Dedico la mayor parte de mis espacios en los medios de comunicación y redes sociales a comentar sobre la pandemia de COVID-19 porque hoy no hay otro asunto que afecte más a nuestras vidas que esta nueva enfermedad que, desde el 17 de noviembre de 2019, han padecido casi 107.2 millones de personas alrededor del mundo, muriendo casi 2.4 millones de ellas.
Entre el 10% y 15% de quienes enfermaron –de 10.72 a 16.1 millones de personas– seguirán padeciendo de uno o varios de los efectos secundarios de la enfermedad. Estos son, de acuerdo a la prestigiada Clínica Mayo: fatiga, dificultad para respirar, tos, dolor articular, torácico, muscular y/o de cabeza, latidos cardiacos rápidos o palpitantes, pérdida del olfato o del sabor, problemas de memoria, concentración o sueño, sarpullido y pérdida de cabello.
Para quienes enfermaron gravemente las consecuencias pueden ser peores: daños en los pulmones, corazón, cerebro, sistema circulatorio, problemas de coagulación, depresión, ansiedad y fatiga.
En nuestro país son casi 1.94 millones las personas que han enfermado y poco más de 167 000 las que han muerto. Es probable que entre 194 000 y 291 000 sufran durante quién sabe cuánto tiempo uno o más de los efectos secundarios.
Todos estos números nos indican la magnitud de la tragedia y sus efectos económicos, sanitarios y sociales que ahora y durante años estaremos sintiendo los que sobrevivamos a la pandemia.
Por ejemplo, ¿cuánta riqueza dejaron de generar quienes murieron a una edad en que aportaban su trabajo, experiencia y conocimientos a la economía de sus países?; ¿cuánto no generarán ya quienes quedaron gravemente afectados por la enfermedad?; ¿cuánto le costará al sistema de salud de cada país atender los padecimientos que sigan sufriendo muchos de los que enfermaron?; ¿cuántas familias sufrirán una baja importante en su calidad de vida por la muerte o incapacidad de quien era su sostén?
Otro efecto a largo plazo de la pandemia es el aumento en el número de pobres. En México se agravó la situación de por sí crítica.
De acuerdo con el INEGI, el PIB cayó 8.5% en 2020, la mayor caída registrada desde 1932, y en 2021 la mayoría de los analistas coinciden en que crecerá entre un 4% y 5%.
El desplome del PIB generó entre 10 y 12 millones de nuevos pobres el año pasado, según cálculos de BBVA. En 2018, de acuerdo con el CONEVAL, 61.1 millones de personas (48.8% de la población) tenían un ingreso menor a la línea de pobreza por ingresos, y otros 21 millones (16.8% de la población) inferior a la línea de pobreza extrema por ingresos.
Si de por sí la lucha contra la pobreza fracasó hace años, ¿qué le espera a los aproximadamente 93 millones de pobres y extremadamente pobres que hay ahora?; ¿cómo van a sobrevivir?; ¿cuántos de ellos se incorporarán a la economía informal debido a la raquítica generación de empleos bien pagados o a la falta de preparación de la mayoría de los mexicanos?; ¿cuántos decidirán que el camino a seguir es sumarse a las filas de la delincuencia organizada o desorganizada?; ¿qué tanto aumentarán los peligros en las ciudades y el campo mexicanos?
Otro día comentaré sobre otros graves efectos de la pandemia. Entendiendo los problemas, no ignorándolos, es como podemos empezar a resolverlos.
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