Nuestros demonios

Dentro de tantas otras cosas que venimos descubriendo durante la pandemia, están esas sombras interiores que difícilmente veríamos en  “modo no COVID”. Ahora, que  la pausa obligada facilita hacerlo, comenzamos a levantar un inventario personal, incluyendo lo...

22 de septiembre, 2020

Dentro de tantas otras cosas que venimos descubriendo durante la pandemia, están esas sombras interiores que difícilmente veríamos en  “modo no COVID”. Ahora, que  la pausa obligada facilita hacerlo, comenzamos a levantar un inventario personal, incluyendo lo que yo llamaría “nuestros propios demonios”: pensamientos, actitudes, gestos, modos de reaccionar que, en el barullo habitual de las emociones, no tenemos ocasión de apreciar. Ahora, desde el ambiente pandémico que nos inclina a la reflexión personal, estos demonios se nos presentan de manera clara, lo que nos da oportunidad de revisarlos, entenderlos y aprender a sacar  provecho de su energía.

Factores como la presión económica; la zozobra con relación a la salud propia o de los nuestros; la tristeza por personas cercanas que han enfermado o muerto; o la incertidumbre por saber cuándo vamos a poder regresar a la normalidad,  dan pie a emociones que  hemos vivido en estos seis meses, algo así como una sombra de fondo que se niega a dejarnos en paz. Si a ello  agregamos la intensificación de la convivencia familiar en un mismo espacio, las cosas se complican. En caso de que hubiera rispideces antes de la contingencia, con mucha probabilidad se habrán acentuado por razón del encierro. A estas alturas de la contingencia, todavía no se recomienda esa “escapadita” que hasta hace poco  nos permitía cambiar de aires, realizar actividades divertidas y estimulantes fuera de casa o encontrarnos con amigos cara a cara y tomarnos un café. A partir del arranque del ciclo escolar, para muchos padres hay cargas adicionales como, por ejemplo: vigilar a los hijos durante  las horas de clase frente a pantalla,  cerciorarse de que no se distraigan y que realicen las actividades a lo largo del horario de transmisión, además de vigilar el cumplimiento de sus tareas.

Todo lo anterior desata los demonios  que cada uno alberga, mismos que llegan a tomar posesión de nuestro claustro interior, si no los controlamos. Habrá que conocerlos, negociar con ellos y canalizar su energía, hasta lograr una armónica convivencia. Para nuestra fortuna, el espacio virtual se presenta como una ventana de comunicación con el mundo exterior. Ofrece muchas opciones –incluso diría yo que a ratos son demasiadas– para conocer algo nuevo, disfrutar de eventos de nuestra preferencia, o conocer personas que dejarán huella en nuestra vida  que, de no haber sido por el encierro, jamás habríamos conocido. 

En este proceso de asomar la cabeza a través de la ventana digital, he aprendido  cosas muy interesantes, desde hacer un pedido en línea sin que se me borre toda la página después de una hora de seleccionar la mercancía artículo por artículo –algo que me sucedía en un principio–, hasta  utilizar  nuevas herramientas para mejorar el estilo literario. He podido escuchar música de todo el mundo, leer libros que tenía pendientes de tiempo atrás, conocer autores nuevos en los diversos géneros (he traído a muchos de ellos hasta  la sala de mi casa, gracias a la magia digital). Siguiendo las recomendaciones que algún maestro virtual compartió en una charla sobre elaboración de autobiografía, acabo de ver una película que me ayudó a redondear la idea de los demonios interiores que ya venía procesando en mi mente.  La película se basa en la novela autobiográfica del mismo nombre: “El Castillo de cristal” de la periodista norteamericana Jeannette Walls.  La cinta narra las dificultades que enfrentan cuatro niños, dentro de una familia muy disfuncional, para salir adelante.  Ambos padres sufren episodios de desconexión de la realidad: él es alcohólico, ella se fuga a través de las artes plásticas, al verse confrontada con un escenario en el que no sabe cómo lidiar. Los niños deberán, entonces,  inventar por cuenta propia un modo de salir adelante hasta convertirse en adultos. Aun así, los cuatro hermanos habrán de conservar para toda la vida, el recuerdo de momentos mágicos vividos al lado de sus padres. Tan grande la disfuncionalidad familiar como la codependencia, pese a ello pareciera que sus respectivos  demonios interiores aprenden cómo danzar abrazados a lo largo de toda la historia.

Retomando el asunto de nuestras condiciones de prevención sanitaria, hay un elemento adicional en la ecuación del encierro. Para salir adelante estamos obligados a aprender a controlar nuestras emociones y, puesto que habremos de vivir confinados por un tiempo más, hagámoslo de la mejor manera. Siendo honestos, nos necesitamos unos a otros para sobrevivir, de modo que habrá que seguir juntos, cuidando de no caer en la codependencia.  Estamos dentro de un mismo espacio, lo que vuelve indispensable que cada quién mesure sus reacciones y respete la privacidad de los demás. De no hacerlo, nos asfixiaremos. Para esta siguiente etapa del encierro, una herramienta muy útil es la de practicar  la regla de oro: tratar a los demás como queremos ser tratados.  Tal y como hicieron los personajes de la historia, hasta lograr que nuestros respectivos  demonios internos aprendan a danzar juntos en el encierro.

 

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O acaso ignoran, por la misma razón, una de las expresiones en que se formula el llamado imperativo categórico kantiano como máxima ética: Obra de tal forma que tu acción pueda ser tenida como norma universal de conducta. Como sea, en todos estos casos, quienes carecen de la estatura moral o padecen de miopía de visión o son incapaces de actuar ejemplarmente o ignoran las máximas que orientan la acción ética, no deberían ocupar posiciones de impacto estratégico en ninguna institución.  Lo anterior lo escribo, desde luego, en el contexto de nuestra desordenada vida republicana actual, cuando necesitamos que, en nuestras instituciones, sus dirigentes, representantes y figuras de autoridad, se conduzcan ejemplarmente, con honorabilidad e integridad, ejerciendo un auténtico liderazgo de acción positiva al servicio del bien común y de las mejores causas de la nación mexicana, venciendo al mal con el bien (Rom 12:21), con visión de largo plazo y sentido de trascendencia.  Pienso, en particular, en los ministros de la Suprema Corte de Justicia, que tienen ahora en sus manos, literalmente el futuro de la democracia en nuestro país, que habiéndonos costado casi 200 años de sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas, puede irse al traste si no declaran la flagrante inconstitucionalidad del llamado Plan B de la Reforma Electoral del Presidente y sus súbditos. Pienso también en las autoridades de las universidades que arriesgan su capital reputacional y su prestigio académico si optan por lavarse las manos ante el descaro de una tristemente célebre exalumna que se “chamaqueó” a sus sinodales plagiando descaradamente sus tesis de licenciatura y doctorado (y seguramente también de maestría, porque es su modus operandi). Pienso en la comunidad de juristas (abogados, jueces, ministros de la Corte) que pueden fingir demencia ante la ya absoluta y evidente falta de probidad de la ministra Esquivel o pueden exigir, por distintos medios y con distintas manifestaciones de repudio, la renuncia de esta impresentable señora. O en tantos y tantos ámbitos de acción en donde se omite hacer el bien debido para, en su lugar, contribuir al mal, por inconciencia, por comodidad, por miedo, por falta de creatividad o por indiferencia. (Los diputados y senadores de Morena y sus vergonzantes partidos aliados han tenido varias veces la oportunidad de mostrarse honorables y dignos del cargo que ostentan, pero han preferido la indignidad y el oprobio, optando por defender lo indefendible, argumentar lo inargumentable y mentir y mentir sin escrúpulo alguno para quedar bien con su líder máximo, igualito que los Orcos del Señor de los Anillos, sirvientes de Sauron hasta la ignominia).     Al igual que otros miles de ciudadanos, estuve presente en el Zócalo de la CdMx, justamente para defender un privilegio: el privilegio de vivir en democracia. Privilegio bien ganado por otros miles de ciudadanos que con admirable perseverancia y a lo largo de décadas, lograron arrebatarle al partido de Estado, el control de los procesos electorales para que los votos se contaran bien y contaran. Defender la democracia, hoy amenazada, es hacer lo correcto. Muchos estuvimos dispuestos a hacer el esfuerzo y manifestarnos. Lo seguiremos haciendo.  Desde luego hay muchos otros ciudadanos que prefieren fingir demencia; permanecer indiferentes frente al avance de un régimen con pretensiones autoritarias que ya no disimula. Otros apuestan por no arriesgar el pellejo y no exponerse por idealismos que consideran innecesarios. Otros más, sencillamente no se dan cuenta de la oscuridad que nos puede venir o están a gusto con las dádivas que les da en efectivo el gobierno de la 4T a costa del desmantelamiento del estado. Tomemos conciencia de la Montaña Rusa que es la historia del mundo: Las libertades civiles, la democracia, los derechos humanos, nunca están garantizados. Debemos defenderlos y luchar por ellos todos los días. Imposible no recordar al pensador irlandés del siglo XVIII Edmund Burke: "Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada".  Termino esta reflexión citando aquel conocido poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller sobre la cobardía e indiferencia de los intelectuales y ciudadanos alemanes tras el ascenso de los nazis al poder y el inicio de la persecución a distintos grupos:  “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio porque  yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío. Ahora vienen a buscarme a mí, y ya no hay nadie que pueda protestar”.

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Las pequeñas cosas: ubuntu

“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión”. -Nelson Mandela (1918-2013).

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