A cinco años de distancia y 800 mil tumbas después

Hoy, 19 de marzo de 2025, miro hacia atrás con una mezcla de nostalgia, tristeza y furia contenida. Hace exactamente cinco años, el 19 de marzo de 2020, transmití por última vez mi programa desde los estudios...

19 de marzo, 2025

Hoy, 19 de marzo de 2025, miro hacia atrás con una mezcla de nostalgia, tristeza y furia contenida. Hace exactamente cinco años, el 19 de marzo de 2020, transmití por última vez mi programa desde los estudios de Grupo Fórmula en Avenida Universidad. Desde ese día, el mundo como lo conocíamos se desmoronó. La pandemia de Covid-19 nos obligó a encerrarnos, a reinventarnos, a sobrevivir. Desde el 20 de marzo de 2020 hasta 13 de marzo de 2023, yo y mis queridos comentaristas hicimos este programa desde casa, a través de Zoom. Todos nos adaptamos. Quienes integran el equipo de producción encabezado por Francine Sarrapy, entre ellos Michel Hernández, Manuel Fernández Pérez Landero, Estefanía Lara, Raúl Cruz, Miguel Guevara, Gustavo, Carmen, Enrique y Cecilia arriesgaron sus vidas todos los día yendo a los estudios. Grupo Fórmula actuó con responsabilidad: cubrebocas, gel, distancia, medidas que protegieron a quienes pisaban los estudios.

Pero no todos sobrevivieron y, como muchos, perdí amigos, colegas, personas valiosas.

Luis Enrique Mercado, director fundador de El Economista y un periodista brillante; Arturo González, el infatigable director de noticia de Grupo Fórmula; varios queridos amigos, mis consuegros Salvador y Margarita Montes, y tantos otros que se fueron en medio del caos. Sus nombres son un recordatorio de lo que pudo evitarse. Porque sí, mientras nosotros resistíamos, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador nos falló. Y no es una opinión ligera: es un hecho respaldado por 800,000 tumbas.

Desde el principio lo dije y lo escribí en cada espacio que tuve: el manejo de la pandemia fue un desastre. AMLO, con su mezcla de terquedad y desdén por la ciencia, nos dio amuletos y discursos vacíos, se negó a cerrar fronteras cuando el virus ya estaba aquí, no vacunó primero a médicos ni a trabajadores esenciales que sostenían al país, y prefirió minimizar la crisis a enfrentarla. Se rehusó a usar cubrebocas como ejemplo, mandando un mensaje de desprecio por las medidas básicas. No invirtió en respiradores ni equipo médico cuando más se necesitaba, y hasta promovió tratamientos sin sustento científico, como si la fe pudiera sustituir a la ciencia.

Y qué decir de los dos ineptos charlatanes que él puso al frente de la Secretaría de Salud: Hugo López-Gatell, el autoproclamado experto que subestimó al virus y sobreestimó su ego, y Jorge Alcocer, un burócrata invisible que nunca dio la talla. Entre conferencias vespertinas llenas de mentiras y una estrategia que nunca fue estrategia, dejaron que el país se hundiera en una tragedia evitable.

No exagero al decir que México fue un caso de estudio en cómo no manejar una crisis sanitaria. Otros países cerraron fronteras y la economía, invirtieron en pruebas masivas y equipos médicos, protegieron a sus médicos. Aquí, el gobierno se aferró a la austeridad mal entendida y a la negación. “No pasa nada”, decía el presidente mientras los hospitales colapsaban y las familias enterraban a sus muertos sin despedirse. Las cifras oficiales hablan de 300,000 fallecidos, pero todos sabemos que la realidad es aún más oscura. El subregistro fue otra de sus especialidades.

Cinco años después, sigue el dolor y el enojo. No solo por las pérdidas personales, sino por la indignación de ver que no hay rendición de cuentas. AMLO se fue, pero su legado de improvisación y soberbia sigue vivo en un sistema de salud colapsado que costarán mucho esfuerzo y recursos recuperar. Los mexicanos pagamos el precio de su ineptitud con vidas, con dolor, con un futuro que nos robaron.

Hoy, pienso en aquellos días de Zoom, en las voces que ya no están, en las lecciones que debimos aprender. La pandemia cambió mi vida, como la de miles de millones. Pero lo que no cambió, y eso me duele más, es la incapacidad de este país para exigir justicia a quienes nos fallaron. Que no se nos olvide: 800,000 muertos no son un número, son una condena.

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