Hoy se cumple una semana desde que Donald Trump desató su nueva guerra comercial contra el mundo. El 2 de abril proclamó el supuesto “Día de la Liberación” económica de su país y, con su firma, impuso un arancel del 10% a todas las importaciones de EEUU, además de castigos del 11% al 50% contra 57 países. Lo hizo sin consultar, sin pactar y sin prever las consecuencias. El resultado: bolsas desplomadas, cadenas de suministro colapsadas y una economía global en vilo.
China respondió con fuerza. Canadá y la Unión Europea preparan represalias contra EEUU. Mientras tanto, Trump celebra ingresos fiscales inflados que aún no llegan y presume empleos que no existen. La realidad es otra: inflación al alza, costos de vida más altos y una recesión global que ya no es una amenaza lejana, sino una posibilidad muy concreta. En esta guerra no hay ganadores, solo damnificados.
Y cuando parecía que el conflicto no podía escalar más, Trump, en respuesta al nuevo paquete de represalias anunciado por Pekín, reviró ayer con más agresividad e impuso aranceles de hasta 104% a productos chinos como acero, baterías, maquinaria y vehículos eléctricos. El objetivo es evidente: debilitar al principal competidor económico y militar de su país, frenar su avance tecnológico y reforzar su narrativa electoral. Ya no se trata de renegociar, sino de confrontar. El golpe amenaza con dividir al mundo en bloques comerciales opuestos y convertir a la Organización Mundial del Comercio en una figura irrelevante. La guerra comercial ya no es una herramienta de presión: es la doctrina oficial del gobierno de EEUU.
México, afortunadamente, quedó fuera del paquete arancelario anunciado hace una semana. La exención indefinida del T-MEC protege entre el 80% y el 85% de sus exportaciones a EEUU. La presidenta Claudia Sheinbaum optó por la contención: más producción nacional, cero represalias. Una postura prudente, pero frágil ante la volatilidad del presidente estadounidense. El 25% de arancel sobre el aluminio, acero y productos no conformes al T-MEC sigue vigente, y el peso sigue depreciándose, encareciendo las importaciones e inyectando incertidumbre financiera. Y desde el anuncio de los aranceles hasta ayer el Índice de Precios y Cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores había caído 6.52%.
Sectores no cubiertos por el T-MEC ya enfrentan obstáculos crecientes. Empresas exportadoras reformulan operaciones, adaptan cadenas logísticas y aceleran su certificación T-MEC. Pero el margen de maniobra es limitado. Más de dos millones de empleos dependen de un comercio que hoy se sostiene por la caprichosa decisión de Trump. La incertidumbre paraliza inversiones, encarece insumos y altera decisiones estratégicas. Basta un tuit para que todo cambie. Ningún país serio puede planear su futuro bajo semejante amenaza.
Trump no lidera, impone. No negocia, castiga. Cree que la fuerza unilateral puede sustituir al acuerdo multilateral. Su gabinete se contradice, su política exterior se improvisa y el mundo entero contiene el aliento, consciente de que la estabilidad global pende del capricho de un solo hombre.
México ha esquivado el primer impacto. Pero sigue en la mira. Y el disparo final puede llegar en cualquier momento.
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