Confieso que tardé en darme cuenta de la severidad con que la pandemia de COVID-19 está golpeando al planeta y, sobre todo, a quienes tenemos 60 o más años. Todavía el sábado 14 asistí a una boda y, si bien procuré no saludar a nadie de mano o beso y me senté en una mesa ubicada en un extremo del jardín en donde se celebró el evento, lo más sensato hubiera sido no haber ido.
El martes pasado conduje mi programa desde los estudios de Grupo Fórmula en la CDMX. Ese día el número de casos de COVID-19 detectados en nuestro país llegó a 118 y decidí dejar de ir al estudio y conducir desde mi casa aprovechando las tecnologías que permiten hacerlo, como Skype, Zoom o Webex.
Ya desde la semana antepasada había empezado a desinfectar mi mesa de conducción, asiento y micrófono y, desde el lunes 17, para aminorar los riegos de contagios, todos los comentaristas que hacen posible el programa dejaron de asistir al estudio y empezaron a participar a distancia. Solo mi gran productora Francine Sarrapy, su asistente Lucero Zamora y el personal técnico, sin el cual sería imposible transmitir el programa, siguen laborando, pero bajo condiciones de asepsia.
A pesar de estar informando y analizando sobre la pandemia, tardé en aceptar la gravedad de la situación; me costó trabajo admitir que en México llegaría a ocurrir lo que en China, EEUU, Italia o España; me negué a reconocer que mi única alternativa para sobrevivir era recluirme en mi casa para evitar cualquier contacto con personas infectadas que puedan transmitirme el coronavirus.
Si yo, que estoy mediamente informado, no pude o quise entender la extrema gravedad de la situación, ¿qué esperar de los millones de mexicanos que siguen actuando como si nada sucediera, tal vez siguiendo el ejemplo de la mayoría de sus gobernantes y otros líderes de opinión que minimizan la gravedad de lo que ocurre?
¿Y qué esperar de muchos de estos mexicanos que, siguiendo el ejemplo y liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador, culpan a los comunicadores y medios de comunicación de exagerar la realidad?
Basta ver lo que sucede en las redes sociales para constatar lo anterior.
Si comento que las mismas OMS y OPS consideran que el gobierno hasta ahora ha enfrentado adecuadamente el brote de coronavirus, los detractores del presidente me acusan de ser uno más de sus lambiscones.
La economía se está derrumbando, la crisis de salud nos afectará a todos en mayor o menor medida y el mundo se ha vuelto más peligroso.
Ante la adversidad, los mexicanos deberíamos estar unidos como nunca lo hemos estado. Para eso se necesitaría que el presidente aceptara la realidad, abandonara su discurso confrontacional, reconociera que todos amamos a México y nos convocara a la unidad nacional.
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