La Inyección Letal

"La vida no vale nada", José Alfredo Jiménez.

20 de marzo, 2017

“La vida no vale nada”, José Alfredo Jiménez.

Las autoridades carcelarias de Arkansas han anunciado que realizarán ocho ejecuciones en un lapso de diez días, del 17 al 27 de abril del año en curso. La premura obedece a que las dosis de midazolam, uno de los fármacos utilizados en la ejecución, están a punto de expirar. Aunque las autoridades no tienen ninguna experiencia en toxicología o farmacología, son muy celosos de las fechas de expiración que aparecen en las etiquetas. Puede muy bien que sean razones de economía o que signifique un gran ahorro a los contribuyentes, en fin; suficiente para acelerar las ejecuciones.

Atrás quedaron los tiempos en que la horca, la silla eléctrica, la cámara de gas y el pelotón de fusilamiento fueron los métodos que el estado norteamericano utilizó para ajusticiar a sus condenados. Posiblemente se les ablando el corazón y los abandonaron en la búsqueda de un método más humano, que no causara tanto dolor ni sufrimiento innecesarios. La inyección letal se propuso en el siglo pasado, pero se consideró muy sofisticada y poco festiva. Por fin, la ocasión llegó cuando el 7 de diciembre de 1982 el sistema carcelario de Texas asombró al mundo ejecutando al primer reo, atrás habían quedado el morbo y la barbarie sangrientas, de aquí en adelante solo ejecuciones limpias y civilizadas donde el condenado apenas siente el pinchazo de la aguja hipodérmica en su antebrazo, lo demás es química y fisiología, de lo cual hablaremos más adelante.

La inyección letal en realidad es un ritual macabro que comienza cuando tres substancias químicas se inyectan por medio de una línea intravenosa insertada en el antebrazo o la ingle del condenado. Las inyecciones se realizan en secuencia para no alterar las propiedades fisicoquímicas de los compuestos. La primera debe ser un anestésico, generalmente se usa el pentotal sódico o el midazolam, ambos muy efectivos. La segunda es el bromuro de pancuronio que viene a ser un derivado del curare sudamericano, potente agente paralizante del sistema muscular que literalmente ocasiona la muerte por asfixia y la última es una dosis de cloruro de potasio que causa una inversión en la polaridad del músculo que ocasiona un arresto cardiaco.

En teoría, todo suena muy simple y eficiente, pero las cosas son muy diferentes en la práctica. Los estados de la unión americana que ajustician a sus condenados mediante este procedimiento, lo realizan siguiendo sus propios reglamentos y procedimientos, no existe un lineamiento estándar que se deba seguir. En lo que respecta a las substancias químicas, los manuales de procedimientos son secretos, de tal manera que pocas personas saben acerca de la manipulación de las substancias. Por lo general, el personal que participa en las ejecuciones no tiene experiencia profesional, solo reciben un entrenamiento muy somero, casi nulo en la aplicación de inyecciones intravenosas, el manejo de las substancias, el estado metabólico, prestan poca atención al peso, la estatura y la edad de los condenados, etc. La ignorancia o poco entendimiento de todos estos detalles suelen incrementar las posibilidades de error, que en última instancia el condenado tendrá que sufrir. Por razones éticas, ningún personal paramédico calificado participa ni en la preparación ni la venoclisis de los condenados; en algunos casos solo un médico dictamina el fallecimiento y extiende el certificado de defunción.

Por otra parte, las compañías farmacéuticas extranjeras que proveen el midazolam y el bromuro se han negado a surtir sus productos si estos van a utilizarse con fines de ejecución.1

Los efectos toxicológicos del coctel letal en un ajusticiado normal podrían ser de 5 a 7 minutos, sin embargo, se han documentado muchas ejecuciones que han durado 40 minutos y algunos casos extremos que llevan 100 minutos o más. Aunque parezca increíble, la falla principal de los verdugos fue su incompetencia para inyectar al condenado (no encuentran la vena o la perforan cuando ya la encontraron). Los toxicólogos describen que la dosis insuficiente de anestésico conlleva un sufrimiento inenarrable, pues el condenado muere por asfixia estando consciente de que sus músculos que intervienen en la respiración están paralizados, no realizan la inhalación/exhalación.

Para los efectos carcelarios, todo lo anterior importa poco, lo más relevante para ellos es que la ejecución se haga dentro del horario estipulado y sin contratiempos; es una función trivial que hay que cumplir. Pareciera que jueces, fiscales, carceleros, autoridades, políticos y otros actores están acostumbrados a diluir la poca culpa que pudieran tener y prosiguen con su banal existencia, satisfechos de haber cumplido con su trabajo.

¿Será verdad que la justicia es ciega y se ejecuta a todos por igual?

Pocas personas han reparado en las posibilidades de la inocencia o las equivocaciones de la justicia, los agravantes de la pobreza, la ignorancia, la carencia de relaciones e inclusive la política local y que tan solo están llevando a cabo el último acto en la vida de un individuo que posiblemente ya murió desde que lo declararon culpable.

Después de las consideraciones anteriores, surge una pregunta trivial: si la fecha de expiración del mirazolam está por caducar, ¿no podrían utilizar otro anestésico que garantice los efectos deseados y que esté disponible?

El mercado farmacéutico ofrece otras posibilidades que no han sido tomadas en cuenta, aunque también es posible que alguien quiera pasar a la historia a través de un episodio tan extraordinario donde el fin no justifica a los medios.

Este caso en especial muestra una perversión del espíritu de la justicia donde se ha manipulado la pena de muerte en aras de una supuesta protección a la sociedad. El anuncio de la ejecución múltiple representa un siniestro capricho y abuso de poder y una maldad sin límites que están por ocurrir en fechas próximas.

Ahora solo nos falta ver la reacción de la cordura y la razón.

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  1. Richard Kim. The Oklahoma Way of Death. The Nation. Mayo 26, 2014.
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