La eficiencia de la ineficiencia

Por motivos de trabajo, últimamente he tenido que realizar una de las actividades que más me aterroriza, me desespera, me malhumora y me saca de mis cabales...

23 de octubre, 2015

Por motivos de trabajo, últimamente he tenido que realizar una de las actividades que más me aterroriza, me desespera, me malhumora y me saca de mis cabales: Hacer trámites en las oficinas de gobierno.

Hace algunos meses, me empecé a entrenar en eso de hacer filas, ser ignorado y soportar las malas caras de los burócratas que de mala manera atienden a aquellos que como yo, no tienen otra salida que pararse en las dependencias gubernamentales a realizar tal o cual trámite. En mi caso, tuve que solicitar unas actas de nacimiento de un familiar que vive fuera de la ciudad. Y aunque el trámite no fue tan tardado como pensé, tuve que esperarme a que la funcionaria en turno terminara de checar su Facebook antes de ponerme su total atención. Y mientras ella le daba “likes” a las publicaciones de su muro, yo observaba la cantidad de gente que platicaba plácidamente en sus lugares de trabajo, tomándose su cafecito o comiéndose su torta de tamal en plenas horas laborales.

Pero mi calvario realmente comenzó hace apenas unas semanas, cuando tuve que ir a la Secretaría de Hacienda a solicitar una devolución de unas multas indebidamente cobradas -ya sabe usted: primero pague y después “virigüo”-, devolución que no pude hacer efectiva porque al juez que dictó sentencia se le olvidó poner el acuerdo definitivo, necesario para tal devolución.

Luego, hace pocos días tuve que asistir, contra toda mi voluntad, a las oficinas del IMSS, a realizar el trámite de renovación del famoso IDSE (IMSS Desde su Empresa), en donde primero tuve que sacar una ficha, de ahí me mandaron a una caja, luego a otra caja, me revisaron los documentos, me recogieron algunos de ellos, después tuve que sacar otra ficha, esperar a que llegara mi turno, simplemente para ver como la pantalla que muestra tales turnos se puso en blanco, y por ende tener que formar parte de la aglomeración en las ventanillas para tratar de escuchar los gritos de los funcionarios en turno, con la remota esperanza de que alguno de ellos pronunciase mi nombre. Dos horas y media después, pude salir con un hermoso dolor de cabeza y de pies, culminando exitosamente un trámite que no debería de hacer realizado en primera instancia.

Pero la ineficiente tramitología no se queda solamente a nivel de dependencias gubernamentales, pues el rubro privado también tiene lo suyo.

La  “procedimientitits aguda” que afecta a empresas que en lugar de estructurar sus manuales de procedimientos con el propósito de hacer más eficientes y simples sus procesos, los hacen más complicados y difíciles de cumplir.

En lo personal me gustaría ver a un México más eficiente, expedito, y tecnológico. Hace pocos días volví a sacar unas actas de nacimiento, esta vez por internet. Aunque fue más costoso que la primera vez, no tuve que aguantar malos modos, ni colas interminables, ni el horripilante espectáculo de ver al personal burocrático en su eterna tertulia en horario laboral.

¿Qué pasaría si México fuera un país un poquito más honesto y un poquito más eficiente? Seguramente seríamos muchísimo más de lo que somos. 

Simplificación administrativa, te sigo esperando…

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