Las prohibiciones generalmente fracasan.
Tarde o temprano los gobiernos fracasan cuando legalmente prohíben una religión, una ideología, una práctica sexual, una moda, un libro, una película, una droga o casi cualquier otra cosa que cuente con el apoyo de cierto sector de la población.
Durante casi 10 siglos, la iglesia romana suprimió a quienes no obedecieran ciegamente sus dogmas y doctrinas, pero a partir del Gran Cisma de 1054 surgieron nuevas denominaciones cristianas que hoy llegan a casi 400.
Y si algo tan poderoso como fue la iglesia de Roma no pudo contener indefinidamente a quienes no estaban dispuestos a obedecer al Papa, menos han podido imponer sus designios indefinidamente los gobiernos que han ido y venido con los años.
La prohibición al consumo de las drogas es un buen ejemplo de una política fracasada que no ha dado los resultados esperados desde que el presidente estadounidense Richard Nixon inició en 1971 su guerra contra las drogas y presionó a los demás gobiernos del mundo para que hicieran lo mismo.
Después de casi medio siglo de prohibición, no solo se venden las drogas que entonces estaban en boga, sino muchas más que con los años se han descubierto o inventado. La cantidad de drogas producidas y el número de sus consumidores han aumentado. Los recursos económicos, materiales y humanos que se han dedicado a combatir a los narcotraficantes han aumentado junto con el número de consumidores de sus productos, y las utilidades que les deja el negocio a los criminales se han diversificado hacia otros lucrativos negocios lícitos e ilícitos.
Y por más que cada día aumenta el número de personas que se manifiestan a favor de la legalización y regulación de las drogas, la mayoría de los gobernantes del mundo optan por ignorarlas, tal vez porque temen que el gobierno estadounidense les imponga severas penas comerciales si aprueban el uso legal de los estupefacientes o tal vez porque son presionados a no actuar por empresas legalmente constituidas que verían afectados sus intereses de autorizarse la venta de las sustancias que hoy son ilícitas.
Cuando decidieron hacer ilegal a la quinta industria más importante de su país, los políticos gringos creían que al impedirse el consumo de las bebidas alcohólicas, se elevaría la productividad de los trabajadores y la economía crecería más rápidamente. Sin embargo, la prohibición fracasó desde el primer día que entró en vigor, y la reducción del consumo de alcohol nunca pasó del 20%.
Igual han fracasado en México la prohibición al consumo libre de las drogas y la guerra contra sus traficantes.
En lo que a este asunto se refiere, en el Senado ya se discute la legalización de la mariguana. Si se aprueba una ley que legalice esta droga, el gobierno de la 4T demostrará su inclinación transformadora. El problema es que, mientras no se legalicen otras drogas, los muertos se acumularán, la violencia seguirá y los recursos continuarán desperdiciándose en una lucha perdida.
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