En México, por la pandemia de COVID-19, 30 millones de estudiantes de nivel básico a medio superior dejaron de asistir a clases desde el 23 de marzo del año pasado.
Desde entonces, a estos niños y jóvenes no les quedó más que tratar de aprender por medio de algunos de los sistemas de educación a distancia que diseñó la Secretaría de Educación Pública (SEP).
En nuestro país las clases que dejaron de impartirse en las aulas se dieron a través del internet, la televisión y la radio. La SEP improvisó sistemas de educación a distancia que, según los expertos, en la mayoría de los casos no funcionaron debido a que en muchos hogares no existían los recursos materiales y humanos necesarios para que se lograran sus objetivos.
En México, una encuesta realizada en noviembre de 2020 entre estudiantes de primaria y secundaria determinó que únicamente el 37.3% de los estudiantes de primaria y el 49.8% de los de secundaria disponían de una computadora en casa.
Debido a la poca funcionalidad de las clases a distancia, se estima que entre abril y agosto del año pasado, 2.53 millones de niños y adolescentes mexicanos, desde el nivel preescolar hasta la preparatoria, abandonaron la escuela y que también desertaron otros 305 000 estudiantes de educación superior. No se han difundido datos de la deserción durante el actual ciclo escolar 2021-2021.
Sobre el impacto de la pandemia en la educación, dos maestros de economía en la Universidad de Bristol, Inglaterra, Simon Burgess y Hans Henrik Sieversten, escribieron en abril de 2020 en VoxEU.org, lo siguiente:
“Muchas familias de todo el mundo sienten la grave perturbación a corto plazo: la educación en el hogar no solo es un impacto masivo para la productividad de los padres, sino también para la vida social y el aprendizaje de los niños (…) estas interrupciones no solo serán un problema a corto plazo, sino que también pueden tener consecuencias a largo plazo para los estudiantes afectados y es probable que aumente la desigualdad”.
Para los dos autores, los cierres de escuelas se traducen en una pérdida de capital humano a través de una disminución tanto de las horas efectivas de escolarización como de las tasas de retención.
Un estudio del Banco Mundial difundido en junio de 2020 estima que, a nivel mundial, “el COVID-19 podría resultar en una pérdida de 0.6 años de escolaridad ajustada por calidad, reduciendo los años efectivos de escolaridad básica que los niños logran durante su vida escolar de 7.9 años a 7.3 años (…) cada estudiante de primaria y secundaria podría enfrentar, en promedio, una reducción de 872 dólares en sus ingresos anuales (…) sin una política correctiva efectiva cuando regresen a la escuela, dejarán de ganar aproximadamente 10 billones de dólares durante sus vidas, aproximadamente el 12% del PIB mundial”.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) emitió en abril pasado un reporte que señala que los mexicanos que tenían entre 10 y 19 años en 2020, tendrán una pérdida vitalicia de ingresos de más o menos el 2%.
El COVID-19 nos va a costar muchísimo durante las décadas por venir. Hasta ahora, la SEP no ha anunciado cuáles políticas correctivas aplicará para que los estudiantes recuperen el tiempo perdido y no sufran una merma en sus futuros ingresos.
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