“… afortunadamente, ya existe una propuesta de adquisición, se está esperando un nuevo avalúo y es muy probable que ya también se venda el avión. Es muy buena noticia, claro, no muy buena para nuestros adversarios, pero es muy buena para el país”.
Lo anterior lo dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador, el jueves de la semana pasada, al referirse al Boeing 787-7 Dreamliner que de febrero de 2016 a noviembre de 2018 fue el avión presidencial o TP-01 de Enrique Peña Nieto y cuya compra aprobó el Congreso el 15 de noviembre de 2011 junto con el Presupuesto de Egresos de la Federación 2012.
Desde que asumió la presidencia y mandó el avión a Estados Unidos para su venta, AMLO ha informado, ya no sé cuántas veces, sobre la existencia de múltiples compradores, aunque ninguno de ellos se animó a adquirirlo. Según él, las ofertas eran por menos del valor del avalúo, que es de unos 130 millones de dólares, cifra muy por debajo de los 333.3 millones de dólares que nos costó a todos los mexicanos (114.6 millones que cobró Boeing más otros 218.7 millones que se le pagaron a diversos proveedores para su adecuación de ingeniería y estructura para que quedara como el lujoso transporte presidencial).
Tanto la compra como la adecuación fueron financiadas por Banobras, que es propiedad del gobierno federal. Luego, el banco se lo arrendó a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA).
Si se considera que la SEDENA aún le debe a Banobras unos 3833 millones de pesos (equivalentes a unos 183 millones de dólares de acuerdo con la tasa de cambio de ayer), es evidente que aunque se venda en 130 millones de dólares, los mexicanos acabaremos, como siempre, pagando por los errores, estupideces y excesos de nuestra clase gobernante.
Y todo indica que, seguramente, perderemos más que los 333.3 millones de dólares que costó el avión, más los intereses hasta ahora pagados a Banobras, más los gastos que ha representado mantenerlo en condiciones óptimas para evitar su deterioro.
Afirmo lo anterior con base en un hecho: el mercado de aviones nuevos y usados, incluidos los Dreamliners, está deprimido como consecuencia de la pandemia de COVID-19 que desplomó a la industria de los viajes y turismo alrededor del mundo.
En sus diversas instalaciones, Boeing tiene estacionados 50 Dreamliners que no ha podido entregar debido a que sus compradores cancelaron o postergaron sus pedidos.
Delta Air Lines anunció en mayo la cancelación de un pedido de 18 Boeing 787. American Airlines tiene 24 estacionados y United 27.
Se calcula que entre 17 000 y 20 000 aviones comerciales están estacionados en 900 aeropuertos alrededor del mundo. Muchos no volverán a volar, ente ellos, una buena cantidad de Dreamliners.
Estando así las cosas, ¿quién en su sano juicio estaría dispuesto a pagar un centavo por el 787? Reacondicionarlo para su uso comercial probablemente costaría más que comprar uno usado.
En resumen: es poco probable que se venda el TP-01, a pesar de que AMLO haya vuelto a anunciar que ya hay una propuesta para su compra.
Toda esta explicación la doy porque hay quienes me reclamaron que en mi columna de ayer dudara del anuncio hecho el jueves pasado por el presidente.
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