Crónica de un médico somnoliento

Invierno, en una pizzería de la ciudad, un grupo de estudiantes preparatorianos se cuentan emocionados sus deseos de ir a la universidad y ser todos...

18 de mayo, 2015

Invierno, en una pizzería de la ciudad, un grupo de estudiantes preparatorianos se cuentan emocionados sus deseos de ir a la universidad y ser todos unos profesionistas. Uno de ellos ha soñado toda su vida con una sola profesión: medicina; quiere ser médico y dedicarse a curar gente.

Seis meses después, un día de verano, los nervios y la emoción se respiran en el aire; día del examen de admisión para la licenciatura en médico cirujano, una de las más demandadas de la oferta educativa de aquella universidad estatal (y de la mayoría de las universidades a nivel mundial), quien logre ser seleccionado: todo un “cerebrito” dicen unos o todo un “suertudote” dicen otros.

Después de muchas horas de estudio y un curso preparatorio para el examen, finalmente llega la hora.

Desde el pasillo se escuchan unos pasos cortos y rápidos de zapatos de tacón, entra una doctora de avanzada edad con cara de pocos amigos, de bata reluciente, encargada de aplicar el examen.

-No se preocupen muchachos, sólo el 15 por ciento de ustedes logra entrar-, dijo la doctora en tono irónico. -Uufff… como si eso significara un alivio a la tensión flotando por todo el aula- pensaron todos.

Horas después, los resultados están listos, el “futuro doctor” no encuentra su número de folio en las listas publicadas en la plataforma virtual de la institución. Su tierno corazón recién salido de la adolescencia se rompe y decide ahogar sus penas con una malteada doble de chocolate. Aquí no se trunca mi sueño, lo intentaré nuevamente en seis meses- pensó el postulante.

Invierno del mismo año, misma tensión en aquel aula, nervioso, pero con mayor confianza en sí mismo que la primera vez que hizo aquel mismo examen. Después de 4 horas que parecieron toda una eternidad, termina de llenar con lápiz aquel último ovalito del último reactivo de aquella prueba que significaba el futuro entero de una vida.

Al buscar frenéticamente entre las listas de resultados, finalmente logra alcanzar el puntaje para ser admitido en la carrera de sus sueños: medicina.

Uniformado de blanco de pies a cabeza y “pavoneándose” al caminar por las calles, sale de su primer día de clase, ya actúa con aires de doctor, ya es parte de aquella “elite”. Después de todo, su trabajito le costó.

El prometedor galeno ha experimentado una larga estadía entre la facultad de medicina, los laboratorios y los hospitales generales del IMSS y la SSA y, después de cinco largos años de clases a causa de asignaturas re-cursadas con las que tuvo mucha dificultad y en ocasiones debió lidiar con doctores odiosos que gustan de hacer la vida imposible a sus discípulos, vio concluir la primera etapa de su preparación profesional. Todo está listo para elegir plaza en el internado médico de pregrado.

Un hospital HGZMF (Hospital General de Zona con Medicina Familiar) del IMSS, en una pequeña ciudad lejos de su hogar. Lugar que le fue asignado de acuerdo a su promedio académico. Duración del internado: un año.

Guardias de más de 36 horas porque cotidianamente los médicos responsables llegan tarde, se ausentan por atender sus otros empleos y, obvio, alguien tiene que cubrirlos aún si la guardia del interno terminó. Alguien tiene que atender al numeroso grupo de pacientes impacientes en la sala de espera de Urgencias, lo mismo sea a medio día que a altas horas de la madrugada. A falta de personal, ¡qué remedio!

La relación interno-enfermera no es del todo buena y muchas de ellas (no todas) lo único que hacen es delegarles actividades, “usted es el doctor, ¿yo qué?”. Basta con decir que en la “toco” (área donde se interna a las mujeres embarazadas en etapa de alumbramiento), los internos no sólo atienden partos, sino que les toca limpiar y vestir con sus chambritas a los bebés recién nacidos; tarea que uno pensaría realizaría una enfermera.

Un sinnúmero de veces el joven interno fue en busca del director para externarle sus inconformidades y de las actitudes injustas no sólo contra él, sino con todo el médico interno que desempeñaba sus funciones dentro del hospital, pero nunca lo encontraba. La razón recurrente de la secretaria: “lo siento doctor, está en junta en la ciudad capital”.

Constantemente se perdía el desayuno, la comida o la cena, a veces todas ellas juntas. Las porciones alimenticias ofrecidas en el comedor hospitalario, raquíticas, insuficientes para alguien con semejante demanda física.

El hambre, el cansancio, el frío, el temor, la tristeza, son constantes en el desempeño del internado rotatorio.

Muchas veces la idea de abandonarlo todo cruzaba su mente, pero se daba ánimos: “No puedo rendirme ahora”.

Finalmente, después de un arduo año de mucha experiencia, pero también de muchos regaños, humillaciones y estrés, su internado había terminado. Ahora: el servicio social.

Un poblado apartado con un nombre náhuatl casi impronunciable en medio de “la sierra”, es el lugar al que debe desplazarse para comenzar su última etapa de preparación antes de poder titularse, consistente en otros 365 días.

Clínica de la SSA, clima tropical, un modesto cuarto con un ventilador es lo que le ayuda a mitigar el sofocante calor cuando tiene oportunidad de dormir, las ventanas de aquel lugar sin mosquiteros y plagado de bichos.

Descubre la gran miseria de aquella gente, un predominante alcoholismo, grave desnutrición infantil, altas tasas de embarazo adolescente, entre muchos otros problemas de salud pública. La amarga realidad de miles de pueblos remotos como ese en este país.

Con el tiempo, el doctor aprende a comunicarse en náhuatl con los pacientes, sólo para descubrir la belleza de la cosmovisión detrás de aquella lengua y cultura legendaria de nuestro diverso México.

Muchos pacientes que atender de madrugada: una herida por machete, dos o tres partos, un niño deshidratado…

Con mucha satisfacción, concluye su servicio social y, con él, una etapa que le ha dejado marcado, no sólo en lo profesional, sino en lo personal. Ha sido duro, pero aún falta la residencia.

Lo anterior, es una aproximación de lo que viven cientos de miles de jóvenes profesionales de la salud en su mayoría médicos, sin excluir a enfermeras(os), cirujanos dentistas y otros, en sus etapas de prácticas o internado médico de pregrado, servicio social y residencia médica. Me basé en experiencias reales de familiares y amigos.

El tema surge de un acto acontecido el 2 de mayo pasado, cuando se publicó en redes sociales una fotografía que capturó a una médico residente en un hospital de Monterrey Nuevo león en brazos de Morfeo en sus horas de guardia.

El acontecimiento tomó mayor importancia cuando la comunidad galena mexicana, en total solidaridad con la doctora “dormilona”, creó el HT #YoTambiénMeDormí en Twitter. Uniéndose incluso, varios países de América Latina.

Profundizando en el tema, según distintas fuentes, los médicos en formación son sujetos de constantes violaciones a sus derechos humanos.

Buscando en la red me llamó particularmente la atención un artículo publicado en un periódico duranguense Noticieros Garza Limón, el 13 de junio del 2014, titulado “Internado médico de pregrado: La esclavitud consentida y legitimada”, y en concreto el siguiente párrafo:

“a los alumnos nadie les dice lo que en verdad les espera en el internado médico de pregrado: La humillación, los malos tratos, la explotación laboral, el acoso laboral, el hostigamiento sexual, la inseguridad, la mala alimentación, la denigración, los desvelos constantes, la falta de dinero, la falta de un lugar digno para dormir, y la responsabilidad legal que se les obliga a tener, entre muchas otras(…)”

Parte de otro artículo impactante al respecto es el siguiente:

“Bajo la premisa de que de esta manera forjan su carácter, miles de médicos son sometidos a tratos denigrantes, desde los primeros años de la facultad hasta que se encuentran en la residencia, en una dinámica que pocos se atreven a cuestionar y que no sólo afecta a quienes la padecen, sino al sistema de salud en su conjunto y a los pacientes (…)."

Nota titulada: “Amenazas y humillaciones, parte invisible del currículum médico”. Extraído del diario La Jornada, con fecha del 9 de junio del 2013.

Muchos casos trágicos han sido noticia. No obstante, no han tenido el eco suficiente como para que las autoridades en materia de salud tomen acciones para crear o modificar las políticas públicas en pro de la comunidad médica que, como hemos revisado, sufre de graves violaciones a su integridad y dignidad, dada la naturaleza de su profesión.

¿Quién o quiénes son los responsables directos de estos atropellos?, ¿hay indemnizaciones por los daños ocasionados? ¿por qué no hay nadie tras las rejas pagando por todos estos crímenes silenciosos y violaciones de los derechos humanos cometidos durante años?

Es momento de cuestionar el desempeño de los administradores de la Secretaría de Salud, pasados y presentes, señalados como funcionarios negligentes responsables de tales delitos que, como dice una de las notas periodísticas, no sólo afecta a los médicos, sino al sistema de salud en su conjunto. Toda una mafia por la cual tenemos la obligación de alzar la voz y denunciar.

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Fuentes

http://www.medicasos.com/opinion/105-mi-primer-dia-de-internado

http://www.milenio.com/region/YoTambienMeDormi-grito-defensa-Trending-Topic_0_513548925.html

http://www.noticiasggl.com/zonadebate-general/internado-medico-de-pregrado-la-esclavitud-consentida-y-legitimada/

http://www.jornada.unam.mx/2013/06/09/sociedad/036n1soc

http://www.excelsior.com.mx/node/868659

http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/245341.html

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