Media mañana. Debía acudir a la presidencia municipal para realizar un trámite. A decir verdad nunca es grato aventurarse a la zona centro ya que el encontrar estacionamiento es toda una faena y, como muchos, prefiero ejercer mi derecho de elegir la gratuidad de las calles a pagar un aparcamiento.
¡Genial! Encontré lugar disponible. De pronto, como por arte de magia, hace acto de aparición un “franelero”, mejor conocido como “viene-viene”, exigiéndome mover mi vehículo más para adelante para que en aquella franja de asfalto poco espaciosa cupieran más coches y quedáramos todos prácticamente atrapados, apretujados como sardinas y que al intentar salir del cajón, si bien me va, tener que hacer maniobras que toman tiempo que no me sobra. Mi reacción: caso omiso a su solicitud. No sé ustedes pero yo no soy precisamente un as del volante y necesito espacio, ¿es eso pecado?
La reacción del sujeto: la esperada: palabras molestas hacia mi persona cargadas de inconformidad con un toque de vulgaridad. Mi pecado fue no hacerle caso, ni siquiera le dirigí la palabra para no ofenderle ni para provocar su reacción.
Decidí observarlo un rato, sólo para percatarme que el muy cobarde no se atrevía a pedirle nada a ningún varón; que cada que le dan su “propina” saca de su bolsillo una bolsa plástica rebosante de monedas y, como la mayoría, es fan de su smartphone.
Y vaya, cualquiera podemos ganarnos la vida libremente y tener un smartphone, cada uno de nosotros lucha a su modo para salir adelante y comprarnos lo que se nos venga en gana, pero, ¿a costa de la gente sin hacer prácticamente nada?
En todas partes nos topamos con este tipo de trabajadores informales. La función de muchos de ellos no sólo se limita a advertirte al momento de entrar o salir de un cajón de estacionamiento; te ofrecen servicio de vigilancia, limpieza o lavado de tu automóvil. Pero el caso que narro únicamente se limita a imponer su servicio “viene-viene”, haciendo únicamente acto de presencia, parloteando y estirando la mano para exigir su “recompensa”. Y digo exigir porque, ¿a quién no le ha pasado? que te niegas a darle dinero y pasan dos cosas: te despiden con alguna leperada o tu auto paga las consecuencias.
Curiosa me atreví a investigar a qué hora comenzaba la jornada de tan fino señor. Bastó con preguntar a un par de comerciantes establecidos frente al dominio del “franelero”. Respuesta: alrededor de las 11:00 horas.
Ni tú que lees esto ni yo comenzamos nuestra jornada laboral a esas horas, ¿o sí?
Mi mente comenzó a cuestionarse muchas cosas: ¿quién regula la labor de estos individuos y por qué actúan como si fueran dueños de las calles? No obstante, la pregunta que más me inquietó: ¿por qué la gente les regala su dinero que tanto trabajo le cuesta ganar (laborando desde muy temprano) a estos “oportunistas” por hacer nada?
Lo preocupante aquí, es que se trata prácticamente de cobrar renta de espacios públicos y tal parece que la gente no cae en la cuenta.
El estacionar automóviles en lugares controlados por personas que se apropian de ellos tiene un índice de 58.6, es decir, que de cada 100 veces que una persona accede a colocar su coche en estas condiciones, 60 de ellas otorga una recompensa o pago al franelero o “apartalugares”, que podría ser considerado como una “mordida”, pues la calle es un bien administrado por los ayuntamientos.
Pues bien, como pudimos darnos cuenta, más de la mitad del total de coches aparcados provee del sustento a estos hombres y mujeres que regularmente es gente desempleada por antecedentes penales, problemas de adicciones y otras problemáticas sociales.
Pienso que al resto que no estamos en esas situaciones nos cuesta portarnos bien, estudiar y esforzarnos para aspirar a una vida mejor.
Tampoco me atrevería a afirmar que todos los “viene-viene” son gente de mal. Incluso observando noticias al respecto se sabe que en muchos de los casos son también víctimas del mismo ciudadano, del crimen organizado o de las mismas autoridades, como la policía de tránsito o mafias gubernamentales. Pero miren, su forma de operar es a veces similar a la de muchas otras personas con quienes nos cruzamos todos los días: payasos, “tragafuegos”, chicleros, limpiaparabrisas, que no pertenecen precisamente a la nómina del estado.
Muy pocas de estas condiciones son justificadas y otras muchas manipuladas. Nos “ablandan” el corazón echándonos un rollo de desgracias (que solo en ciertas ocasiones son verdad) haciéndonos soltar unas monedas. Pero eso dista mucho de ayudar verdaderamente a tales individuos ya que sólo estamos haciendo de estas personas 99.98% dependientes y un 00.02% productivas.
Juzguen por ustedes mismos: su ganancia puede llegar a ser hasta de $400.00 diarios o más, o sea ingreso mensual de:
25 días x $400.00= $10,000.00
Igual y hasta más de lo que gana un profesionista promedio en este país. Eso claro, sin haber pasado largos años de estudios, sin jefes detrás de ellos, ni horarios fijos que incluyan 6 días laborales forzosos y mucho menos sin tener que pagar impuestos. Además de que esta gente en su mayoría aún tiene su fuerza productiva a sus 30 o 40 años.
Así que, la próxima vez que te topes con el amo del trapo rojo y te pida su “cuota”, recuerda que ganarse la vida honestamente cuesta mucho tiempo, dinero y esfuerzo.
Fuentes:
http://www.gaceta.udg.mx/Hemeroteca/paginas/619/619.pdf
http://www.excelsior.com.mx/opinion/armando-roman-zozaya/2015/05/17/1024574
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