"Si un hombre me engaña, maldito sea él por haberme engañado, pero si me vuelve a engañar, maldito sea yo por haberme dejado." Proverbio árabe.
Nuestra existencia es una serie de constantes desafíos que debemos resolver todos los días. A veces los resolvemos bien, en otras, no tan bien. Esta dinámica nos condiciona a ganar o perder, de acuerdo con nuestras habilidades y capacidades para solucionar nuestros asuntos. En muchas ocasiones las circunstancias determinan que no solo se trata de ganar o perder sino del cómo ganamos o del cómo perdemos. Este es precisamente el tema de hoy, que surge a raíz del juego de fútbol donde la selección mexicana perdió por un aplastante marcador ante la chilena. Lo más trascendente de este resultado no es que se haya perdido sino la forma en que se perdió y que decepcionó a millones de mexicanos que hacen innumerables sacrificios económicos y arreglos logísticos para asistir a un juego de su selección, cómo ellos la llaman. Me refiero específicamente a los aficionados que viven en EE.UU., aunque las vicisitudes de los que viven en México, son muy semejantes.
Primero hablemos de números, el salario mínimo promedio en EE.UU. es $10.00 la hora, el costo promedio de la gasolina es de $3.00 por galón (aproximadamente $13.90 pesos mexicanos por litro), es difícil calcular el costo de las entradas pero va de $95 a $1700 dólares aunque es posible que los precios se eleven por las nubes ya que las fechas cuando juega México tienen una gran demanda, el estacionamiento cuesta de $15 a 25 dólares, un refresco y un hot dog valen $18.00 y así sucesivamente, una escalada de precios. Los fanáticos del Tri en su gran mayoría son trabajadores manuales que no perciben más que un salario mínimo. Muchos de ellos faltan a trabajar porque tienen que manejar grandes distancias para ir al juego, además tienen que pagar alojamientos muy caros o amontonarse en cuartos de hotel con el mínimo de servicios. Lo más riesgoso es que la gran mayoría de los asistentes son trabajadores indocumentados que corren el riesgo de deportación y la incautación de sus vehículos si son arrestados por las autoridades. Se calcula que cada trabajador mexicano que asiste al partido gasta por lo menos de $800 a $1500 dólares en cada ocasión. En términos de economía doméstica son de 80 a 150 horas de trabajo exhaustivo y a veces peligroso.
El aficionado mexicano no escatima en esfuerzos y sacrificios con tal de ver a su selección, eso queda de manifiesto en las frecuentes tomas de la transmisión. Una de sus máximas aspiraciones es obtener el autógrafo, sacarse la foto o simplemente estrechar la mano de su ídolo favorito, pueden esperar horas para lograr su propósito; es una devoción y una lealtad infinitas que no obedece a ninguna lógica, hay que disfrutar el momento. Sencillamente pagan y arriesgan mucho por la satisfacción de ver a su equipo. Los organizadores de estos eventos han descubierto una verdadera mina de oro en el Tri y han sabido explotarla al máximo con su superpublicidad, sus fatuos comentaristas y toda la exagerada verborrea en torno a los seleccionados.
Se entiende que la selección, el nombre lo dice es un núcleo selecto de futbolistas que se han distinguido por sus actuaciones y han sido convocados para representar a nuestro país. Estos atletas han pasado muchos filtros, desde los físico-atléticos, hasta la madurez para controlar las emociones antes y después de cada juego. Además, se espera que sean capaces de ejecutar fielmente los planes y estrategias de su entrenador y por supuesto se considera que siempre mostrarán un comportamiento digno y acorde a sus capacidades y habilidades, incluyendo su mejor esfuerzo. Sin embargo, el sábado 19 de Junio, quienes vimos el juego nos percatamos de una realidad decepcionante y molesta al constatar que el equipo en pleno simplemente ni compitió ni representó en lo mínimo el significado de ambos términos. Pareciera que saltaron a la cancha 11 zombis inanimados, desprovistos de fuerza, carácter y dignidad para afrontar el encuentro. La selección ya había perdido el encuentro antes de saltar a la cancha.
El mayor atractivo de todo deporte es la competencia, en esta ocasión no la hubo en lo absoluto. Lo más patético es que no fue uno o dos jugadores los que claudicaron, sino todos ellos; cual si fuera una conjura contra el entrenador. ¿Lo fue? No lo sabemos aún. Si ese hubiera sido el caso, si hubiera habido alguna dificultad o problema antes del juego, ¿no estaban los jugadores obligados a rendir su mejor esfuerzo? ¿Cómo profesionales que dicen ser?
Tal vez será que todos estos jóvenes, millonarios todos, colmados de atenciones y distinciones, personajes fatuos inflados por la mercadotecnia ¿ya no están interesados en la selección? Lo hubieran dicho antes. ¿O será que ya se dieron cuenta de que no son más que simples peones que son asiduamente explotados por el gran sistema explotador dueño de sus contratos y decidieron rebelarse? Si eso es lo que pretendieron, no debieron haber defraudado a su público que los ha alentado y creyó en las esperanzas del triunfo. Debieron haber cumplido como profesionales solidarios con su pueblo y haber rendido su mejor esfuerzo. Su pobreza de espíritu y su falta de liderazgo se manifestó cuando ninguno de ellos implementó un repliegue para evitar la goliza, práctica común en los encuentros llaneros, que no requieren de ningún estratega extranjero que cobra millones de pesos por dirigir al fracaso nacional.
Es hora de reconocer que el futbol mexicano tiene una larga historia de mediocridad, ha asistido a muchos Copas Mundiales y nunca ha clasificado para pasar siquiera a los cuartos de final, eso lo dice todo. El fútbol se ha convertido en un espectáculo para las masas que ha sido manejado muy hábilmente por selectos grupos de poder que lo utilizan como una pantalla populista donde se crean falsos ídolos y falsas expectativas. Otros deportes con mucho menos apoyos y sin publicidad han dado grandes satisfacciones a los mexicanos, sin embargo sus triunfos tienen poca difusión porque significan una gran competencia para la mediocridad del futbol.
Quizá esta derrota se transforme en victoria si empezamos por perder el interés por un fútbol que se ha convertido en un gran negocio y que además ha servido para manipular la conciencia de un pueblo que ha mostrado una lealtad y una entrega sin límites, para quienes no han sabido corresponder en ninguna forma. Dejemos que los europeos se regresen a sus lugares de trabajo y que permanezcan allá, de donde nunca debieron haber salido.
Estoy seguro que las Olimpiadas próximas nos darán grandes satisfacciones, porque existen atletas talentosos mucho más modestos que no gozan de la efímera publicidad que los promotores del deporte mexicano suelen dar a sus consentidos.
México y los mexicanos merecemos respeto, pero primero debemos respetarnos así mismos no apoyando el futbol que no representa nuestro verdadero carácter ni nuestras aspiraciones.
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