El primer mensaje político de Andrés Manuel López Obrador el día de la victoria de julio de 2018 fue un llamado a la reconciliación nacional, a frenar las discrepancias y trabajar por la unidad de los mexicanos. En los discursos de año nuevo y del Día de la Bandera, el mensaje fue el mismo: “Yo sé que puede haber diferencias, discrepancias, eso es la democracia. Sólo en la dictadura hay pensamiento único, en las democracias hay diversidad, hay pluralidad, se garantiza el derecho a disentir”.
Una convocatoria que nadie, en su sano juicio político, podría reprobar ni rechazar. Sin embargo, no es así. Desde que inició el gobierno de López Obrador lo que ha imperado en las “mañaneras” y en las redes sociales, perfectamente identificadas por el Laboratorio Interdisciplinario del ITESO, son mensajes de odio, de hostilidad y linchamientos perfectamente seleccionados por lo que he llamado “Secretaría de Propaganda” de la 4T, es decir, una oficina dedicada a marcar las pautas, los hashtag, los mensajes y las descalificaciones a todo aquel que se atreva a cuestionarlo.
Los defensores del lopezobradorismo siempre acusan que las críticas y resistencias a las posiciones y decisiones políticas del hoy presidente de la República es “odio” o “amlofobia”. Hoy, los papeles están invertidos y aquellos que en su momento se atrevieron a criticar rotundamente -con o sin fundamento-, a ventilar algún punto negativo o lado oscuro de AMLO, son llevados al paredón de las venganzas sin pretexto de una legitimidad de “30 millones de votos” y a supuestos altos índices de popularidad.
Es así como hemos visto desfilar atropellos a instituciones ciudadanas como el INE o la CNDH, movimientos sociales progresistas como los colectivos feministas, a actores políticos de primer y segundo nivel de izquierda a derecha, a periodistas de alto o mediano perfil, a medios de comunicación tradicionales o no tradicionales, a empresas nacionales y extranjeras, a intelectuales y formadores de opinión independientes, a ex presidentes, a organismos de derechos humanos internacionales, a sindicatos, a líderes sociales indígenas, a movimientos etnonacionalistas y a incipientes partidos en formación. Para algunos es la restauración del viejo presidencialismo priista, que dominaba todo, en que los medios del estado eran usados para la propia propaganda del equipo en turno, como ya ocurre con casi todos los medios públicos.
Cada semana el presidente marca al adversario al que quiere destruir y la “Secretaría de Propaganda” se encarga de hacer el resto. Cada semana se busca eludir la realidad mediante frases efectistas y la reiteración de que en la economía ficción “todo va bien, requete bien” (aunque el propio ex secretario de Hacienda de la 4T Carlos Urzúa haya reconocido el estancamiento económico y que estaríamos ante el riesgo de una recesión).
Bajo la bandera de “limpieza total”, que ni es limpia ni es total, estamos ante ofensivas de manipulación y control de medios, y peor aún, ante el aniquilaimiento de órganos fundamentales para fortalecer una sociedad plural y democrática. Es decir, la imposición del pensamiento único, el pensamiento obligatorio de la Cartilla Moral de la 4T.
El paso siguiente, como se ha visto en otras partes del mundo (Europa, América Latina) con la aniquilación del INE y la CNDH será también aniquilar la alternancia en el poder presidencial, la prolongación indefinida de MORENA “por el bien de la República”, “por la necesidad de la Cuarta Transformación de depurar toda la nación de un pasado de corrupción y de políticos indeseables”.
Sin duda la “renovación moral de la sociedad” es una demanda vieja y más que necesaria y cuya tarea debe ser permanente, durarera y transexenal si queremos pasar de ser un país culturalmente adicta a la corrupción a uno moderno, transparente, limpio y respetuoso de las leyes. Nadie podría estar contra ello. Pero cuando esa bandera se usa para imponer una visión marginada y subjetiva de la sociedad a la se quiere gobernar, no es sino reciclar la corrupción por otras vías.
El llamado a la concordia nacional y al perdón por las ofensas pasadas, han quedado muy atrás. Los 30 millones de votantes a favor de la mal llamada “Cuarta Transformación” van a la baja, aunque lo nieguen. La decepción cunde en varios círculos. Hoy, Claudia Sheinbaum, a la que se veía como relevo de AMLO en el plan transexenal es el punto más débil de la 4T. Pero siendo ella una voz democrática, al quedar fuera de la jugada, le abre paso a los radicales del odio, a la minoría de la 4T que están detrás de las campañas de rencor y venganza.
Cuidado, porque no hacen falta grandes análisis para detectar que el odio se está interiorizando no sólo en el discurso sino en el corazón de los mexicanos. Se pasó del odio al que piensa diferente al odio de clase, al odio al disenso y a la crítica, sea interna o externa. Todos los días se envena la salud colectiva, con consecuencias no en la redes sociales sino en la protesta colectiva, y muy probablemente en una eventual ruptura de la convivencia con desenlaces imprevisibles y lejos de poder controlar.
Estamos a tiempo, señor presidente, que los profesionales del odio no avancen más en el ánimo de su gobierno.
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