Transcribí ayer aquí parte del discurso que el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, pronunció el viernes pasado para referirse a “una ola de manifestaciones en todo el mundo, desde Oriente Medio hasta América Latina y el Caribe (…) desde Europa hasta África y Asia”.
El portugués explicó que las causas que provocan las protestas son diversas y entre otras mencionó la desigualdad, los sistemas económicos que benefician a quienes más tienen, la falta de libertades políticas y de libre expresión, la corrupción, la creciente falta de confianza que las personas tienen en sus gobernantes. Añadió que “incluso donde las personas no protestan, están sufriendo y quieren ser escuchadas”.
Hay muchos estudios que muestran la realidad de los países en donde las personas están tomando las calles.
Está el Índice de Percepción de la Corrupción que cada año realiza Transparencia Internacional y que en su edición 1980 incluyó a 180 países.
Este año han protestado habitantes de países en donde existe una alta corrupción como son Argelia (lugar 105 en el Índice), Perú (105), Kazajstán (124), Bolivia (132), Líbano (138), Rusia (138), Sudán (172), Irak (168), Venezuela (168).
La edición 2018 del Índice de la Democracia realizado anualmente por la organización británica Economist Intelligence Unit (EIU) incluye a 168 países que son calificados del 0 al 10, en donde cero es carencia absoluta de democracia y 10 es democracia plena.
Algunos de los países con poca a nula democracia en donde la gente se ha manifestado son (su lugar en el índice aparece entre paréntesis): Turquía (110), Egipto (127), Venezuela (134), Rusia (144).
Hay países como Arabia Saudita (159) o Corea del Norte (167), en donde protestar puede significar años de cárcel o la muerte, pero, como lo dijo Guterres en su discurso, “incluso donde las personas no protestan, están sufriendo y quieren ser escuchadas”.
En Francia, el Movimiento de los Chalecos Amarillos que ha desquiciado la vida en París y otras ciudades cumplirá un año en noviembre. Las manifestaciones primero fueron contra el alza en el precio de los combustibles y luego para protestar contra la injusticia del sistema fiscal y la pérdida del poder adquisitivo.
En Chile, más de un millón de personas salieron el viernes pasado a las calles de Santiago para protestar contra la desigualdad. Lo que ahora sucede en el país sudamericano empezó hace algunas semanas cuando el gobierno aumentó el precio del pasaje del Metro en el equivalente de 79 centavos mexicanos a un máximo de 21.91 pesos mexicanos. El insignificante aumento fue la gota que derramo el vaso de los agravios de muchos chilenos.
El número e intensidad de las protestas alrededor del mundo indica que millones de personas que no están satisfechas con algo o alguien se organizan rápida y eficazmente gracias a las redes sociales para hacer sentir su insatisfacción en las calles de sus comunidades.
El riesgo que enfrentan hoy muchos países es que los manifestantes sean violentamente reprimidos por gobiernos que busquen pretextos para ser autoritarios.
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