera que les pone todo en contra.
Esos dos tipos de pobreza son los que, por vivir al día, tienen que salir diariamente a buscar para comprar la comida o en otros casos el vicio que consumirán en ese día.
Así pues, después de dos meses de encierro por pandemia, la gente pobre ya está harta, ya se dio cuenta de que no tiene nada que perder. Es en esta etapa, cuando la posibilidad de protestas crezca peligrosamente. Tal y como sucedió ayer en la CDMX donde varias decenas de vendedores ambulantes protestaban cerrando la calle para dejar pasar solamente a quien cooperara, hasta que llegó la policía capitalina a reprimirlos y quitarlos de la calle.
Para este tipo de situaciones, si se ponen violentas, el gobierno que preside Andrés Manuel López Obrador militarizó al país de un plumazo.
Aunado a este tipo de manifestaciones, está el colapso de los hospitales, donde cada vez más trabajadores de la salud protestan por la falta de insumos para defenderse y combatir el virus. Esto a pesar de los anuncios del gobierno federal sobre la compra de estos insumos y de cómo llegan al país procedentes de extranjero. La falta de transparencia del reparto de estos insumos médicos causa que la gente ya dudé que existan.
La gente está sufriendo, la enfermedad está pegando parejo: ricos y pobres caen para morir solos. Ahora la gente ve cómo sus amigos están muriendo, sus conocidos están partiendo también, así como cientos de desconocidos que solamente son parte de las cifras que vemos todos los días en los medios.
Aquí en Tapachula, se dieron dos casos como en el Ecuador, cuando los fallecidos por COVID-19 morían dentro de sus casas y ninguna autoridad quería llevarlos a sepultar. La pobreza de estos dos casos ocasionó que se comenzaran a podrir en el lugar que murieron. Los olores que despedían los cadáveres obligó en el caso del migrante cubano, a que los vecinos mexicanos hicieran una “coperacha” para pagarle a una funeraria para que se llevara el cuerpo que encontró al creador sentado en una vieja mecedora.
El otro caso era el de un vendedor ambulante que murió dentro de la choza que rentaba, nadie se atrevía a entrar a ver el cadáver, solamente el olor anunciaba que la muerte estaba presente. Se le llamó a la Fiscalía del Estado de Chiapas, pero nunca llegó, hasta que la Secretaria de Salud se hizo cargo y fue llevado a la fosa común.
En estos dos casos, no se supo a ciencia cierta si los fallecidos murieron por COVID-19 o por otra causa como la soledad y la porquería de vivir en mundo insensible, inhumano al que no le importa nada de lo que se hacen llamar “valores morales”.
Todo está a punto de estallar.
Apuntes variados…
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