El Eclesiastés y los ciclos económicos

A sus 18 años en 1968, la rubia galesa Mary Hopkin grabó Turn Turn Turn. A sus 18 años en 1968, la rubia galesa Mary Hopkin grabó Turn Turn Turn. Mi disco de 45 se rayó de tanto...

28 de enero, 2016
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A sus 18 años en 1968, la rubia galesa Mary Hopkin grabó Turn Turn Turn.

A sus 18 años en 1968, la rubia galesa Mary Hopkin grabó Turn Turn Turn. Mi disco de 45 se rayó de tanto que oí esa canción de Pete Seeger que ella interpretó inolvidablemente, sólo con su guitarra. Todo gira; hay un tiempo para todo y para todos debajo del cielo. Las frases son del Eclesiastés.

Atribuido al rey Salomón, ese libro del Antiguo Testamento es pertinente cuando vemos la debacle económica y financiera, quizá bélica, que está por desbarrancar al planeta entero. Los organismos financieros dicen que no vendrá y los gobiernos exhortan a no oír clamores catastrofistas y las finanzas están blindadas y la política económica prudente soporta toda crisis y el crecimiento económico no se detendrá y la política económica prudente y esto y lo otro y lo de más allá y lo de acullá.

Mas sin embargo se mueve. Me tacharán de conspiranoico pero son claros los datos e indicadores mundiales. No soy profeta sino observador de la historia pasada y de la presente. La mejor bola de cristal arranca en el pasado: decía Churchill que mientras más atrás miremos, más adelante podremos ver. Dice ese libro: ¿Hay algo de que se pueda decir: he aquí, esto es nuevo? Ya fue, en los siglos que nos han precedido. Con la luz de los ciclos del pasado, lo que se pronostica hacia delante es una incesante sucesión de repeticiones. El tiempo transcurre en ciclos:

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de cosechar; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

Leer el Eclesiastés sería útil para los planificadores económicos de toda geometría (hablo de los ministros de Hacienda y grandes banqueros centrales de hoy, no de los difuntos planificadores soviéticos). No lo leerán —vanidad de vanidades, todo es vanidad— tan ínclitos, eximios, solemnes señorones; no escuchan al que no sea miembro de su club o no se apegue al catecismo keynesiano que aprendieron en sus doctorados. Mejor es el muchacho pobre y sabio, que el rey viejo y necio que no admite consejos.

Esos señorones y señoronas quieren hacernos creer que la economía mundial seguirá avanzando aunque en EEUU no cuaje una “recuperación” forzada a billetazos por su banco central, la Fed, sus Quantitative Easing y deudas que rebasan 17,000 millones de dólares en el gobierno y 57,000 en el país. Desde 2008 han quintuplicado su moneda para que se recupere la economía pero la receta no acierta a dar confianza. Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas. El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas.

Nikolai Dimitrievich Kondratiev (1892-1938), contratado por Lenin luego de la revolución soviética para demostrar la superioridad del comunismo, identificó los ciclos económicos, cosa que contradecía a Marx en su noción de que el capitalismo iría en línea recta a su colapso. Kondratiev demostró que el capitalismo era superior y Stalin lo fusiló, pero su teoría de los ciclos confirma al rey Salomón: todo gira, todo regresa. Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.

La locomotora del imparable crecimiento monetario (que es la auténtica inflación; las alzas de precios son consecuencia de la inflación) acumuló energía y velocidad en una carrera loca, con el delirio del crecimiento continuo. Esas megatoneladas de fierro rodante sufrieron un sentón en 2008, pero el fogonero aventó billetes a las calderas para pretender que no había pasado nada y con tales inyecciones de moneda dio esteroides a la máquina. Dice la vieja canción que el tren que corría por el ancha vía de pronto se fue a estrellar contra un aeroplano que andaba en el llano volando sin descansar. Mas luego del choque y de los muertos que de miedo ya habían corrido, la máquina seguía, pita, pita y caminando.

Cualquiera progresa si le dan crédito, y con esos dólares respaldados en aire fresco, luego de 2008 Wall Street creció bárbaramente. Hoy su ciclo culmina, junto a numerosos indicadores más fuera y dentro de China o de Alemania o de Japón. Por ejemplo, el transporte marítimo ha bajado a niveles no vistos en medio siglo.

Los actuales ciclos auspician —pronto— un llamado a cuentas: una debacle peor que 2008, que a su vez fue mayor que la burbuja tecnológica de 2001. Una crisis planetaria mayor que la gran depresión que comenzó en 1929, la cual se verá pálida ante la que viene. Y nadie descarta, antes o después, una gigantesca guerra.

Ya habíamos cantado esa canción; la humanidad no aprende porque siempre se cree las mismas promesas vacías. Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír.  Es ceguera voluntaria suponer que todo futuro será más o menos como lo ya conocido, y rotunda estupidez creer que hacer y pensar como siempre provocará resultados diferentes. Luego de los ciclos de borrachera vienen los llamados a cuentas.

Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo. Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo.

Es de responsabilidad, decencia y hasta patriotismo proteger lo que uno tiene, y aun hay tiempo; más vale prevenir y esperar 20 años, que llegar un minuto después. Es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.

Quien quiera prevenirse de este huracán necesita oro y plata metálicos en su poder, y liquidez en efectivo fuera de los bancos. Más temprano que tarde los bancos no tendrán suficiente dinero para devolvérselo a sus depositantes, película que se repite desde Argentina hasta Grecia en todo tiempo y lugar. En EEUU, dice Bill Bonner, hay unas 240 veces más crédito que dólares físicos en circulación. Y en un día, según él, ante la expectativa de no cobrar, el crédito y las tarjetas se colapsarán. Según Mike Maloney, vendrá la mayor transferencia de riqueza que haya existido en toda la historia de la humanidad, para beneficio de quien se haya preparado.

¿Qué hacer? La parábola evangélica habla del hombre prudente que hizo su casa sobre roca; al que la edificó sobre arena se la tumbaron las olas y vendavales. No hay economía sólida si se construye con ladrillos de moneda ficticia; jamás en la historia ha subsistido una sola moneda fiduciaria porque no cumple como depósito de valor; y desde 1971 todas las monedas del mundo son fiduciarias: ninguna está basada en oro o plata. Los verdaderos ladrillos son de dinero (oro y plata), no de billetes respaldados en las nubes, por más que presuma el país que los emite.

En nuestros tiempos se definirá el tipo de civilización de los próximos siglos. Así de histórico es lo que se cocina en la caldera de esa locomotora que acumula presión y, como siempre pasa con todas las burbujas, se reventará.

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