Por alguna extraña razón, México no es el Paraíso de la prosperidad y la abundancia, a pesar de seguir a pie juntillas la conseja económica neoclásica de que los vicios…
Por alguna extraña razón, México no es el Paraíso de la prosperidad y la abundancia, a pesar de seguir a pie juntillas la conseja económica neoclásica de que los vicios privados hacen la prosperidad pública, y la enuncia así el teorema de la mano invisible del mercado: “No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca le hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Sólo el mendigo confía toda su subsistencia principalmente a la benevolencia de sus conciudadanos” (Adam Smith, Investigación de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, p. 31). El egoísmo, el interés particular y todo tipo de vicios devienen en beneficios sociales, gracias a un misterioso mecanismo, bautizado como “la mano invisible”.
En su influyente libro La fábula de las abejas, o los vicios privados hacen la prosperidad pública, Bernard Mandeville, percibió, antes que nadie, el impacto social benéfico de las acciones involuntarias de los individuos. Su obra, en la que se basa el pensamiento económico dominante, introdujo el concepto de que el vicio moral del individuo puede conducir al bienestar económico del todo. En su relato da cuenta que las abejas piden a Júpiter hacerlas justas y honestas. Su Dios les hace el milagro y como resultado el panal languidece: los herreros se quedan sin trabajo porque las verjas ya son innecesarias, pues todos respetan la propiedad ajena, y a los abogados ocurre lo mismo porque no hay a quien defender, y así sucesivamente. En suma, el vicio pasa a ser el multiplicador de la demanda efectiva: es el motor de la economía.
Empero, México no es potencia económica pese a tantos vicios: la corrupción, el asesinato, el cohecho, el robo, el plagio… son el pan de cada día. Hasta la sabiduría popular acuñó el dicho: “El que no transa no avanza”. El mismo presidente Enrique Peña cree que la corrupción es un asunto cultural. El problema es doble: por un lado está la creencia –por eso es cultura– de que todo lo resuelve la “mano invisible”, que además reduce el hombre al mercado: individuo egoísta y calculador (homo economicus), a quien debe dejársele hacer y deshacer (laissez faire, laissez passer). Esta fe nos aleja de la libertad y acerca a la anarquía, o sea, el reino de la impunidad. No basta el interés individual para construir una sociedad próspera y justa: sin moral y sin ley no hay progreso. El otro problema es que la elite dirigente privatizó las funciones públicas (Zaid): no rinde cuentas. La ética y la ley deben cribar el interés propio.

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