Voraz

“I don’t want to be a monster, but maybe it’s too late to be anything else” (Holly Black).

1 de septiembre, 2022

Se le conocía simplemente como Tarrare, o Tarar en Villefontaine, Saint-Désirat, Montvendre y otras regiones del sudeste de Francia. Había nacido en 1772 según parece, aunque no existe algún documento probatorio de ello. 

Lo que ha llegado hasta nosotros para arrojar mayor claridad, además de uno o dos registros donde aparece dicho nombre y el recuento de diversos testigos, es la narración de Pierre François Percy, cirujano en jefe del hospital de Soultz-Haust-Rhin, quien, en su diario, lo menciona de la siguiente manera: 

El paciente en cuestión, un hombre joven, llegó buscando una cura para su afección. 

Debo decir que en nada difiere de algún otro connacional salvo por el diámetro de la boca (algo más grande de lo que podría considerarse normal) y cierta flacidez de la piel tanto en el abdomen como en las mejillas cuando aún no ha ingerido comida. 

Su cabello es rubio, suave y el cuerpo delgado, aunque suda copiosamente. No muestra signos de desorientación o trastorno mental alguno. 

 El mismo refiere que desde muy temprana edad sentía un apetito anormal, imposible de satisfacer por medio alguno, dado lo cual sus padres le obligaron a dejar su hogar durante la adolescencia. 

Sobrevivió los años posteriores acompañando a un grupo de ladrones con quienes viajó a lo largo y ancho del país, pasando de regiones populosas a otras mucho más solitarias, vagando por riachuelos, valles, ciudades y pueblos, robando y mendigando. 

Algún tiempo después desarrolló “un espectáculo” que le granjeaba el tan ansiado alimento y algo de dinero. 

(…) Tanto los testigos como las crónicas de la época coinciden en ello: Tarrare era capaz de alimentarse de todo aquello que estuviera cerca, plantas, verduras o frutas podridas, piedras y animales tanto salvajes como domésticos (la carne de serpiente era su favorita). Los perros que se acercaban a husmear entre la muchedumbre pronto huían al verlo como si pudieran prever lo que les deparaba el destino. Tallos, raíces, basura en general, nada era suficiente para él. 

Se había unido al ejército revolucionario alrededor del ‘92, buscando asegurar el sustento diario, pero desertó tiempo después dado que las raciones militares resultaron insuficientes; dos, tres, cuatro, cinco no bastaron. Intercambiaba el alimento con otros soldados y tomaba de ellos ciertas tareas, pero incluso así, se le veía hurgando en la basura buscando restos con los cuales pudiera alimentarse (…)

Percy continúa con el relato: 

Cuando llegó al hospital intentamos aproximarnos a su padecimiento con pericia científica, metódica, buscando determinar su capacidad estomacal. 

Probamos con huevos cocidos; primero una docena, luego dos, después tres, pero no logramos contener su apetito. Probamos también con los efectos del láudano, del vinagre con vino, con las píldoras de tabaco para, al menos, disminuirlo. Todo sin éxito. 

Le proporcionamos carne, sal, aceite, leche, grasa. Un festín preparado para diez o doce personas no lograba tranquilizarlo más allá de algunas horas. 

En alguna funesta ocasión tuvimos la mala fortuna de presenciar como devoró un gato vivo; comenzó por abrir el abdomen del pobre animal con los dientes para beber su sangre. Después, continuó masticando vísceras y piel hasta que no quedó nada salvo los huesos, vomitando únicamente el pelo algunos minutos después. 

Lagartijas, roedores, peces. Incluso una anguila fue devorada entera tras quitarle la cabeza. Nada le era ajeno a aquel estómago imposible. 

A pesar de nuestros variados esfuerzos, se escapaba por las noches para buscar entre los restos que dejaban los carniceros y vendedores, persiguiendo perros callejeros para competir con ellos por preciados cartílagos, vísceras y demás menudencias. 

El hombre pedía, imploraba una cura, la que sea, pero no teníamos nada que ofrecerle.  

De este modo transcurrieron varios meses, pero lo peor aún estaba por venir. 

Pasado algún tiempo y ante nuestra incapacidad (el Dr. Courville me ayudaba ahora a probar cualquier tratamiento, por experimental que éste fuera) de contener el hambre de monsieur Tarrare, éste comenzó a deambular por las distintas alas del hospital, buscando en realidad acceder al área donde se practicaban las sangrías.

Lo anterior asustó a los pacientes y a los enfermeros, sobre todo a estos últimos, quienes le habían visto rondar también la parte inferior del edificio, donde se encontraba la morgue.  

La última entrada del diario de Percy respecto al asunto, fechada el 14 de octubre de 1794, relata escuetamente:

El día de ayer casi todos los empleados persiguieron a Tarrare por el hospital buscando una confesión, pero no obtuvieron más que su inevitable huida. Primero fueron los cadáveres y ahora esto. Aún y cuando no existen pruebas fehacientes de que haya sido él, cierto es que todo apunta en su dirección. Yo mismo lo creo. Desconozco si alguna vez volvamos a tener noticias suyas, lo más probable es que no. 

Dios tenga misericordia de su alma.  

Lo que Percy no mencionó (o decidió omitir) además del hecho de que dos miembros de vigilancia habían hallado rastros de mordidas en varios de los cuerpos almacenados en el sótano del recinto, es la verdadera causa de la persecución: un niño de 14 meses de edad había desaparecido del pabellón de convalecientes, donde se recuperaba de una infección estomacal, sin dejar el menor rastro. 

Lo que fue de Tarrare tras su partida sigue siendo un misterio.  Algunos, como M. Tessier, dirían que murió cuatro años después en otro hospital, éste cerca de París y que su necropsia reveló un estómago extraordinariamente grande cubierto de úlceras y pus. La mayoría de la gente, por el contrario, refiere que vivió aún largos años. Durante décadas los padres de la región del Ródano-Alpes, a fin de evitar que sus hijos pequeños se alejaran demasiado de ellos o de sus casas, utilizaron la mención de aquel hombre/monstruo con apetito voraz e inextinguible, que vagó de un sitio a otro sin poder, jamás, liberarse de la maldición que le aquejaba.

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