Cuando ocurren accidentes como el del BMW o el presidente dice que el problema de la corrupción es cultural, los mexicanos nos damos baños de pureza argumentando que no todos somos como el conductor del BMW y que los corruptos son los políticos. Pareciera que los males del país son resultado de los vicios de unos cuantos “malos” o “inmorales” con el poder de fastidiarnos a nosotros los “buenos”.
Sin embargo, si la falta de respeto a las leyes y normas es vicio de unos cuantos, ¿por qué quien las respeta al pie de la letra es visto como un ingenuo y quien que le da la vuelta a las leyes es admirado? Nadie pide consejos sobre cómo seguir las reglas, pero sí para no pagar impuestos o hacer trampa para pasar la verificación. Incluso hay aplicaciones donde los usuarios se alertan entre sí para evitar el alcoholímetro o que los policías te vean texteando mientras conduces.
Nos guste o no, la falta de respeto a leyes y normas es cultural. Entendiendo cultura como el “conjunto de modos de vida y costumbres […] en una época o grupo social”[1]. En México es costumbre que los peatones crucen las calles por donde sea y no en las esquinas, que taxis y camiones hagan parada donde quieran; que los conductores de motocicletas vayan entre carriles y los de bicicletas en sentido contrario o sobre las banquetas; que los automovilistas invadan cruces peatonales, rebasen por la izquierda, den vueltas prohibidas, etc.
Lo peor es que la costumbre no es reciente, ha ocurrido desde los inicios de la Nueva España. Por ejemplo, Isabel la Católica prohibió la esclavitud de los indios, excepto en los casos en que éstos atacaran a los colonos españoles. Acto seguido: los colonos europeos se dedicaron a simular ataques de indios. Tuvo que venir Vasco de Quiroga en 1535 para poner orden y aun así en Yucatán hallaron el modo de hacer pasar a sus esclavos por sirvientes que no se podían vender pero sí heredar. En la Ordenanza de 1520 del rey Carlos V prohibía la encomienda (asignación de indios como vasallos de un conquistador), pero Hernán Cortés en sus Cartas de relación le informó al monarca que no obedecería porque “las órdenes del emperador eran inconvenientes para la Nueva España”[2]
Lo anterior muestra cómo inició la costumbre de violar las leyes abiertamente o simular que se respetaban. Una vez generalizada la violación al monarca español no le quedara más remedio que legalizar el acto en cuestión a fin de poder legislarlo. Por ejemplo, limitó el número de indios encomendados a 300 y estableció que el derecho de encomienda terminaba con la muerte del conquistador. Sin embargo, para la segunda mitad del siglo XVI, era legal que los nietos del conquistador siguieran teniendo indios encomendados en números que alcanzaban los 6,000 individuos.
En el México actual la legalización de los franeleros y la invasión de predios son ejemplos de legalizar lo ilegal, tal como ocurrió con la encomienda. Al pagarle a un empleado de tiempo completo bajo honorarios asimilados a salarios, es simular que dicho trabajador es de medio tiempo. Ya ni hablar de la comisión disciplinaria de la FEMEXFUT, que hace pasar una agresión como tentativa de agresión.
Si realmente queremos vivir en un país de leyes, tenemos que comenzar por aceptar que todos participamos, por acción u omisión, en mantener costumbres destructivas como violar la ley o simular que la cumplimos. ¿Qué enseñan a sus hijos o sobrinos los padres o tíos que se estacionan en doble fila cuando los llevan a la escuela, que se maquillan/rasuran, comen o textean mientras manejan; que conducen motocicletas entre carriles; que compran películas o juegos pirata; que celebran que hallaron la forma de evadir impuestos o truquear la verificación? Les enseñan a replicar el mismo comportamiento que Hernán Cortés, sobre todo cuando se justifican diciendo que “el reglamento, ley, precio -o lo que corresponda- es inconveniente (i.e., injusto, absurdo, caro)”.
Seguido escucho que “es justo no pagar impuestos porque el gobierno se roba ese dinero o lo usa mal”. Sin embargo, reaccionar a un acto ilegal o indebido del gobierno, haciendo algo ilegal (evadir impuestos) es convertirnos en lo mismo que criticamos. Es actuar igual que Hernán Cortés.
No nos convirtamos en lo que criticamos y aceptemos nuestra contribución al ambiente de ilegalidad que nubla este país. Si no somos capaces de cumplir con algo tan básico como el reglamento de tránsito, entonces no tenemos calidad moral para exigirle nada a nuestros gobernantes. No es de ellos de donde debe venir el cambio, es de nosotros.
[1] Diccionario de la lengua española, Edición del tricentenario, recuperada de: http://dle.rae.es/?id=BetrEjX
[2] Calderón, F.D. (1988) Historia económica de la Nueva España en el tiempo de los Austrias. México: Fondo de Cultura Económica p. 174.
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