Mucho se ha dicho, escrito y denunciado el deplorable estado de la educación en México y, ¿cómo no?, con las constantes y desesperantes marchas de los “maestros” que desquician a cualquier población en la que se manifiesten, llámense: transeúntes, comerciantes, automovilistas o padres de familia que junto con sus hijos padecen impacientes las constantes interrupciones en su ciclo escolar, sin saber cuándo será que los infantes puedan volver normalmente a las aulas con maestros que verdaderamente tengan la formación y compromiso para brindarles una educación básica de calidad sin arbitrariedades.
Pues bien, todo apunta a que el problema educativo más grave en este país lo tiene el nivel básico y desde luego del sector público aunque el sector privado, en algunos casos, es igual de malo. No obstante, después de escuchar el testimonio de mi buen amigo Roy, que realiza actualmente sus estudios de posgrado en una institución privada, me dejó claro que muchas de las instituciones que ofrecen estudios de posgrado brindan la misma mediocridad y falta de calidad que tantas escuelas primarias.
A juzgar por sus palabras, el problema involucra, desde luego, la falta de compromiso de las instituciones educativas públicas o privadas por formar profesionistas calificados y no pasar por pasar a los alumnos, pero también a un fenómeno cada vez más visto en cada vez más partes; y hablo del comportamiento desmedido de la misma gente: alumnos y profesores.
Sus compañeros de Maestría, usan descaradamente el celular, la laptop o la tablet para revisar sus redes sociales y/o páginas de entretenimiento en plena clase, no ponen atención al profesor, sólo van a jugar o a editar su perfil del “face” enfrente de los maestros. ¿Cuál formación es esa? Simplemente pasan a los alumnos sin que lo merezcan por su esfuerzo.
–Carrillentos y groseros entre ellos– como Roy los llama, siempre “cordoveando” o sea, hablando con malas palabras, ¿y las tareas? de un día para otro, tareas de baja calidad para ser de nivel de Maestría. No tienen compromiso y a menudo el grupo no está completo porque siempre ha de faltar alguien. Los maestros lo permiten y los pasan, ¡qué increíble!
A continuación, dejaré que Roy narre un poco más:
“El rango de edad de mis compañeros de maestría oscila entre los 22 y los 27 años. Se comportan como si fueran de prepa o si estuvieran en la universidad, no son conscientes de que van a un Posgrado.
“El otro día, hubo examen. El examen se anunció con 15 días de anticipación. Y cuando estaba haciendo el examen, llegó un compañero y se sentó a mi lado. Puso su celular en la mesa junto a mí y me percaté de que alguien de sus contactos (amigos, familia, novia, whoever…) estaba enviándole las respuestas del examen por WhatsApp y ¡el maestro no se dio cuenta o no quiso darse cuenta!, total, que yo que si estudié saqué 98 y mi compañero que copió 90.
“¿De dónde sacó su contacto las preguntas del examen? ¿Y los que no somos así qué? Me refiero a que yo no hago eso, no voy a jugar en clase, claro, no soy santo y puro, a veces me porto mal, pero no en el salón de clases, no dentro de la institución.
¿No se supone que un Máster debe reflejar esa preparación y educación en su comportamiento? ¿Dónde están los Másters de calidad en México? Pareciera que las instituciones sólo ofrecen maestrías a cualquier pelado mientras pueda pagar las elevadas colegiaturas y lo gradúan.”
Fin de las palabras de Roy.
Así pues, pienso que esta es la realidad de decenas de miles de instituciones de cualquier nivel en este país, insisto, públicas y privadas, donde lo alarmante es la cada vez más irresponsable y cínica conducta de los “estudiantes” y sus “docentes”. Tal vez en las escuelas públicas los profesores no hagan nada por brindar educación de calidad porque ganan poco y en las escuelas privadas los profesores tampoco enseñen con calidad porque por el contrario, los alumnos pagan demasiado, que pareciera que las calificaciones ya van incluidas en el costo.
No deseo concluir estas líneas sin exhortar a todo aquel que leyere este artículo a reflexionar sobre el tema, en estos días que inicia un nuevo ciclo escolar, si eres padre de familia, estudiante, docente o un ciudadano común, descubrir qué es lo que estamos haciendo mal, qué ejemplo y educación damos a los nuestros desde casa, porque todo lo que hagamos como individuos al final del día repercutirá inevitablemente allá afuera en el complejo tejido social, en la escuela y en consecuencia en los centros de trabajo donde todos pasamos media vida. No nos convirtamos en partícipes de la mediocridad educativa, por el contrario, sumemos esfuerzos para combatirla y erradicarla. Exijámosle al gobierno que haga su parte pero sin nunca olvidar hacer la nuestra.
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